Sagrario Ramírez

Sagrario Ramírez Martínez
Escritora de relato de viaje, novela y cuento

Sanación

El refugio de Goriz en lo alto del cañón de Ordesa estaba insufrible, no podía caber más gente en tan poco espacio, pero intentaste dormir en la leonera abarrotada. La tormenta te obligó, era una locura plantearse siquiera un vivac en alguna de las balmas de roca que bordean la subida hacia las cimas a tres mil metros.

No querrías compartir tu espacio con hordas ruidosas y felices, pero la realidad te superó; hasta allá arriba llegaron familias al completo con sus niños y todo.

Buscabas tú la calma ¡Idiota! Y fuiste a caer en una aglomeración como las de El Corte Inglés en día de rebajas.

Todo estaba aún tan reciente. Te habías vuelto huraña. Cierto que no existía ningún culpable, pero odiabas al género humano en general y a los niños en particular…

Pasaste una noche tan infinita envuelta en ronquidos y ventosidades que te hizo escapar antes del alba de aquel refugio infernal. Conocías el camino.

Las pedreras empinadas e interminables hacia la majestad de las Tres Serores: El Cilindro de Marboré, el mal llamado “Perdido” y el Soum de Ramond. Alcanzaste con las primeras luces el ibón helado y la enforcadura de caída vertiginosa. El lago de Tucarroya y la brecha que se despeña al lado francés esperaban allá, muy al fondo.

El sol tempranero engañó y volvieron niebla y mal augurio. Nada de volverse atrás.

Con cuidado, ve con mucho tiento. Conoces el paso hacia el glaciar moribundo de la cara Norte y ya estas fuerte.

Los médicos no le dieron mayor importancia a tu caso, lo ven a diario: primeriza, un aborto espontáneo de apenas cuatro faltas, mejor así, la naturaleza ¡Cabrona! es sabia. Te recuperarás; estás joven y fuerte. Sí, mucho, pero vacía. ¡Maldito verano de familia y amigos que tuvieron que invadir tu casa triste con sus preciosos cachorros!

Por intuición y a tientas vas bajando por la roca entre niebla sólida, hasta alcanzar la chimenea, negra y empapada, que cierra el paso hacia los neveros algo menos empinados que bordean el gran lago de Tucarroya.

¡Si caes aquí estás jodida! El cuerpo se vuelve atención: respira hondo, busca apoyos en la mala roca, en pocos metros destrepando llegas a la rimaya del glaciar y calzas los amigos crampones, esos que te han llevado por los peores sitios.

Calma, paso a paso, la nieve dura del otoño temprano te recibe amable y con tu viejo piolet vas hacia el lago ya invisible. En penumbra neblinosa, remontas y buscas el corte de la bajada, el Balcón de Pineta. Silencio y niebla. Soledad total ¿No la buscabas? Toda la soledad del mundo es tuya en ese momento.

Por suerte llegó el viento desde el Norte en tu ayuda y entre ráfagas de nubes viste que estabas muy alta, habías subido hasta los cortados del pico de Pineta. Descenso por la línea de cresta, el cuerpo en tensión y, al encontrar la única brecha practicable para el descenso y avistar La Val de Pineta, mil metros más abajo, una calma agradecida te fue invadiendo. Y emprendiste la bajada interminable por el sendero zigzagueante entre laderas empinadas.

Apenas recuerdas nada más, solo que una paz parecida a la felicidad se fue decantando en tu alma herida. Querías ver de nuevo a tu compañero y querías fragor de vida junto a ti.

El paso por la tormenta aquietó la mala sangre que te envenenaba las entrañas y el olor del bosque te recibió con el augurio de mejores momentos por venir. Volverías a traer vida, ¡Seguro!

La montaña te había curado.

Una vez más.

 

Sagrario Ramírez Martínez


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