separador Por Javier Barreiro

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tello-rosendo-el-vigilante-x-j-veronLa obra de un escritor es la expresión tanto de su interioridad como de su visión del mundo y, en el caso de Rosendo Tello, se manifiesta a través de su corpus poético y, también, de sus memorias. Pero aquí se va a poner el acento en las manifestaciones explícitas sobre la estética y forma de estar en el mundo de Rosendo Tello, basándonos en sus muy poco conocidos artículos, ya que no han sido nunca recogidos en volumen y en sus tampoco muy abundantes entrevistas. Trataremos de cercar así una personalidad compleja y que puede ser evanescente para el observador poco avezado.

No estará de más empezar por el principio: los padres. Incluso el primer poema de su primer libro, Ese muro secreto, ese silencio (1959), es un apóstrofe a ellos:

 

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El campo recorriendo vuestras manos

mojaba, padres míos, vuestro esfuerzo

después de cada cauce recogido.

Bajo el maduro peso de la tristeza estábais

soñabais y eran mudos vuestros labios

para contar el tiempo por el amor tan claro

que abre el aire en los ojos

que anda el cielo en las venas

ese sol tan bravío esa lona revienta

si canta el duro pecho

la juventud el pabellón ardiente de los años




Cantabais la esperanza

los ojos el arado navegaba

la mañana hora a hora subiendo

esa cuesta del pulso

sol a sol y el cansancio

     dónde no surte el mar

     de vuestros brazos fuertes

para saberme hombre

tan sólo de sentirme

      ah qué gran vuelco en vuestro rostro




Este río que sube

      desespera el olvido.




Las ventanas abiertas a un horizonte cuelgan el amor

el amor

esa barca sencilla esas esbeltas nubes

la esperanza

ese bastión de besos que aventura una frente

el aliento

esos barbechos frágiles esa pequeña cueva que traíais

como un espejo abierto

donde sonara el beso florecido de la tierra




      El silencio

ese muro secreto de la vida

 

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En su libro de memorias [1] el poeta nos cuenta que su familia paterna provenía de una estirpe de herreros y la materna, de pastores. En funciones tan hundidas en los principios de la actividad tello-rosendo-jovenhistórica del ser humano es de resaltar cómo los herreros se vinculan con los orígenes matriarcales [2], es decir, lunares, esotéricos y místicos, de la religión, mientras los pastores son la expresión de unas creencias patriarcales, solares, expansivas y monoteístas, que terminarán por imponerse a las antiguas creencias politeístas. Así pues, en los antepasados del poeta se cierra el círculo, en perfecto ouróboros: patriarcalismo en los orígenes maternos y matriarcalismo en los paternos. El poeta nos habla de su “tendencia retráctil al aislamiento y la soledad vigilante” heredada de su madre, utilizando ese adjetivo que va a repetirse en el título que da a la recopilación de su obra completa, El vigilante y su fábula. Obra poética reunida (1959-2004). Años después, Rosendo compendiaría estos influjos o condicionantes protectores de su espíritu, bajo los símbolos de Men y Sen, cuyos iconos coronan la fachada de su casa en Gurrea de Gállego.

Poesía y música van a ir de la mano en todo el itinerario espiritual del poeta, ya desde sus primeros pasos. A los cuatro años acompañaba a su padre a la guitarra y a los seis, afinaba los instrumentos de sus compañeros. Es de entender que, cuando con los dieciséis años cumplidos descubrió el piano en el seminario de Alcorisa, se deslumbrara. Los pájaros cantan y son simbólicamente un estado de espiritualización que representa los estratos superiores del ser. Rosendo tenía un gorrión llamado “Gallito”, que llevaba al campo, lo soltaba y volvía a su mano. Como un ejemplo de las polaridades y contradicciones que afectan a un adolescente sensible en la España de posguerra, el primer poema escrito por Rosendo a los 15 ó 16 años fue un romance popular dedicado a los pájaros, en la onda lírica del extremeño Gabriel y Galán. Pero, además de consagrarles poemas, instado por la hambruna y como hacían sus amigos, a los pájaros les ponía cepos y se los comía. Lo habitual, por otra parte, en un lugar que, como en otros tantos de la España de su tiempo, sólo había una radio, se recibía un único periódico y en el que, como es propio de las sociedades cerradas, se producía una suerte de asfixia de la intimidad, compensada por la intensidad de la vivencia directa de la naturaleza.

