Poemas de Rosendo Tello seleccionados por José Antonio Conde.
SOLEDAD
Mi soledad, al fin, viene y me enciende
los ojos y me dice
palabras consonantes al oído
y tiene un bronco nombre de quejumbre
y arcos de lluvia y rostro
de un apacible viento y manos
innumerables.
Y me pongo
a hablar en voz pausada y grave
y os atiendo,
atiendo, hermanos míos, me rodeo
de vuestra soledad también clamante.
Ya pesa esta querencia, este abandono
de lágrimas altivas,
fecundo reconcomio
de mi tierra, ay, Anteo,
tendón y liquen fértiles.
Oh dura tierra mía,
no te odiaré por lo que tienen
de idílico esas viñas
de compasivo viento,
de flauta y flor de pan estos barbechos renegridos,
esta arcadia serena que alborea en los chopos
armoniosos.
Oh mi río de líquido retórico,
viejo salmo de alto pasar,
fragancia
de recordar y hallarse en el concierto de las horas,
mis horas interiores.
Viene despacio, limpia
mis ojos y me canta
palabras verdaderas
y se enciende
a un dulce sol nocturno,
antorcha en las rodillas de la noche.
Fábula del tiempo, Zaragoza, Colección San Jorge de Poesía, Institución Fernando el Católico, 1969.
De la llama a la tierra.
I
El alma de la piedra está ceñida
a su espesor, semilla de reposo.
Rostro sin eco, llama sin corola,
pupila mineral en el silencio
de su visión, mirada de ceniza.
En su ademan se acalla la pregunta;
¿qué pregunta
su fábula de fuente aquí escondida
en el fervor de un centro, voz sin labios?
Su frente, vuelo helado, su sonrisa
viento que en luz se mece, llaga encinta.
Su movimiento en fuga
le llega de nacer hacia la nada,
voraz escalofrío entre las cumbres
de un fondo en aire sólido manando.
El agua es su belleza y su corona,
la cima su color
de un áureo viento en lumbre,
un éxtasis de luna su albedrío,
su parecer en vuelo el desconsuelo
de una mirada dura, desdentada.
Del cielo es fragua en nube por la mano
que con el sol se aplaca.
Y ahora en mi sueño absorto
parece reposar, oro en el bronce.
Paréntesis de la Llama, Zaragoza, Colección Poemas, 1975.
RUINAS
Ruinas, espacio virgen donde la luz cansada
de las formas desiste. Materia o esqueleto
de tanta altura regia, morada a cuya sombra
husmean los lebreles lentos de la memoria.
Aceros, ademanes de tantos corazones
que violaron los astros. Pezuñas de las bestias
grabadas sobre mármoles sellados con acanto.
Ruinas, flores, sirenas. Vuestra indolente música
aún vierte suave arena sobre el cauto auditorio
del alba y de los pájaros. Que sople el agujero
profundo de la roca su melodía huraña.
Perfumes y campanas, arenga de las flores:
que el tiempo sea sólo su transparente imagen,
pues más bellas que el alma son del alma las ruinas.
Más allá de la fábula, Madrid, Colección Fenice Poesía, Huerga y Fierro, 1998
EL SUEÑO DE PALINURO
Aquí exhaló sus últimos suspiros Paniluro,
en la noche cerrada,
después de andar errante
por los altos del mar.
Aún pudo recordar un galope de olivos
que bajaban al llano
con zureo de tórtolas,
por el jardín silvestre
de su palacio en ruinas.
Vio una tierra encantada en que cantan los niños
subidos a los árboles,
la ternura de un mundo
dibujado en las ondas.
Y el mar resplandecía
al cerrarse las nubes por sus ojos oscuros.
Augurios y leyendas de un tiempo que se va, Zaragoza, Colección Las Tres Sorores, Prames, 2000.
FÁBULA DE LA FUENTE
Un día regresé junto a la fuente
subiendo el monte y recordando al paso
el día aquel lejano en que la vi.
Esperando se hallaba, florecientes
los granados, la roca de cristal,
manando agua como luz, purísima.
Y allí estaba, en el monte silencioso,
cantando desde siempre su canción.
Todo el sentido y la sabiduría
son la gracia del orden natural,
eternamente joven.
La confusión del tiempo actual, mudable,
y el primordial, solvente, es una franja
en que chocan, con fulgor de relámpago,
dos amores contrarios. El engaño,
la sensibilidad con que suplanta
su voz el corazón, el pozo ciego
de percepción, son causa de extravío:
vestimos el pasado con ropaje
de presente. Quien sabe unir dos tiempos,
con la fuente cantando su canción,
consagra su futuro.
El Regreso a la fuente, Zaragoza, Colección Las Tres Sorores, Prames, 2011
PRESENCIA FANTASMAL
Se me manifestaba en las horas indecisas,
cuando el curso del sol prolongaba su sombra
en el atardecer.
Así, entre luz y oscuridad, aparecía lejos
como una presencia misteriosa que avanzaba,
bajando de lo alto de una colina áurea
y me dejaba sin habla, la mente en blanco,
sin pulso el corazón.
Del hondo de una olmeda llegaba sin sonido
o delgado bordoneo del agua,
una húmeda brisa, perdido el resplandor
que la seguía. No se veía apenas rastro,
quizás la aparición del vuelo de algún pájaro.
Pero por el olor o por el roce de unas juncias
o e lentísimo calado de las sombras,
adivinaba que algo latía muy cercano
en torno a mí, y se revelaba, no en figura,
patrón o forma bella, sino por su reflejo
en su claro llegar hasta el silencio
de mi contemplación.
Y su perfume o almizcle de un animal oscuro,
entrando en la espesura de la floresta íntima,
me hacía presentir,
con fuerza poderosa, que allí estaba, invisible
su presencia ambiental, la floral desnudez
de su alma. Y desde aquel instante,
de la colina áurea iba hacia aquel boscaje
sin manifestarse en su revelación.
Revelaciones del silencio, Zaragoza, Colección Mareta, Gara d’Edizions, 2017