OBRA GANADORA DEL IV CONCURSO NACIONAL DE TEXTOS TEATRALES “VILLA DE HECHO” 2013
La obra de teatro titulada Té en Samarra, de Ozkar Galan Pérez, ha obtenido el primer premio del Concurso Nacional de Textos teatrales convocado por el Excmo. Ayuntamiento de Valle de Hecho (Huesca) y la Asociación Aragonesa de Escritores (AAE)
En esta cuarta edición del Concurso han participado un total de 42 textos, algunos procedentes de fuera de nuestras fronteras (Israel, Cuba y Argentina).
El premio fue entregado el día 23 del pasado mes de noviembre en la Gala literaria que se celebró en la Villa de Hecho. Se contó con la presencia del autor y se realizó una lectura teatralizada de la obra ganadora.
———————————————————————————————————————
[Tetería a las afueras de Rabat. Varias personas en diferentes mesas. Joan juguetea con un objeto minúsculo entre los dedos. En otra mesa Raquel lee sin demasiada atención un libro. Mira por encima del libro, analiza a Joan, toma su pequeña mochila y se acerca a la mesa de Joan.]
Raquel.- Tú eres Joan ¿verdad?
Joan.- Perdona. ¿Nos conocemos?
Raquel.- Naturalmente. ¿No me recuerdas?
Joan.- Sí claro…, tú estabas en…, ¿en un concierto?
Raquel.- Sí, en algunos. No te acuerdas de mí.
Joan.- [Joan analiza a Raquel. No encuentra nada en ella que le ayude] La verdad es que no. ¿En serio nos conocemos?
Raquel.- Y nos besamos.
Joan.- Eso lo recordaría.
Raquel.- Bueno, no debí causarte demasiado impacto.
Joan.- Perdona, pero es que…
Raquel.- Demasiados besos en poco tiempo, Don Juan.
Joan.- ¿Despechada?
Raquel.- No demasiado. Pero yo sí que recuerdo aquellos besos. Sueles causar ese efecto.
Joan.- Pues…, qué casualidad que nos encontremos aquí.
Raquel.- El destino, supongo.
Joan.- Sí, el destino. Puede ser. ¿Y hace mucho que nos conocimos?
Raquel.- Mucho. Al principio me ha costado un poco reconocerte. Has cambiado.
Joan.- ¿Y cómo lo has hecho?
Raquel.- La mirada, el gesto, la forma de pedir…, ese pin. John Dankworth y su saxo. Nunca me dejaste tocarlo. Dijiste que era único.
Joan.- Esto es…, impresionante. Me conoces, conoces a Dankworth…, vale; es una broma.
Raquel.- ¿Disculpa?
Joan.- Me estás tomando el pelo.
Raquel.- No sé por qué lo dices.
Joan.- Bueno, es un tanto extraño. Dices que nos conocemos, que nos hemos besado, conoces mis objetos más preciados y me encuentras por casualidad en una tetería de Rabat.
Raquel.- Doña suerte es una puta.
Joan.- Es como que te toque la loto.
Raquel.- Pues debo ser el premio gordo.
Joan.- [Con desconfianza] Ya. Qué afortunado, ¿no?
Raquel.- Si lo prefieres me voy.
Joan.- No, por favor. Disculpa.
Raquel.- Es incómoda esta posición.
Joan.- Cierto. Siéntate, por favor.
Raquel.- ¿Seguro?
Joan.- Absolutamente.
Raquel.- Pensé que nunca me lo ibas a pedir.
Joan.- Vamos a intentarlo de nuevo. ¿Por qué no empezamos desde el principio?
Raquel.- Soy Raquel: atractiva, ingeniosa, inteligente, antes llevaba gafas…
Joan.- Raquel…, si…, creo que…
Raquel.- Y sagitario.
Joan.- Espera…, claro, ya sé. Ya te recuerdo, pero hace mucho.
Raquel.- ¿En serio? ¿De qué color eran mis bragas nuestra última noche?
Joan.- Es una pregunta extraña.
Raquel.- Es una pregunta cromática.
Joan.- [Piensa] Negras.
Raquel.- Bingo.
Joan.- ¿En serio?
Raquel.- No.