Si nos ceñimos al ámbito que debe ocuparnos: el lírico, tres figuras que influyeron decisivamente en los poetas españoles del siglo XX, también afectaron hondamente al joven aprendiz. Dejémosle la palabra:

Unamuno, Machado y Juan Ramón vinieron a tiempo de centrar mi vida en los momentos decisivos de mi primera juventud. Me hicieron romper con ciertos autores y ciertas creencias cuando yo tenía 16 ó 17 años (…) aquello fue un estremecimiento y una revelación. Los tres tenían un hondo sentimiento religioso (…) sin una determinada religión.

Y, entre ellos, la elección, casi desde el principio, estuvo clara:

…ningún poeta tan llegado a tiempo como Juan Ramón para despertar mi sensibilidad y adaptarla a la intimidad heredada, e incisa en lo más profundo del alma de mi pueblo (…) y es que el problema de España se refleja, con más virulencia que en lo político, en la expresión formulada por la imposibilidad de hallar la fuente y el cauce normal de la existencia [3].

Tras este deslumbramiento inicial, adviene el impacto propiciado por la lectura de Sumido 25 de Miguel Labordeta hasta el que, en 1949, lo condujo un amigo. Rosendo Tello quedó sorprendido por la originalidad de su palabra y la independencia de su actitud. Años más tarde, se encontraría con él personalmente: José Antonio Labordeta, al que Rosendo había impartido clases recién salido del seminario, lo llevó al grupo formado en torno a las tertulias de la cafetería Niké, donde inició la necesaria socialización dentro de un contexto en el que, por la inopia cultural, era difícil el crecimiento en solitario. El poeta se referiría en más de una ocasión a ello: “Niké alentaba un mundo cultural apasionante que unificaba a todos sus componentes en la marginalidad y en la clandestinidad (…) con un espíritu unificante debido al influjo libertario del surrealismo [4]”.

Por otra parte, el grupo era cualquier cosa menos homogéneo ya que en él “se confunden el profesor con el total autodidacto, el obrero con el hombre de carrera, el joven de holgada extracción burguesa, con el de humilde ascendencia campesina. Todos convivieron en amistad [5]”.

Precisamente, a la década de los cincuenta, tan fundamental en su formación intelectual y humana, se referiría posteriormente el poeta en el mismo artículo:

Y si es verdad que cuantos vivimos en ella tuvimos la experiencia pero no su sentido, también es verdad, que, al correr de los años, el sentido se impone a la experiencia y los acontecimientos más significativos, por insignificantes que parezcan, se retraen a las profundidades [6].

En la formación de Rosendo Tello influyó grandemente Paul Eluard. Años más tarde declararía en una entrevista firmada por Antón Castro: “…poseía un mundo fantástico donde lo individual y la imaginación surrealista se fundían con lo colectivo. Era un poeta social iluminado y yo leía sus poemas al viento por el campo”. Fue todo el verano de 1956 el que Rosendo pasó leyendo el libro de Eluard que, aunque no se cita explícitamente, hubo de ser Quince poemas, en la traducción de Gabriel Celaya. Había sido publicado dos años antes Guadalajara por la colección Doña Endrina, que dirigía Antonio Fernández Molina.

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Los libros

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tello-rosendo-ese-muro-secreto-ese-silencio016Los primeros frutos de este proceso formativo granaron a finales de la década de los cincuenta. Miguel Labordeta empujó a su hermano José Antonio a publicar en su colección Orejudín, el que sería el primer libro de Rosendo Tello, Ese muro secreto, ese silencio (1959), canto a la tierra bajo los influjos del citado Eluard y el surrealismo. Rosendo se referiría después a él como un libro de una pureza virginal, aunque hubo también un tiempo en que prefirió olvidar estas primeras etapas de su obra poética.

Otro canto a la tierra son también los poemas que la revista Argensola publicó en 1968 con el título de “Elegía a la piedra”, que el poeta describe como “una toma de conciencia de la tierra fuerte y tremenda de Huesca (…) un canto a Huesca, al paisaje oscense”, escrito en metros clásicos, como el soneto, la décima o la canción.

Rosendo apenas publicó en la década de los sesenta, que fue de trabajo y profundización intelectual, al menos hasta 1969, fecha de publicación de Fábula del tiempo (1969), inicio de su primera pentalogía y que obtuvo el Premio San Jorge [7]. Siguiendo con el propósito de este artículo, procuraremos utilizar las palabras del poeta para describir su obra. En este caso, sus versos inciden también la temática de la tierra, la familia, el paso del tiempo… A este propósito, Salvador Espríu habló de un alto y raro poeta y puso sus sonetos a la altura de los grandes maestros castellanos. Sin embargo, como se ha apuntado, Rosendo confesaba a Domínguez Lasierra que estas obras primerizas “las borraría de un plumazo”, aduciendo que, aunque siempre se busca la obra perfecta y cada libro puede ser un paso más hacia ella, con el paso del tiempo, se evidencian las imperfecciones.

