Borja Echeverría
Señales
A grandes rasgos, el Universo es una concentración caótica de materia que tiene millones de años. Pero lo que muchos no saben es que, en sus ratos libres, también hace de guía espiritual. Según me han explicado mis compañeros de yoga, el Universo conoce todos nuestros sueños y está deseando revelarnos la forma de alcanzarlos. Si queremos descubrirla, solo tenemos que ponernos en sintonía con él. Esto puede ser bastante complicado, ya que, como cualquier concepto abstracto, el Universo resulta difícil de localizar. Unas veces es parte de todos los seres vivos, otras está a millones de años luz y, de vez en cuando, toma forma humana y se pasea por el parque que hay debajo de mi casa.
Ayer volví a verle. Estaba sentado en su banco de siempre, echando pan a los patos. Conseguí armarme de valor y me senté a hablar con él. Resultaba mucho más majestuoso de cerca. Tenía una larga melena plateada, recogida en un moño, y llevaba una de sus famosas camisetas psicodélicas, plagada de galaxias y estrellas.
—Mi vida no está yendo como debería —le confesé—. ¿Qué puedo hacer para arreglarlo?
En vez de contestar, el Universo metió la mano en su bolsa de papel y lanzó un puñado de migajas al agua. Siguió así un buen rato, sin abrir la boca. Estuve a punto de perder los nervios, pero antes de marcharme miré a mi alrededor y comprendí su mensaje.
—Recibido —dije guiñándole un ojo.
El Universo no respondió, tampoco hacía ninguna falta. Su voz me llegaba alta y clara.
Para los que no lo conozcan, el Universo suele ser bastante parco en palabras. Mis compañeros de yoga me explicaron que nunca da respuestas sencillas. En lugar de decirte «haz esto» o «haz aquello», prefiere enviarte señales, pequeños mensajes ocultos que debes descifrar. Eso sí, es muy importante tener la mente abierta y estar atento para no perdérselos.
Cuando hablé con él en el parque, un hombre pasó andando delante de nosotros, seguido por un precioso pastor alemán. Recordé que, durante mi infancia, siempre quise tener un perro, pero mis padres me lo prohibieron por algún motivo. Como no podía ser de otra manera, el pastor alemán alejándose de mí simbolizaba que estaba dejando escapar mis sueños infantiles. Tras esta revelación, cogí el coche y fui a la perrera, dispuesto a adoptar un cachorro. Lo que no sabía es que el Universo aún no había dicho su última palabra.
Mientras conducía de regreso a casa, acompañado de mi nuevo amigo, un anuncio de radio llamó mi atención. Haití estaba siendo diezmado por una fuerte tormenta y miles de personas habían perdido su hogar a causa de las inundaciones. Una prestigiosa ONG pedía, en la medida de lo posible, que ayudásemos a esa pobre gente con un donativo. Estaba claro que se trataba de una señal. Sin dudar ni un segundo, hice una parada rápida en el banco, saqué todos mis ahorros y los invertí de la mejor forma: comprándome un barco. De pequeño quería ser marinero, y resultaba evidente que inundar Haití era la forma que tenía el Universo de recordarme ese deseo.
Ni siquiera había llegado a mi casa y ya me había convertido en el dueño de un perro y un barco, ¡menuda tarde! Aun así, todavía me quedaba un último mensaje por abrir en mi buzón de voz espiritual. Al aparcar, me di cuenta de que había estacionado mi coche junto a una furgoneta azul. Eso solo podía significar una cosa: tenía que tirarle los tejos a mi jefa. No había duda, era la única manera de interpretarlo.
Tras pasar unas semanas siendo más receptivo a las señales, estoy seguro de que el Universo conspira para cambiar nuestras vidas, pero no a mejor precisamente. Ese cabrón quiere buscarnos la ruina. Por su culpa me he quedado sin trabajo, algo que no me viene demasiado bien, ahora que tengo que pagar los plazos del barco. Si por lo menos pudiese disfrutarlo más a menudo… Al parecer, surcar los océanos y vivir en Cáceres son dos cosas incompatibles. Cada vez que quiero darme una vuelta tengo que hacer un viajecito hasta la playa más cercana, en Portugal. De todas formas, supongo que acabaré estando más tiempo en el barco, ya que he tenido que vender mi casa para saldar las deudas. Creo que disfrutaré de unas largas vacaciones en alto mar, acompañado solo por mis pensamientos y mi fiel perro, al que soy alérgico. Dios, cómo odio a ese chucho.