Joan.- Mierda.
Raquel.- Pero casi. Hoy llevo las bragas negras. A conjunto. Semitransparentes, pero no tienes ni idea de quién soy.
Joan.- Me gustaría conocerte. Has despertado mi curiosidad.
Raquel.- Mmm. Recordando a Raquel. Suena interesante. Se me ocurre algo. Hagamos como que no nos conocemos, así no tendrás remordimiento de conciencia por olvidar una mujer como yo.
Joan.- Negras y transparentes.
Raquel.- Semi. A conjunto. ¿Hola, está esta silla libre?
Joan.- ¿Tenemos que hacer todo esto?
Raquel.- Siempre puedes decirme que esta silla está ocupada o que ya tienes una cita.
Joan.- Ni de coña. No, está libre. Por favor, siéntate.
Raquel.- ¿Me estás mirando las tetas?
Joan.- ¿Qué? No, no que va.
Raquel.- ¿Qué pasa, no te gustan? No me digas que te parecen pequeñas
Joan.- ¿Cómo? claro que no…, no, están bien, o sea…, son…
Raquel.- ¿Te parece que están caídas? ¿No tienen bonita forma?
Joan.- Claro que tienen bonita forma.
Raquel.- Entonces si que me estás mirando las tetas.
Joan.- No…, claro que…, ¿Por qué hablamos de tus tetas?
Raquel.- Me parecía un buen tema de conversación, pero no te preocupes, solo estaba rompiendo el hielo. No me digas que prefieres el clásico “estudias o trabajas”
Joan.- Supongo que no.
Raquel.- ¿No te preguntas por qué me he acercado a tu mesa?
Joan.- Sí, claro. ¿Qué te ha hecho venir hasta aquí para sentarte conmigo?
Raquel.- ¿Que te ha hecho a ti el olvidarte de quién soy?
Joan.- No hagas trampas. Hemos empezado de cero.
Raquel.- Bien; he notado que estabas solo, y me has parecido una persona interesante.
Joan.- ¿Así, sin más?
Raquel.- Tomo lo que quiero, no necesito un guión que me diga como hacerlo.
Joan.- Eso me gusta.
Raquel.- ¿Quieres decir que te gusta que las chicas tomen la iniciativa?
Joan.- Supongo.
Raquel.- ¿Te gusta ser manejado?
Joan.- Depende de quién me maneje.
[Raquel se invade demasiado el espacio de Joan]
Raquel.- A mí me gusta ser manejada. Aunque a veces pierdo los papeles y soy yo la que controla.
Joan.- Nos están mirando.
Raquel.- Que se jodan.
Joan.- Empiezo a sentirme incómodo.
Raquel.- [Vuelve a su sitio] Te has reblandecido.
Joan.- Quizás solo me he templado.
Raquel.- No sé si me gusta esa templanza. Mejor me voy.
Joan.- No espera.
Raquel.- Para nada quiero que te sientas incómodo.
Joan.- No estoy incómodo.
Raquel.- Es lo que has dicho.
Joan.- Si, pero lo he dicho por decir.
Raquel.- Nada se dice por decir.
Joan.- Me has…, aturdido.
Raquel.- No quiero aturdirte. Prefiero que te quedes tranquilo haciendo tu crucigrama o lo que hagáis los tíos cuando estáis solos.
Joan.- Solo digo que me parecía que ibas demasiado rápido. Creí que jugábamos a empezar de cero.
Raquel.- Sí, y yo creí que tu me querías para echar un polvo.
Joan.- No, quiero decir…
Raquel.- ¿No?
Joan.- Sí, claro…, pero esto es demasiado fácil.
Raquel.- ¿Me estás llamando fácil?
Joan.- [respira] Eres un poco complicada ¿sabes?
Raquel.- [Que sigue en pie con intención de irse] No entiendo a los tíos. Os pasáis la vida queriendo hacer una peli porno, y luego os rajáis.
Joan.- Vale, ya es suficiente. Vamos demasiado rápido.
Raquel.- Sí, es suficiente. Si no eres capaz de seguirme el ritmo, mejor será que me vaya.
Joan.- Raquel, por favor, siéntate. Hablemos.