Cuando en 1973 publica El libro de las fundaciones [8], el poeta todavía no cree haber alcanzado la excelencia y afirma que su obra anterior no ha tenido otra misión que crear un clima de lo que va a ser la posterior. Desde una perspectiva heideggeriana, para el autor: “la poesía es la fundación del ser por la palabra”. Tello pretende fundar el yo esencial para pasar al tú esencial pero para ese paso de lo individual a lo social hay que fundar, es decir, dar fondo, llenar ese yo vacío para no crear una poesía despersonalizada. Tras esta fundación del yo, está la del mundo, cuya imagen hemos perdido y debemos reconstruir desde fuera de los tópicos para lo que es imprescindible la tercera fundación, la del lenguaje, que ha caído en la trivialización y hay que refundar. Rosendo habla de lo estereotipado y adocenado del lenguaje de la poesía social pero, al mismo tiempo declara en 1973: “Creo firmemente en la función social de la poesía. Hay que bombardear el mundo con versos [9]”.

Paréntesis de la llama (1975) es, en su escritura, anterior -fue escrito entre septiembre de 1969 y julio de 1970- a Libro de las fundaciones. La génesis de este nuevo poemario fue la inflamada contemplación desde la colina de San Jorge en Huesca de un incendio de rastrojos al atardecer, que se funde con la puesta del sol. “El hombre viene de la tierra y, en afán de eternidad, debe encender la hoguera de su vida que ilumine la oscuridad de la noche”. En una segunda parte, “De la llama a la tierra”, el hombre vuelve de nuevo a esta, como si hubiera muerto, lo que, como una premonición, coincidió con la muerte real del padre del poeta, lo que depara la magnífica elegía que anuncia la tercera parte del libro “De la tierra al sueño”. Ahí aparece cavando la tierra para desenterrar su vida y hacerla resurgir en llama iluminante de la eternidad. El ser, aunque muerto, subsiste en su paisaje, habla desde los árboles en una suerte de metafísica panteísta y mística que anula el ser para fundirse en un cosmos de claras reminiscencias becquerianas

Su siguiente libro, totalmente determinado por la luz, fue Baladas a dos cuerdas (1979). El título alude a la dualidad entre lo épico y lo lírico; el descenso ad inferos –al abismo de Hécate- frente a la espiritualización. Ahí asistimos a las zozobras del poeta, sus contradicciones y polaridades. Un viaje por el interior de uno mismo que se muerde la cola. Rosendo parece un pitagórico, casi un emanatista. Un heterodoxo a su pesar, él que tanto ha procurado en su vida social el guardar las buenas formas.

Meditaciones de medianoche (Olifante, 1982), poemario sensorial de perfecta armonía y cadencia, responde a su título por el predominio de la introspección poética. El libro despliega un universo onírico donde pugnan las potencias de la luz y de la sombra. También, la persecución de la belleza concretizada en la luz, el autorreconocimiento en un espacio árido y despiadado, caracterización de su propia tierra. La noche y la reflexión, el peregrinaje lírico a un mundo interior, con un sutil manto de esperanza en la inevitable integración de contrarios son otros de los aspectos de esta obra tan densa como fascinadora.

Las estancias del sol (1990), escrito a partir de 1975, contiene nueve estancias –como los círculos del Dante- en las que culmina su recorrido solar. Se trata de un viaje por espacios ilusorios y tello-rosendo-las-estancias-de-solmágicos, hacia la infancia y hacia el amor, hacia su propia constitución ancestral en la que se conjugan la tierra, la poesía, lo masculino y lo femenino, el sol y el agua, los regímenes diurno y nocturno. Pero siempre, la búsqueda de la luz, el símbolo del ideal por naturaleza, el intento de entender a través de la poesía, la certeza de no comprender…

Con este libro culminaría la pentalogía comenzada en su escritura cronológica con el Libro de las fundaciones. Cinco libros que constituyen una meditación sobre el ser personal y colectivo de la tierra: su ser metafísico-poético y físico-cultural. Y no olvidemos la importancia que para el poeta tienen los títulos de sus poemarios, cuyo sentido no siempre es fácil de desentrañar para el lector.

Ocho años transcurrirán hasta la publicación del siguiente libro, Más allá de la fábula, pero en ese interregno aparecerán tres, aunque breves, significativas entregas de poesía en forma de plaquettes. Caverna del sentido (1992) viene a constituir un puente entre la etapa anterior y la siguiente, mientras Oráculos (1996) es un opúsculo que anticipa los poemas de Augurios y leyendas de un tiempo que se va. Finalmente, Confesiones en vísperas de domingo (1996) es, según afirmación del propio autor, su libro más directo y confesional.