Antes de levar anclas y empezar con mi nueva vida, hay una última cosa que debo hacer. No puedo marcharme sin darle las gracias al Universo por todos sus dones, así que bajo al parque y espero cerca del lago a que ocupe su lugar. Ni siquiera le doy tiempo a sentarse. En cuanto se aproxima a su banco favorito, salgo de entre los arbustos y me abalanzo sobre él.
—¡Me has jodido la vida! —grito, apresando con mi mano una de las galaxias de su camiseta. Muerto de miedo, el Universo me dirige la palabra por primera vez.
—¿Quién eres?
—No disimules, hijo de puta. Hablé contigo y me diste unos consejos terribles.
—Ah, ya entiendo. Eres uno de esos pirados. Siempre os hago el vacío y aun así seguís viniendo.
Casi me dejo engañar. Aunque el Universo parece sincero, seguro que esto forma parte de sus juegos retorcidos. No voy a permitir que me confunda otra vez.
—Si me estabas haciendo el vacío, ¿por qué me mandaste todas esas señales?
—¡Yo no te he mandado nada! No sé de dónde sacáis ese rollo de las señales.
Ya no sujeto al Universo con tanta fuerza. Empiezo a tener la sensación de que estoy haciendo el ridículo.
—Pero los libros de Paulo Coelho…
—¡Y dale con Paulo Coelho! ¡No conozco a ese tío!
Viendo que mi ira se disipa, el rehén se libera de mi agarre. Retrocede lentamente y extiende los brazos, dando a entender que no tiene nada que ocultar.
—Mírame. ¿Cómo voy a decirles a los demás qué hacer con sus vidas? ¡Si no sé qué hacer con la mía!
Vuelvo a contemplar al Universo en toda su extensión. La primera vez que me encontré con él pensé que su aspecto era el de un espíritu libre, alguien que estaba en todas partes, sin establecerse en ningún sitio. Ahora me doy cuenta de que esa descripción también podría aplicarse a cualquier vagabundo.
—Las cosas me iban bien —sigue diciendo—. Aparecía en esos documentales de la BBC. Incluso Stephen Hawking, un premio Nobel, no paraba de hablar sobre mí. Ahora, ¿qué me queda? ¡Os pensáis que soy un horóscopo!
El Universo se derrumba, cayendo pesadamente sobre el banco. Noto que todo a mi alrededor se tambalea. Las cosas en las que creía han resultado ser mentira. ¿Hay algún sentido detrás de esto? ¿Merece la pena seguir esforzándose? Podría hacerle cualquiera de estas preguntas a mi acompañante, pero de entre todas las dudas existenciales que se me pasan por la cabeza, una me intriga especialmente.
—¿Cómo era?
—¿Cómo era qué?
—Ya sabes, tener éxito en la vida, seguir tu destino.
El mendigo me mira incrédulo. Ríe como si hubiese dicho algo gracioso.
—Mi éxito no fue planeado, simplemente pasó. ¿Has visto los documentales en los que salgo?
No hace falta que responda, la cara de despiste que pongo habla por mí. Parece que el Universo me conoce bastante mejor de lo que yo le conozco a él.
—Al principio yo no era nada, literalmente. De repente, ¡bum! Hubo una gran explosión y ahí estaba, con mis galaxias, estrellas, constelaciones…
Mientras pronuncia su discurso, el vagabundo vuelve a extender los brazos. Su camiseta se ensancha, imitando la continua expansión del cosmos.
—No tenía ningún propósito, solamente existía. Entonces aparecisteis vosotros. Empezasteis a interesaros en mí, tratabais de descubrir mis misterios. Me sentía, ya sabes… El centro de mí mismo.
—Ojalá lo supiera.
—No es como crees. Cuando solo piensas en el éxito y en impresionar a los demás, dejas de disfrutar las cosas. Acabas desperdiciando tu vida.
El vagabundo da por terminada la conversación y mira fijamente las profundidades del lago. Recojo su bolsa de papel, que ha acabado en el suelo después de mi ataque sorpresa, y me siento a su lado. Damos de comer a los patos, en silencio. Las migas se posan sobre las oscuras aguas, formando constelaciones de pan. Perdemos la noción del tiempo. No tenemos ataduras, ni decisiones que tomar. Me siento en paz. Por primera vez en mi vida estoy en sintonía con el Universo.
Borja Echeverría