[Raquel recapacita; se tranquiliza.]
Raquel.- Sí… ufff… hoy estoy un poco pasada ¿verdad?
Joan.- No, tranquila.
Raquel.- No sé lo que me pasa. No es normal.
Joan.- No, entiendo lo que dices, y tienes razón, pero es que me cuesta un poco…, todo esto.
Raquel.- Entiéndelo, estoy emocionada. Lo nuestro fue muy fuerte.
Joan.- Pero es que no sé qué fue lo nuestro.
Raquel.- Eso duele ¿sabes?
Joan.- ¿En serio, me has seguido hasta aquí?
Raquel.- [Como sorprendida, sobreactuando] ¡Oh Dios mío, no quería confesarlo! Quede prendada de tu hermosura, creo que esto ya es patológico. No puedo vivir sin ti. Por las mañanas siento que se me cae la piel a tiras, no como, no duermo…. [Normal, estrecha la mano.] No, qué va. Raquel, filología francesa. En paro. Viaje de placer. Ya te he dicho que ha sido una casualidad. ¿O me estás siguiendo tú a mí?
Joan.- No. Joan, músico. Profesor, compositor, cantante…, ya sabes de mi vida.
Raquel.- No desde hace tiempo. ¿Que haces aquí?
Joan.- Vendo. Vendo a Dankworth.
Raquel.- Estás de coña. Nunca venderías ese pin.
Joan.- No es un pin. Es un alfiler de corbata de oro macizo que se mandó hacer para un concierto muy especial.
Raquel.- ¿Cómo lo conseguiste?
Joan.- Fue hace mucho tiempo y no de una forma demasiado limpia. Una timba de poker en Las Vegas. Estuve a punto de ser casado por Elvis al margen del coma etílico.
Raquel.- ¿Tú o él?
Joan.- Ambos. Bueno, las cosas no van demasiado bien. Puse el alfiler a la venta, y me ofrecieron una muy buena cifra.
Raquel.- ¿Has oído hablar de Ebay?
Joan.- Lo he vendido por Ebay.
Raquel.- ¿Has oído hablar de la paquetería urgente?
Joan.- No es un artículo que se pueda vender a ciegas. Es un objeto muy valioso, el comprador vendrá con un experto, mirará el certificado…, no sé.
Raquel.- ¿Merece la pena?
Joan.- Al que lo compra y me ha pagado el billete parece que sí. A mí también. Me dará dinero como para seis o siete años.
Raquel.- ¿Tanto?
Joan.- Ya te he dicho que es un objeto exclusivo. Además te he encontrado a ti.
Raquel.- Adulador. ¿Le importará al comprador?
Joan.- No creo que le importe que esté acompañado. Puedo hacerte pasar por mi secretaria.
Raquel.- O por tu amante.
Joan.- Le pareceré un afortunado. Después podemos irnos a quemar Rabat. ¿Te importa esperar?
Raquel.- He esperado mucho tiempo.
Joan.- ¿Qué sabes de mí? Ya sabes, cosas que no podrías saber por tener acceso a facebook.
Raquel.- Sigues desconfiando.
Joan.- No, quiero tener claro hasta cuanto me conoces.
Raquel.- Cosas que no salgan en facebook. Sé que estás circuncidado, sé que te depilas completamente, sé que eres tienes una letra china minúscula en la nalga izquierda, sé que vives por encima de tus posibilidades y sé que has estado casado.
Joan.- Por Elvis, y fui obligado.
Raquel.- Pero casado al fin y al cabo.
Joan.- ¿Y sabes que he estado en la cárcel?
Raquel.- No, no lo sabía.
Joan.- No pareces impresionada.
Raquel.- No me impresiona.
Joan.- Puedo ser peligroso.
Raquel.- Me aburre la charla típica de macho alfa. Te recuerdo más galante. Más adulador.
Joan.- Si estuviésemos en otra parte, te invitaría a una copa y la conversación sería más…
Raquel.- ¿Aburrida? Mira, Joan, no te lo tomes a mal, pero ligar en un bar con una copa está sobrevalorado. Cualquier gilipollas mono, depilado y heterosexual es capaz de hacerlo. Hacerlo a tu manera es lo que tiene mérito. Impresionar, ligar.