Como se ha dicho, tras varios años sin publicar un libro completo, Más allá de la fábula (1998) supone una inmersión en la realidad y en el orbe de las experiencias personales. De lo solar pasamos al nocturno de la vida, a la decadencia, la poesía es ahora un mecanismo soteriológico, que nos redime de las desdichas del tiempo.

Augurios y leyendas de un tiempo que se va (2000), en el que el autor se desdobla en voces diversas, es un libro complejo protagonizado por el tiempo, donde repasa las edades de su vida. Cuatro partes que simbolizan las cuatro etapas de ese trayecto: infancia y adolescencia, juventud, madurez y ancianidad. La historia se hace leyenda y el tránsito hacia el lugar deseado se vincula con el tema poético por antonomasia, “el ideal inaccesible”. Así, la tierra, el tiempo y los personajes, que experimentan una transformación respecto a sus libros anteriores: La tierra no es sólo ya la de una geografía real o soñada sino el lugar utópico que jamás será contemplado, la imagen del deseo o de la idea inalcanzable. El tiempo es el del pasado y el del presente, abocados a un futuro problemático, de signo oracular, como enuncia el título. Los personajes se desdibujan y se desvanecen en el tiempo. El sujeto lírico se desdobla en un entorno sombrío. Liberado de la tierra, el poeta vuelve a ella para enraizarse desde el augurio y la leyenda, con un fondo de pesimismo.

Otra breve entrega, Consagración al alba (2004), supone un regreso a la tierra y a la infancia, para recrear en el pasado vivencias que no se tuvo ocasión de experimentar.

tello-rosendo-el-vigilante-y-su-fabula010Un año más tarde, Prames, que, a partir de aquí, será la editorial más constante en la publicación de la obra de Tello, dará a las prensas el volumen de más de setecientas páginas, que contiene su lírica completa hasta el momento, El vigilante y su fábula. Obra poética reunida (1959-2005). La edición de todos los libros publicados por Rosendo Tello, más uno inédito, Hacia el final del laberinto, significa eso que se ha dado en llamar un acontecimiento. Ningún poeta aragonés del siglo XX lo había logrado en vida, si exceptuamos el caso muy peculiar de Ramón J. Sender, que en 1974 publicó en Aguilar su Libro armilar de poesías, con casi toda su obra poética, por otra parte, creación marginal respecto a su narrativa, pero, por muchas razones que no son del caso, pocas cosas hay parangonables entre ambos autores.

Esta publicación coincidió con la concesión al poeta del Premio de las Letras Aragonesas en 2005, lo que dio lugar a que el Gobierno de Aragón editase una antología [10], En el corazón de la luz (2006), y a que se le dedicara al asunto una atención algo mayor de la habitualmente otorgada a la poesía en los medios de comunicación, que, por cierto, no se corresponde con la repercusión crítica obtenida por la obra del poeta. A pesar de la alta valoración de su personalidad lírica, en palabras de José Carlos Mainer, la suya es “la voz más importante, rotunda y original de la poesía aragonesa de hoy”, apreciación, con unos u otros matices, compartida por muchos. Sin embargo, la triste situación que en España padece la poesía y la dificultad y exigencia que la aquilatada expresión lírica de Rosendo Tello reclama al lector ha deparado que la atención crítica recibida haya sido realmente escasa, salvo las consabidas reseñas pergeñadas a la aparición de cada libro. De cualquier modo, la intensa indagación autobiográfica que con el título Naturaleza y poesía (1931-1950). Memorias, que Rosendo Tello publicara en 2008, tuvo también una muy favorable acogida.

Antes de entrar en los últimos libros es indispensable dedicar unas palabras al poemario inédito incluido en las obras completas, Hacia el final del laberinto, que, como libro independiente, sería publicado por Heraldo de Aragón en 2010. Libro diáfano, de prodigiosa naturalidad expresiva y en el que el estupor reemplaza a la indagación pero fértil en relámpagos, en lucidez, en precisión sustantiva. La simbología, heliosística o lunar, de la anterior poesía de Tello ha dado paso ahora a un léxico exacto y desengañado que nos recuerda al último Cernuda, las imágenes de filiación vanguardista que siempre habitaron su poesía se han convertido en reflexión desnuda, en anhelo de fundación, en distanciada mueca.

