Autor: David Mayor.

JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ GARCÍA, LA LITERATURA Y LA VIDA

La profundidad de la tarea intelectual de José Luis Rodríguez García, el largo recorrido de su obra, intensa y plena de registros, hace de este poeta, profesor de filosofía, ensayista y narrador, una de las personalidades más destacadas de entre quienes habitamos en este lugar, también de letras, que es Aragón. Nació en León y estudió en Madrid, pero vive desde hace más de cuarenta años en Zaragoza, de cuyo barrio universitario es vecino principal. Aunque cruza la plaza San Francisco casi a diario, elegante siempre, tocado con sombrero negro en invierno y blanco en verano, camino del campus y unas clases siempre esperadas con entusiasmo de veinte años y ganas de vivir, impartidas con el cuidado de quien ama el conocimiento de los libros y los pájaros, José Luis Rodríguez vive el barrio con más dobleces que las universitarias: ha conocido la periferia de las viejas pensiones de Fernando el Católico allá por los setenta, cuando era un clandestino “González”; el rumor débil de las heladerías en invierno, paisaje para quienes se pierden por los caminos y las costumbres; el grito inocente de niños que cambian cromos en la plaza San Francisco y compran esos tebeos que cuentan historias formidables en Buenos Aires o en Nueva York. Además, nunca ha perdido contacto ni con la sombra de las tabernas, que abren y cierran cada vez menos auténticas y más homologadas, los humos perdidos para siempre, ni con el desorden de las librerías. El barrio de la universidad, tan burgués en la corta distancia, ha sido para él abundante en historias de personas sin fortuna, de mujeres golpeadas, vagabundos, voces en el desierto. Un barrio de relojerías que nos recuerdan que el pasado sigue haciéndose ahora, como anotara Walter Benjamin, de ópticas donde se pulen los cristales magníficos que acompañan la vida, lo vivido y lo vivible. Porque José Luis Rodríguez es escritor de la vida, sobre todo es eso: la escritura y la vida. Pero una no es un reflejo de la otra, eso no es posible; una y la otra son lo mismo.

IMAGEN 2Esta escritura, que es vida, está recorrida por varias constantes: el pensamiento sobre la existencia y el modo en que esa existencia puede ser desvelada o no por la imaginación, la razón, la metáfora, la intuición o el discurso político. Estas constantes, que se repliegan sobre sí mismas, están en el primer libro de poemas que publicó, Origen de las especies (1979) –también, incurro en el atrevimiento, en los anteriores libros no publicados– y en el último, Estado de sitio (2016); están en sus novelas y cuentos, como Al final de la noche (1999) o Incidencias (2016); en sus ensayos como Mirada, escritura, poder (2002) o El hilo truncado (2011). Su reflexión sobre autores como Hölderlin, Artaud, Celan, o Sartre arraiga en esas constantes. Siempre encontramos una reflexión sobre la posibilidad e imposibilidad de conocer la verdad, de trascender lo inmediato en la escritura. Un desafío inscrito en la modernidad que ha asumido como propio poniendo de manifiesto una y otra vez que no hay espejo que valga en la escritura, que la identidad del sujeto se caracteriza por la inconsistencia, que hay plural simulacro pero nunca copia. La verdad acaso sea un temblor, una ausencia, puro devenir, vida a fin de cuentas. El escritor, el poeta, se acerca a la verdad de la vida, a su perturbación y reconoce su fractura, pero jamás puede acceder a universalidad alguna, porque no la hay.

“La máquina que pone en marcha el Poeta –nuestros poetas…– es el artificio que certifica la verdad del ser como apresuramiento y gozo de disolución (…) La tarea del Poeta se limita a decir que no hay nada que aparentar puesto que todo es lo que se escapa, lo que apenas nombrado, ya no es sino huella y memoria”, escribe Rodríguez en El hilo truncado. Y eso es, precisamente, lo que pone en marcha en sus libros, sean o no de poesía lírica: decir la verdad como gozo de disolución, decir para que haya huella y memoria junto a la ausencia, acaso como relato de dicha ausencia.

“Reconozco los plurales nombres/ de la felicidad./ –escribe en En la noche más transparente (1993)– Odiar la traición, / jugar a dibujar el mundo/ con colores inventados y frágiles,/ surcar la memoria como si otro/ fuera el que soy./ Aprender a hablar con los pájaros.” Esa pluralidad que es la vida, ora felicidad ora melancolía, en un diálogo inevitable, es memoria del yo que no deja de ser otro, otros. “Los ríos de la vida se tuercen con frecuencia –escribe en Al final de la noche (1999), derivan retorciéndose extrañamente, se ocultan y emergen con aguas de diferente color, con el renovado aroma de las tierras subterráneas.” La memoria y la vida, que siempre resurge renovada, torcida, hermosa como escribir en el agua, en la arena, en un vidrio, como detenerse a mirar, como leer las páginas dobladas y la tinta de los márgenes. “Acompáñate de tu pasado en el espejo,/ pues la memoria es tan hermosa como el animal/ sin nombre. –escribe en Luz de géminis (1992)– Y, cuando comprendas/ que nunca estuviste con nadie,/ abre los libros y llena la casa de músicas/ y olores, pronuncia en voz alta/ palabras de vocabularios extranjeros”.

“Y quedará esa palabra leve, teñida de tristeza insuperable,/ como un sombrero arrojado a la basura”, escribe en Vidrio y alambre (2011). Cabe preguntarse –ustedes lo estarán haciendo–: ¿Cuál es esa “palabra leve”? “Vivir” es la palabra. “Escribes que es inútil vivir” dice el verso de José Luis Rodríguez que acompaña a los anteriores. El poema se titula ‘Sin título’. Se trata de la vida. No es otra cosa la escritura que vida sin título; en su imposibilidad de representación definitiva, en su constante devenir, está la vida. Escribir que es inútil vivir es hacer vivir. Cada verso es el intento por delimitar la existencia. Siempre un intento del que apenas queda huella pero crea memoria.

Al comienzo de su imprescindible Crítica y clínica, Gilles Deleuze dice que la literatura es “un paso de Vida” y que, por lo tanto, no puede imponer una forma sino que es constante devenir, informe, siempre inacabada. Un paso de Vida: el relato de lo que vamos siendo hasta devenir-imperceptibles. No hay representación sino búsqueda: eso es la literatura tal y como la entiende nuestro poeta. La literatura como vida frente a la vida del mundo, que, en el caso del mundo, apunta Deleuze, no es devenir sino detención. “De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados”. Y ante ese mundo que es detención, la escritura, recuerda el filósofo francés, es entonces “iniciativa de salud”. De ahí que aun reconociendo la imposibilidad de la forma, José Luis Rodríguez García escriba y escriba libros. Libros que son una constante tensión entre el devenir imperceptible de la vida y una escritura que nos sana. Libros a los que uno vuelve por la noche. Libros de un poeta formidable con el que quizás usted se cruce cuando pasee por el barrio de la Universidad, con el que uno disfruta con una caña de cerveza, mientras tiene la suerte de vivir sus palabras.

Autor: David Mayor.

David Mayor ha publicado los libros de poemas En otra parte (Pre-textos, 2005), Otra novela (cartonerita niñabonita, 2011), 31 poemas (Pre-textos, 2013) y Conciencia de clase (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014). Codirige el sello editorial Los Libros del Señor James.


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