Joan.- A mí mas bien me parece que eres tú la ligas conmigo.
Raquel.- ¿Eso te parece nuevo? Ya me acusaste de eso anteriormente. Mi mirada te decía “ven a mí”. Nosotras no ligamos. Elegimos quién queremos que nos ligue; así es más divertido. Damos pistas, ayudamos, pero nunca decimos que te estamos ligando. Los hombres sois animales de costumbre. El perro viejo no aprende trucos nuevos.
Joan.- Eso es muy feo.
Raquel.- Esa es la realidad. Los hombres no estáis preparados aun para que os liguen. Sois demasiado…, básicos. Os gusta la caza, y a nosotras nos gusta veros revolotear. Nos gusta el juego.
Joan.- ¿Todos los hombres somos depredadores?
Raquel.- Y las mujeres. Los hombres alardeáis de garras y músculo. Nosotras somos arañas que esperamos a que caigáis en la red. Somos nosotras las que os llevamos a la ratonera.
Joan.- Ya; porque pensamos con la entrepierna.
Raquel.- Porque cuando creéis estar de caza, nunca sabéis si vais tras un cervatillo o un jabalí.
Joan.- ¿Y tú que eres? ¿cervatillo o jabalí?
Raquel.- La última vez, me tocó ser cervatillo.
Joan.- Supongo que eso me da el papel de presa esta vez. Sigo sin saber nada de ti. ¿Te molestaría que te hiciera algunas preguntas?
Raquel.- No hagas que esto se convierta en algo aburrido. Por favor, no empieces con un “¿qué hace una chica como tú en un sitio como este?”. Pregunta cuanto quieras.
Joan.- “Un, dos, tres, responda otra vez”.
Raquel.- ¿Qué?
Joan.- Un antiguo programa de televisión. Juventud, divino tesoro.
Raquel.- ¿Hay sexo después de los cincuenta?
Joan.- ¿No preguntaba yo?
Raquel.- No seas egoísta.
Joan.- ¿Soy el único cercano a los cincuenta que te has tirado? Es una pregunta complicada de responder. Supongo que sí. Menos cantidad, más calidad.
Raquel.- Eso suena a impotente. Es como el que te dice que “el tamaño no importa”. Suena a pichacorta.
Joan.- Más calidad, créeme.
Raquel.- Supongo que solo hay un modo de comprobarlo.
Joan.- En varias posturas. ¿Soy el único mayor de cincuenta que te has tirado?
Raquel.- Creí que eras cercano a los cincuenta.
Joan.- Cumplo cincuenta y uno la semana que viene. Contesta a la pregunta.
Raquel.- Nunca me he tirado a uno mayor de cincuenta.
Joan.- Puede ser toda una experiencia.
Raquel.- ¿Tienes problemas con ligarte a jovencitas?
Joan.- Tú ya no eres una jovencita.
Raquel.- Tampoco soy vieja.
Joan.- No tendría problemas con intentar ligarte.
Raquel.- Otra vez.
Joan.- ¿Cómo?
Raquel.- Con intentar ligarme otra vez.
Joan.- Bien.
Raquel.- ¿Estás excitado?
Joan.- Puede que esté más intrigado que excitado.
Raquel.- La curiosidad mató al gato.
Joan.- La satisfacción lo resucitó.
Raquel.- Buena frase.
Joan.- Sigue atenta. Suelto maravillas semejantes a menudo. ¿Que hice para conseguir ligar contigo la última vez?
Raquel.- He cambiado mucho desde entonces.
Joan.- Nadie cambia tanto.
Raquel.- Te mostraste sereno, mucho más maduro que yo entonces; creo que en el fondo te aprovechaste de mi inexperiencia.
Joan.- ¿Tan inocente eras?
Raquel.- ¿Cómo es posible que no recuerdes lo nuestro? ¿tantas mujeres hubo en tu vida?
Joan.- Hubo muchas, pero yo tampoco me explico cómo es posible.
Raquel.- Supongo que solo significaban para ti sexo.
Joan.- No, no creo que…
Raquel.- Supongo que nunca diste demasiada importancia a ninguna.