El regreso a la fuente (2011) es una muestra más de la consistencia y unidad evolutiva de la mirada rosendiana. Para el escritor, el arte es una acción que crea pensamiento. El poeta vive en su torre de marfil ensoñada y deja de vivir la vida anodina, mutándola por otra más auténtica porque está entroncada con la belleza y el deseo.

tello-rosendo-revelaciones-del-silencioMagia en la montaña (2013), cuyo leitmotiv es la experiencia de un encuentro entre poetas y lectores celebrado en el pueblo pirenaico de Morillo de Tou en 1996, y Revelaciones del silencio (2015) son los dos últimos libros del poeta. Esta, por el momento, postrera muestra de su quehacer poético se acoge, como en un bucle, a su primer título, Ese muro secreto, ese silencio (1959), y, además, a modo de eco, utiliza citas de otros de sus libros para encabezar cada una de las partes de éste, que es, entre otras cosas, una suerte de mirada y reflexión totalizadora -intensa, agradecida, melancólica, desencantada…- acerca de su vida y de su obra. El poeta se autocita porque el libro es un compendio de sí mismo y por tanto, tiene mucho que ver con el resto de sus poemarios y -en lo que tiene de regresión y de examen- también, con, Naturaleza y poesía, sus interrumpidas memorias. La muerte planea sobre todo el libro, desde el primer exordio (Vendrá una dama blanca) y el primer poema, detello-rosendo-naturaleza-y-poesia-memorias008 ecos rubendarianos, metáfora de la vejez y la despedida, “Presentimiento invernal”, hasta el homenaje al silencio, patria de la memoria, del que cierra la obra [11]. Pero el rasgo más notable del enfrentamiento con ella es la serenidad, la aceptación melancólica y un punto perpleja del destino. Pensamiento y sentimiento son guardianes del milagro de la vida hacia la muerte pero ahora priva el segundo. Poesía, pues, mucho más contemplativa que especulativa, el mundo exterior y el paisaje interno observados bajo el manto incomprensible del transcurso del tiempo, tiempo que no sólo es el sucesivo sino el que fulge en el interior. Y, junto a la revelación del título, no puede dejar de figurar el silencio, el de su primer poemario y, como dice en otro lugar de este libro, quizá, la música que escuchamos tras la muerte. De la misma forma, el poeta espera que, cuando se haya ido, resonará en nuestra memoria su silencio. No todo es abstracción en esta obra: el lugar y la casa natales, los antepasados, los amigos, la familia, la naturaleza, a la que siempre Rosendo amó físicamente, son referencias precisas y emocionantes a lo largo de estos poemas serenos y turbadores, elementales y clásicos, por lo eterno de sus centros de atención y, claro está, por el primor de su lengua.

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Rosendo Tello en Alloza, 1986

Repasada su obra, no estará de más aducir unas cuantas consideraciones sobre el concepto de Poesía que a lo largo de su vida ha acuñado el autor con la mayor coherencia. Tello entiende la Poesía como leyenda, como relato mítico y épico. Su obra es un viaje iniciático al fondo de la tierra, al fondo del mar, al fondo de los infiernos y, en cuanto a su comunicación, escucharemos al creador: “En mi poesía se expresa el sueño y el deseo de que sujeto (poeta y lector) y objeto (realidad o mundo) puedan convivir un día en armonía y que esa armonía se exprese mediante un lenguaje sin la falsificación que imponen las convenciones sociales”. Respecto a su imbricación en su propia ser, la poesía es “su religión y el único agarradero de su vida”.

En cuanto a nombres, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, T. S. Eliot, Jorge Manrique, San Juan de la Cruz, Paul Eluard. Salvador Espriu y Heidegger se cuentan entre las influencias explícitamente admitidas por él.

La tarea del arte es configurar un mundo por la forma. “La poesía dice lo que puede decirse y lo que no puede decirse: la fable y no inefable y lo dice de otra forma” [12]. O, expresado de otro modo: “La música es una forma sin contenido, es pura forma, y la poesía, cuanto más se parece la música es mejor poesía, es puramente poesía. A la poesía la mata el pensamiento lógico [13]”.

El poema surge como un chispazo. A veces aparece, dada una palabra, por el sistema que los matemáticos llaman estocástico, brotan a continuación otras palabras imantadas por aquella. Lo demás va emergiendo como solicitado de alguna manera por la palabra primera o el verso primero, obedeciendo a un ritmo interior que nos canta dentro: “La poesía es una luz que súbitamente nos ilumina. Quien muere de conocerse, vive de buscarse”. Y ello sólo es posible en la soledad del creador.

La poesía es siempre canto, incantación, magia. Tiene un componente definitivo de entusiasmo, entendiendo esta palabra como “en-zou-siasmós”, endiosamiento. Sin fe en el canto no puede haber poesía. El llanto va unido con frecuencia al canto como soledad, como desarraigo, como abandono radical frente al mundo. Y volvemos a la soledad. Al desvincularse de una realidad mostrenca, aparecen en la poesía los hermetismos. Llega un momento en que hasta el poeta más vulgar se siente “incomprendido”.

