Solo de violonchelo
Un acorde al aire, lejano,
allá donde reside la luz de Euterpe,
y luego, -como siempre-
el Chelo se hace humano.
Aquella voz, soberana y firme,
vibra en su vientre oscuro
y se abre al aire con ojos de ternura,
rocío para secos rincones de tristeza.
Su canto íntimo, su voz morena,
ofrecen color mezzo de madera desnuda,
¡Chelo eterno!, de melodía vencida.
Tu música, de carne roja,
me lleva a otro mundo distinto,
remoto, de dentro,
a una herida sin sangre,
honda nostalgia de rara hermosura.