Joan.- Raquel, en serio. Deberíamos hablar de otra…
Raquel.- Supongo que nunca tuviste en cuenta lo que ellas pensaban, lo que ellas sentían, lo que ellas querían.
Joan.- Te equivocas, siempre he tratado a las mujeres como princesas.
Raquel.- ¿Como princesas? ¿Antes o después de levantarles la falda? ¿Has pensado alguna vez si hacías daño a alguna?
Joan.- Nunca tuve esa sensación.
Raquel.- Nunca tuviste esa sensación ¡Pues yo si la tuve!
Joan.- No lo recuerdo.
Raquel.- [Da una bofetada a Joan] Ni siquiera recordabas mi nombre. ¿Cómo ibas a recordar si me hiciste daño?
[Silencio. Joan queda petrificado. Raquel musita.]
Raquel.- [Levantándose] Esto ha sido un error. Lo siento mucho, no debería haber empezado. Yo invito.
Joan.- Raquel…
Raquel.- Siento haberte pegado. No debería haberlo hecho. Será mejor que me vaya.
Joan.- No, espera. Por favor, siéntate.
Raquel.- No. Lo nuestro se terminó y se terminó. Ni siquiera debería de recordarlo, debería de esconderlo en una cajita y tirarlo al fondo del mar. Tú tienes tus cosas que hacer aquí, yo debería estar…, esto es un viaje de placer, yo debería estar divirtiéndome y eso.
Joan.- Yo me estaba divirtiendo.
Raquel.- Hasta que te he abofeteado.
Joan.- Por culpa mía. Por algo que hice.
Raquel.- No. No puede ser por tu culpa. No puedo culparte de lo que ni siquiera recuerdas.
Joan.- No sé lo que te hice, pero, hablemos. Ahora me preocupa.
Raquel.- ¿Qué sentido tiene después de tanto tiempo?
Joan.- Para mí tiene sentido. Quiero saber que nos pasó. Quiero saber en qué te hice daño. Quiero saber cómo solucionarlo.
Raquel.- ¿Te gusta que te abofeteen?
Joan.- Me gusta pensar que a veces, la vida te da segundas oportunidades. A veces, tienes la suerte de poder enmendar algo que sin querer hayas hecho.
Raquel.- No te voy a perdonar.
Joan.- Puedo intentar compensarte.
Raquel.- Pero no te voy a perdonar.
Joan.- Probablemente yo tampoco me perdone a mí mismo, pero quiero saber qué salió mal. ¿Qué te hice?
[Se sienta]
Raquel.- Desapareciste.
Joan.- No lo recuerdo.
Raquel.- Yo sí.
Joan.- Y aun te duele.
Raquel.- ¿Qué lees en mis ojos cuando te digo que desapareciste?
Joan.- Leo rabia. Joder, eres como una pequeña joya ¿qué idiota te dejaría marchar?
[Raquel huele el café, lo disfruta.]
Raquel.- El café es el opio del mundo civilizado.
Joan.- ¿Qué?
Raquel.- Es lo que determina nuestra edad. Tomamos café cuando nos hacemos adultos.
Joan.- [Intenta entrar de nuevo en la conversación] Sí, el café es lo que nos determina como adultos.
Raquel.- Me encanta el café. Eso también es culpa tuya. Nunca lo había probado, me daba asco, pero tu boca sabía a café.
Joan.- Cuéntame como nos conocimos.
Raquel.- No lo recuerdo bien. En el parque, supongo. Yo acostumbraba a ir al parque con mis libros. La primera vez que te vi, no creí que te interesase. Ya te he dicho que siempre he sido muy inocente.
Joan.- Y yo un bribón.
Raquel.- Sí. Tú un verdadero bribón. Te acercaste, me hablaste, me comentaste lo que sabías de libros, me tocaste el pelo y me invitaste a tu casa.
Joan.- ¿Así de directo?
Raquel.- Tú lo has dicho. Un bribón.
Joan.- ¿Y después?
Raquel.- ¿Después qué?
Joan.- Que qué pasó después.
Raquel.- Después pasó lo que pasó. Repetimos aquella cita muchas veces.
Joan.- Nos enamoramos.
Raquel.- No. Creo que solo fui un capricho.