La poesía interroga, no ofrece explicaciones. En la configuración de la pregunta es donde, en todo caso, puede estar la respuesta. La poesía nos hace vivir despiertos nuestros sueños, de nuestro subconsciente.

Es cierto que hay unos universales del sentimiento. Nos conmueve hoy Homero, como conmovía a los griegos. O Francisco de Quevedo, desde su autenticidad total… Los filósofos parten de las palabras para llegar a la verdad. En cambio, los poetas parten de la verdad para llegar a las palabras… Puede el poeta parecer un despistado pero la antena vigilante le lleva de la verdad a la palabra. El mal poeta sólo va de la palabra a la palabra.

En 1985 dice Rosendo Tello: “Da la impresión de que todos los poetas se han quedado en blanco, como si tras la dictadura, no se hallase un blanco al que tirar. No aparece en perspectiva un frente tello-rosendo-1985-x-rogelio-allepuzverdadero contra el que luchar, como cuando la poesía tenía aquel encanto de acometida. Hoy el enemigo se halla encubierto, se ha vuelto fantasmal… todo atenta hoy contra la poesía, la indiscriminación cultural, la confusión del rábano por las hojas, la masificación absoluta, la confusión de los objetivos con los medios, la intromisión decorada de los enemigos de siempre. Quizá en lo que menos ha avanzado nuestra sociedad con respecto a años anteriores sea en el campo poético: desde arriba, los mismos dictadores, el mismo terrorismo cultural de los caciques” [14].

¿Qué piensa, pues, el poeta de Aragón y sus poetas, de sus contemporáneos, él que tanto ha reflexionado sobre el espíritu poético aragonés, que ha escrito prólogos, apadrinado presentaciones y guiado los pasos de tanto poeta bisoño [15]? Sobre los más nombrados dejó escrito que I. M. Gil, Pinillos y Labordeta son las “figuras que descuellan aunque ninguno ejerció un estricto magisterio”. No nos proporciona aquí juicio estético acerca de ellos aunque en otros lugares mostró su admiración por muchas de las facetas de la atormentada lírica de Miguel Labordeta. Pero, cuando tiene que inclinarse a la difícil concreción sobre un conjunto, escribe:

Independencia e inconformismo es el resultado del libre vuelo de la soledad de nuestros máximos creadores. El autor aragonés parece entrar en la poesía saqueándola. Se sitúa ante ella con desplante, que puede ser barroco conceptista o expresionista, o surrealista.

Y, respecto a los influjos:

…la receptividad del aragonés se muestra particularmente sensible, allí donde el contenido se encrespa en la expresión. No es de extrañar que todos ismos hayan encontrado eco muy propicio. Lo ingenioso –conceptismo en la troquelación de neologismos-, lo difícil, lo hermético, deslumbran la pupila de nuestros creadores. Se siente aversión por lo academicista y el verdadero espíritu creador habrá que buscarlo en el verso libre o en el versículo (…) Cuando cantan a su propia tierra lo hacen sin descriptivismo pintoresco o costumbrismo tópico. Ninguna escuela nacional adquiere tonos tan patéticos y recriminadores; a nuestra provincia se han dirigido cantos terribles, de cruda crítica, de visión espeluznada (…) en el amor se canta en tonos sobrios y enterizos (…) La expresión es muchas veces poco armónica, poco colorista, poco musical (…), puede más cierta profundización metafísica y, sobre todo, lo afectivo expresado en bronco y elemental directismo.

Al fin, el poeta es un ser trágico, abandonado a la indefensión de su palabra desvalida en el sentido de dar paso en él a la libre circulación del universo. El aragonés intenta situarse de espaldas a una tradición, entre otras razones porque todo artista aragonés que empieza sabe muy intuitivamente que ha de librar una feroz contienda contra el medio. Saturno devorando a sus hijos es un fantasma siempre recordado [16].

Y en otra ocasión, diez años más tarde: “La convivencia se ha dado con mucha dificultad en Aragón: del hombre con el medio, del hombre con sus instituciones, del hombre con el hombre” [17].

Quiero terminar con una reivindicación de la prosa ensayística de Rosendo Tello en la que también he basado estos apuntes, tan mal conocida, tan dispersa en publicaciones, muchas veces difícilmente consultables, y, sobre todo, tan llena de profundidad, originalidad y con una lengua tan bella como la de su poesía.

Fuera de la tesis doctoral sobre Juan Gil-Albert y de su inacabada indagatoria sobre La vida de Pedro Saputo, ninguna de ellas publicada ni siquiera parcialmente, su trabajo ensayístico de más alcance son las casi cien páginas que constituyen la introducción a la revista Orejudín [18]. Establecimiento metalírico (1958-1959), donde Rosendo Tello acomete un repaso por el espíritu de las revistas poéticas aragonesas desde Noreste (1932-1935) hasta aquella y, después, analiza los contenidos de la publicación que dirigió José Antonio Labordeta.

