Santiago Espinosa
Bogotá, 1985. Poeta y ensayista, traductor, profesor de la Universidad Central y del Gimnasio Moderno de Bogotá, donde dirige la Escuela de Maestros. Es egresado en Literatura y Filosofía en la Universidad de los Andes, con una Maestría en Filosofía de la misma institución. Es el autor de Escribir en la niebla, compilación de ensayos sobre 14 poetas colombianos, y de los libros de poesía Los ecos (2010), Lo lejano (2015), El movimiento de la tierra (2017), ganador del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2016, y de las antologías Luz distinta (México, 2017) y Para llegar a este silencio (2017), publicada por la Universidad Externado. La editorial Planeta publicó El libro de los animales, poemas para niños de todas las edades, de la que fue compilador. Este año se publicó en Italia Detrás de lo que escribo siempre hay lluvia, antología de sus poemas traducida por Emilio Coco.
Canción de los beduinos
En las tardes, llegando al cuarto
de lo profundo de la fiebre o las tormentas
se oye el canto monótono de los beduinos.
Nadie sabría el sentido de aquellas voces,
recordaría Ungaretti años más tarde,
quizá hablaran de barcos
enrutados al misterio
de una mujer de Nínive
o un caballo.
“Esa canción lejana era el poema”,
decía el poeta alejandrino.
Cuando salían de las toldas el viento
había borrado los cantos del desierto.
Ciudad
La luz de mi ciudad tiene un tamiz
de sombras,
como lavada en los naufragios
que la alzaron sobre el cerro.
Los nogales convertidos en cruces
y las gavias en ministerios,
un resplandor de oro
en las vitrinas del tiempo.
La lluvia vuelve a juntar
estragos en un agua
de murmullos y cenizas
moviendo arenas.
Cae la humedad como si entrara
un potro frío a los cinemas.
Y se oyen voces
en las calles rotas
y voces que les responden
en las plazas desocupadas.
La niebla se vislumbra en el café.
Tiene algo de ballena
cuando brama contra los cerros.
De un galeón fantasma
que partirá sobre las cumbres
cuando suba la marea.
Abajo la ciudad, arrojada con todas
sus luces en un cruce de huesos
y de estrellas. Tenía razón el que decía,
“no pierda el tiempo descubriendo
su ciudad, hay que inventarla primero”.
El otro
Pasa un hombre
el niño
que fue
lo mira
con rabia.