Joan.- Joder…, no puede ser. No logro recordarte ¿qué coño pasa aquí?
Raquel.- Eso me gustaría saber.
Joan.- ¿Recuerdas mi casa?
Raquel.- Fue hace tiempo. Era una casa pequeña, pero tenías un piano. Recuerdo que era un piano precioso, oscuro, pero no negro. La tapa estaba siempre abierta, y a un lado había un paño, gris. Si alguien tocaba el piano, tu pasabas el trapo.
Joan.- Recuerdo ese piano.
Raquel.- ¿Aun lo tienes?
Joan.- No. Hace años.
Raquel.- No recuerdo de que me hablabas, pero no parabas. Explicabas cosas muy interesantes, te veía como un gran sabio, experto en toda materia. Yo estaba anonadada. Me abrazaste. Me besaste el cuello, las mejillas, la boca…, me rozaste con el ápice de tus dedos todo el cuerpo, pero no follamos.
Joan.- ¿No querías?
Raquel.- No.
Joan.- ¿Qué más?
Raquel.- Nada más. Nada más por ahora.
Joan.- ¿Por qué te abandoné?
Raquel.- Supongo que no te convenía. Poco después te casaste. Viéndome como soy ¿por qué crees que me abandonaste?
Joan.- No lo sé…, esto es demasiado cambiante para mi gusto.
Raquel.- ¿Crees que soy complicada, viciosa, clásica, varonil?
Joan.- Creo que eres complicada.
Raquel.- Complicada. Suena a epitafio “Ella era complicada”. ¿Princesa o bruja?
Joan.- Creo que eres una princesa que quiere ser bruja.
Raquel.- Eso es lo más acertado que has dicho.
Joan.- Alguna tenía que acertar, aunque fuera por estadística.
Raquel.- Si juegas a reconquistarme a la suerte, no te meterás entre mis piernas.
Joan.- No me queda claro si me estás echando una charla o me estás intentando poner cachondo.
Raquel.- ¿Y si fuera un poco de ambas?
Joan.- Podrías llegar a perder mi atención.
Raquel.- Mis pezones son color avellana, pequeños, puntiagudos y muy sensibles.
Joan.- Teorías vagas.
[Raquel toma la mano de Joan, la mete por debajo de su camiseta hasta dejarla dentro del
sujetador. Deja la mano dentro tres segundos, y la saca.]
Raquel.- Dilo.
Joan.- Está muy caliente…
Raquel.- Como tú.
Joan.- Como yo.
Raquel.- ¿Ves? No es tan difícil captar la atención de un hombre.
Joan.- Esto es una locura.
Raquel.- Me encantan las locuras.
Joan.- ¿Cuando me conociste…, hacía muchas?
Raquel.- Adorabas hacer locuras. Te ponían las locuras.
Joan.- ¿Como qué? Dime alguna.
Raquel.- Fotografiarme desnuda, como a una modelo. ¿Ahora me recuerdas?
Joan.- He de confesar que…, no joder…, no sé de qué me estás hablando, pero me encantaría repetirlo. Mi hotel está bastante lejos, pero aquí al lado hay uno.
Raquel.- ¿Y tú venta?
Joan.- Que le den por culo a la venta.
Raquel.- Podemos esperar cinco minutos más ¿No te preguntas dónde están las fotos?
Joan.- ¿Qué fotos?
Raquel.- Las que me sacaste.
Joan.- ¿Las tienes?
Raquel.- Sí. Tú me las diste. Como aliciente para que no te buscara.
Joan.- Me encantaría verlas.
Raquel.- ¿No preferirías volver a sacarlas?
Joan.- Joder, claro que sí. ¿Lo dudas?
Raquel.- No. La verdad es que siempre fuiste un poco impulsivo.
Joan.- ¿Tú no lo eres?
Raquel.- Antes lo era. Ahora he aprendido a convivir con las cosas.
Joan.- Me das envidia.
Raquel.- Creo que ya sé por qué no me recuerdas.
Joan.- ¿Porque has envejecido?
Raquel.- Eso no ha tenido ni puta gracia.
Joan.- No…, bueno…, no era en serio, solo era una broma.