Entiendo que sería una buena iniciativa publicar una selección de los artículos, prólogos [19], reseñas y críticas [20] del poeta –e incluso de alguno de sus escasos cuentos [21], a los que no he tenido tiempo de referirme- para tener, así, una más cabal comprensión de su “todo interno”, como diría su admirado Juan Ramón.

Y, para suscitar el ánimo de la lectura de la prosa de Rosendo, concluyo, con un texto, precedente de la citada edición de Orejudín (pp. 82-83) sobre el rapsoda cántabro Pío Fernández Cueto:

Fernández Cueto cayó de pie en Zaragoza para asumir el personaje pintoresco y peregrino que convenía a la bohemia zaragozana. Su estampa de recitador vagabundo, extraño juglar tocado de pájaro piante y mendicante en tiempo de penuria y escasez, fundía a la gracia de su conversación salpicada de anécdotas sobre escritores, artistas y poetas, su pasión por la poesía cuyo espíritu encarnaba su magra figura. Era un mensajero, un noticiero de tierras fronterizas que se deleitaba hablando, e inventando, sobre Federico, Vicente, Gerardo, Dámaso, Blas…, como si de sus propios familiares se tratara. Vivía, o malvivía de la poesía, del canto y del cuento, heroico pícaro antiheroico que lo mismo resbalaba sobre las miserias humanas con la libertad de las aves evangélicas que sorteaba los abismos con su sable de eterno asalariado de la poesía y los poetas. Vivía de los préstamos que saldaba con pagarés poéticos.

Por unas deshilachadas memorias suyas que M. Labordeta publicó en Despacho literario, puede enterarse el lector de la franca, libre, atrabiliaria e irredenta caracterización personal. Era santanderino y llegó a Zaragoza, de vuelo por todas las Españas, en la década de los 50, atraído y traído por M. Labordeta. Pronto se las ingenió para recorrer todo Aragón sin perdonar rincones –entidades oficiales, institutos, colegios, etc.- que le pudieran proporcionar unas migajas. Como el aedo antiguo, conjugaba con seriedad la investidura sacra del numen con la suelta aventura existencial del bufón.

Pío, como gran recitador que era, tenía momentos muy desiguales y momentos brillantes y geniales, sobre todo cuando se arrancaba a improvisar en la intimidad de un grupo de amigos. Entonces los poemas salían de su boca como recién creados, desligados de su malla formal para convertirse en pura figura interior. Nos enseñó a comprender la poesía porque la situaba delante de nosotros con cuerpo visual y plástico exento (…) Subrayaba silencios y pausas, presionaba sobre los accelerandos o ritardandos musicales, se suspendía en los finales de los versos o en sus inicios. Afinaba la voz como un violín o la apretaba contra el velo del paladar para saborear los vocablos poéticos como una pasta…

(…) Con él la poesía se convirtió en instrumento complejo por la variedad de registros que utilizaba, y no en instrumento de una cuerda que ha venido a ser la poesía desde los 50 en adelante: recitado monótono de confesión monocorde, sin brillo expresivo y sin resonancia artística. La presencia de Fernández Cueto entre nosotros fue como una presencia escrita en el viento, pero que marcó toda una época en la manera de entender y sentir la poesía. Una época que no tendrá sustitución posible.

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Rosendo Tello con su gato Horus, 1985

 

 

 

                              

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[1] Naturaleza y poesía, Zaragoza, Prames, 2008.

[2] Mircea Eliade, Herreros y alquimistas, Madrid, Alianza, 1974.

[3] “Divagaciones personales en torno a la década de los cincuenta”, Pomarón. 1925-1987. Pintor-Fotógrafo-Cineasta, Diputación de Zaragoza, 2001, p. 29.

[4] Ibidem, pp. 35-36.

[5] Heraldo de Aragón, 17-X-1975.

[6] Pomarón… p. 24.

[7] A partir de 1975 decidió no concurrir a premios literarios..

[8] Se trata del primero que publicó fuera de Aragón. Concretamente, en la prestigiosa colección El Bardo, dirigida por José Batlló, que también acogió a otros poetas aragoneses. Rosendo también había realizado para ella la edición de poemas póstumos de Miguel Labordeta que tituló Autopía (1972).

[9] Heraldo de Aragón, 22-V-1973.

[10] En 1975, la Delegación Provincial de Cultura de Zaragoza había editado otra breve compilación de sus poemas anteriores con el título Antología (1959-1975).

[11] Recuérdense los dos últimos versos del primer poema de su libro inicial: “El silencio / ese muro secreto de la vida”.

[12] Heraldo de Aragón, 22-V-1973.

[13] El Día de Aragón, 6-I-1985.

[14] El Día de Aragón, 6-I-1985.

[15] Algunos de estos textos: “Literatura aragonesa del siglo XX. Una aproximación”, Andalán nº 14-15, 1-IV-1973. “Aproximaciones a una imaginación poética creadora”, Heraldo de Aragón, 17-X-1975. “La imaginación poética aragonesa” en Cuadernos monográficos de Cultura Aragonesa”, El Día de Aragón, 2-II-1986. Recogido en Javier Barreiro, La línea y el tránsito, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1990, pp. 85-89. Orejudín. Establecimiento metalírico (Edición e Introducción). Zaragoza, DGA, 1991, pp. 3-89.

 

[16] Heraldo de Aragón 17-X-1975

[17] El Día de Aragón, 6-I-1985.

[18] No confundir con la colección del mismo nombre, dependiente de ella.

[19] En este momento recuerdo los dedicados a Raimundo Salas, Las piedras y los días, (1972), Miguel Labordeta, Obras completas (1972) y Autopía (1972), Carlos Cezón, Las margaritas (1976), José Antonio Rey del Corral, Poemas. Selección 1964-1967 (1987) y Jose Verón Gormaz, A orillas de un silencio (1995). Pero habrá alguno más.

[20] Algunas de ellas son las dedicadas en 1977 a Jorge Urrutia, Francisco Brines, Ramón de Garciasol y Jose Manuel Blecua. En 1978, a Goya, Miguel Luesma, y Joaquín Sánchez Vallés. En 1979, a Mariano Esquillor, Ana María Navales y Mariano Roldán. En 1982, a Juan Gil-Albert. En 1987, a José Antonio Rey del Corral. En 1988, a Julio Antonio Gómez. En 1989, a Manuel Pinillos. En 1990, a Andrés Ortiz Osés y Carlos Bousoño. En 1992, a José Hierro. En 1993, a Manuel Vil. En 1995, a José Verón. En 1997, a Andrés Trapiello. En el año 2000, de nuevo a Joaquín Sánchez Vallés. En 2001, a Guillermo Gúdel. En 2004, otra vez a Juan Gil-Albert y en 2005, a Andrés Ortiz-Osés y Ramón José Sender.

[21] Algunos títulos: “Por el jardín del sol”, “Mombor o la mirada frenética”, “La mirada de Dania”.

 

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Entrevistas consultadas (orden cronológico)

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-Juan Domínguez Lasierra, “Rosendo Tello y su Libro de las fundaciones” (“Creo firmemente en la función social de la poesía. Hay que bombardear el mundo con versos”), Heraldo de Aragón, 22-V-1973.

-Juan Domínguez Lasierra, “Rosendo Tello y su Paréntesis de la llama” (“Toda intuición es oscura. La labor del poeta consiste en esclarecerla”), Heraldo de Aragón, 15-I-1975.

-Antón Castro, “Rosendo Tello, poeta en Aragón” (“Todo atenta hoy contra la poesía”). El Día, 6-I-1985.

-Juan Domínguez Lasierra, “Rosendo Tello”, Heraldo de Aragón, 17 de octubre de 1975.

-Mercedes Ventura, “Una tradición repleta de simbologías” (sobre la Semana Santa en Aragón), El Periódico de Aragón. 6-IV-1993.

-Juan Domínguez Lasierra, “Rosendo Tello, de la evocación épica a la vivencia lírica”, Heraldo de Aragón, 12-XI-2000.

-Ricardo Vázquez Prada, “Personaje saturniano. Rosendo Tello”, Criaturas saturnianas, 1, 2º semestre 2004, pp. 11-19.

-Sin firma, “Rosendo Tello, Premio de las Letras Aragonesas 2005, Encuentros nº 20, diciembre 2005, pp. 12-13.

-Antón Castro, “Entiendo la poesía como leyenda, como relato mítico, como épica”, Heraldo de Aragón, 32-V-2006.

-Juan Domínguez Lasierra, “Rosendo Tello Aína, El poeta en la espiral del laberinto”, Crisis, pp. 52-60.

-Juan Marqués, “Dentro del laberinto. Una conversación con Rosendo Tello”, Campo de Agramante nº 20, primavera-verano 2014, pp. 25-40.

 

javier-barreiro-rosendo-tello-angel-guinda-morillo-de-tou-1996

Javier Barreiro Rosendo Tello y Ángel Guinda en Morillo de Tou, 1996

 


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