Raquel.- Muy fuera de lugar.
Joan.- Sí, puede que sí. Perdona si te he ofendido.
Raquel.- Bésame.
Joan.- Aun seguiré con gusto a café.
Raquel.- Pero quiero que me beses.
Joan.- No creo que sea una buena idea.
[Raquel besa a Joan. Raquel sonríe abiertamente.]
Joan.- Te ha gustado
Raquel.- Me ha entusiasmado. Bésame, esta vez quiero que me beses tú.
[Joan besa a Raquel]
Joan.- Sabes deliciosa.
Raquel.- No he sentido nada.
Joan.- Será mejor que lo repitamos.
[Joan besa de nuevo a Raquel]
Raquel.- [Feliz] No lo siento…, no puedes…, ya no puedes provocar eso en mí.
Joan.- Puedo hacerlo mejor si me dejas.
Raquel.- No, no puedes hacerlo.
Joan.- Déjame intentarlo de nuevo.
Raquel.- No. Puedes intentarlo mil veces, pero ya no vas a conseguirlo.
Joan.- Puedes volver a sentirlo, lo juro.
Raquel.- Jamás volveré a sentirlo.
Joan.- Puedo volver a enamorarte.
Raquel.- ¿Qué te hace pensar que alguna vez me enamoré de ti?
Joan.- ¿Y qué quieres sentir en mi beso? ¿pasión? ¿afecto?
Raquel.- No quiero nada de ti.
Joan.- ¿Llevamos aquí una hora, y me dices que no quieres nada de mí? Raquel, creo que en el fondo eres una calientapollas.
Raquel.- ¿Eso crees? Es verdad. Creo que me he comportado como una calientapollas. Mira, para que no te sientas mal, te voy a regalar las fotos que me sacaste en nuestras citas. Así por lo menos te podrás hacer una paja esta noche. [Deja unas fotos sobre la mesa. Joan las mira asustado y las esconde.]
Joan.- ¿Qué es esto?
Raquel.- ¿No te gustan? ¿No te ponen?
Joan.- ¿De dónde has sacado estas fotos?
Raquel.- ¿Qué es lo que te excitaba? En serio ¿mi cuerpo o el gesto de mi cara? ¿qué es lo que te ponía cachondo?
Joan.- No he visto estas fotos jamás.
Raquel.- ¿Cuántos años crees que tengo?
Joan.- No lo sé, no me lo has dicho. ¿Veintisiete? ¿veintinueve?
Raquel.- En marzo cumpliré los veintiuno.
Joan.- Aparentas ser mucho mayor.
Raquel.- ¿Te haces una idea de por qué no recuerdas lo nuestro? Mira la cara de tu modelo.
Joan.- Te juro que te echaba casi treinta…
Raquel.- Mira esa cara aterrorizada. Ya no me haces sentir miedo con tus besos. Ya no soy esa niña de nueve años.
Joan.- No…, tú no eres…, joder…, tengo que irme.
Raquel.- ¿Irte? ¿Ahora tienes que irte? Tienes una cita conmigo, cariño, con tu comprador. No vendes tu alfiler, vendes tu alma.
Joan.- No sé lo que recuerdas que pasó, pero no es como tú lo cuentas.
Raquel.- ¿Quién sacó estas fotos?
Joan.- Yo…, yo no quería….
Raquel.- Piensa en todo eso que te he contado, eso que te ha puesto cachondo. Esa excitación tuya provocó el llanto y el miedo de una niña de nueve años. Piensa en ello.
Joan.- No quiero pensar en nada. Te había borrado. Te había borrado de mi mente para siempre. No tienes derecho
Raquel.- Sobre todo, tengo derecho
Joan.- Deja que me vaya.
Raquel.- ¿Eres ya capaz, amor mío, de recordar todo aquello? ¿Ahora ya no te parece excitante?
Joan.- Raquel, te juro que no sé por qué pasó. Nunca más lo he hecho, lo juro por mi vida, nunca más he hecho algo así. No. Es horrible. No soy un monstruo. No voy por la calle asustando niñas.
Raquel.- Yo tuve mucho miedo.
Joan.- Yo también.
Raquel.- Tú no sabes lo que es el miedo. Tú no sabes lo que es el terror. No sabes lo que es levantarte de la cama sudando, lo que es orinarte encima, lo de gritar por las calles, lo de las crisis de ansiedad. Lo de escuchar de tu boca “la culpa es tuya, tu me mirabas de esa forma”. No sabes lo que es el miedo.
Joan.- No sabía que sintieras eso.
Raquel.- ¿Y qué esperabas que sintiera? ¿amor?
Joan.- No lo sé.
Raquel.- No lo sabes o no te importa.
Joan.- Sucedió una vez. No soy un pederasta.
Raquel.- No, claro que no. Tú solo ibas a los parques donde había niñas, las engañabas, las llevabas a tu casa, las violabas y después las amenazabas. Me violaste.
Joan.- No te violé.
Raquel.- ¿Y masturbar a una niña de nueve años qué es? ¿Qué es fotografiarla desnuda? ¿qué es obligarla a que te tocase? ¿Todo eso qué es?
Joan.- Todo eso está mal, muy mal.
Raquel.- ¿Mal? ¿¿Mal?? Mal es romper un plato, saltarse un semáforo, no pagar impuestos. Lo que tú has hecho, grandísimo hijo de puta es lo peor que se le puede hacer a una persona. [Muestra los brazos] Me intenté suicidar a los doce. ¡A los doce!
Joan.- ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿venganza? ¿dinero? Pide lo que quieras.
[Raquel se calma. Se sienta. Habla sosegada. Joan cree que ha dado en el clavo.]
Joan.- ¿Dinero? En serio quieres dinero. [Silencio] ¿Cuánto? [Silencio]
Raquel.- No tienes dinero. No ofrezcas lo que no tienes. Al principio quería vengarme. Después conocí a una amiga, una psiquiatra en realidad. Me dio un fetiche. ¿No sabes lo que es, verdad? Me dio esta cajita. Es un pastillero. No vale nada, es una baratija de los chinos. Me dijo que lo llevase a todas partes, siempre. Me dijo que todo el odio, toda la rabia, todos los malos pensamientos que tuviera, los fuese depositando en ella. Las ganas de matarte, las ganas de violar a tus hijos, las ganas de abrirte en canal, de desangrarte, de lanzarte por un precipicio, de suicidarme, de arrancarme los ojos…, todo eso, todo lo malo que he sentido en el transcurso de estos años, lo he ido metiendo aquí. Aquí dentro hay tanto odio que rebosa, y ahora, ahora que hemos hablado, ahora que he visto de nuevo tu cara de viejo, tus manos de sátiro, tu lengua de mierda; ahora que no he sentido miedo cuando me has besado, ahora me doy cuenta de que la cajita ya no tiene utilidad. Aquí dentro hay tanta mierda, que puede volver loco al más cuerdo. Quiero que te quedes con toda esta mierda. La he ido guardando para ti, aunque nunca creí que pudiera dártela en mano. Tú me convocaste. Tú pusiste a la venta tu pequeña joya. Yo te la compré.
Joan.- ¿Tú?
Raquel.- Yo.
Joan.- ¿Por qué aquí? ¿Por qué no en Barcelona, o en Valencia?
Raquel.- Me gusta el ambiente. Me gusta lo que piensan aquí de los pederastas.
Joan.- Vas a denunciarme.
Raquel.- No. Voy a comprarte el alfiler y el alma. [Pone la mochila sobre la mesa] Toma el dinero. ¿Quieres contarlo?
Joan.- No, yo…, no quiero el dinero. Llévatelo.
Raquel.- Coge el dinero. No quiero tener deudas con nadie. Y quédate con las fotos. Tú las disfrutarás mucho más que yo.
Joan.- Las quemaré.
Raquel.- Haz lo que quieras con ellas.
Joan.- Raquel…, lo siento.
Raquel.- Haz algo por mí. Vive. Vive mucho tiempo.
[Raquel sale del café. Joan queda mirando la caja, asustado. Segundos después de que salga Raquel, entran en escena dos policías. Hablan en árabe y en francés. Señalan la mochila de la mesa. La abren. Sacan de ella droga, ven las fotos y esposan a Joan. Oscuro.]