TEJIENDO EL MAR
Quiero forjar un sendero ondulante donde puedan pasear mis deseos y temores. Abro la ventana y las gaviotas entran sin vacilar pues mi hogar está libre de cazadores y escopetas. Tengo un espejo donde pueden verse reflejadas con sus alas abiertas y sé que se sienten libres de deseos y temores, no son como yo que siempre vivo en eterna lucha entre ambos. El combate no tiene desenlace final por eso yo desearía ser como el mar siempre bravo y tranquilo a la vez sin preguntarse cómo se siente más cómodo. Yo, conozco el secreto del mar porque al igual que a las gaviotas cada mañana también le abro mi ventana y le dejo entrar sin deseo ni temor. El océano cubre la repisa de mi ventana cual mantel de encaje y me deja que yo escriba sobre él lo que más tema o desee. Con la espuma de las olas cada mañana se forma una bola esponjosa donde clavar los alfileres que punzan mi alma y yo aprovecho para tejer sobre el mar la lista de mis temores, una vez terminada la cuelgo con una pinza frente a mi ventana y es cuando comienza a balancearse de un lado a otro sintiéndose presa de ella misma y así yo le devuelvo la tortura que ellos ejercen sobre mí cuando tengo que cerrar la ventana y el mar tiene que volver con las rocas.
Esto fenómeno de la naturaleza ha escogido mi casa de entre todas las de la aldea y siempre sucede en las mañanas soleadas que son bien pocas en una tierra donde la lluvia es nuestra eterna compañera. Es una aldea de marineros, de barcas que van y vienen sorteando los peligros que entrañan las tormentas traicioneras, de tascas repletas de hombres que beben cerveza con aroma de salitre y algas y fuman en pipa duras como las rocas con las que a veces chocan poniendo en peligro su vida y las de sus familias pues con cada marinero muerto muere una esposa quedando los hijos a la deriva como la barda del desdichado.
Mi hermana es una de ellas, está muerta en vida pero eso no es lo peor, lo más duro es verla marchitarse como una flor que apenas ha abierto sus pétalos y ya languidece. No se deja ayudar, yo le digo que venga a mi casa cuando el sol brilla y nos calienta el corazón, yo le enseñaría cómo entra el mar en mi casa y me brinda la posibilidad de escribir sobre él todo lo que deseo y temo con una aguja que viene con las aguas del fondo del mar, más el desconcierto de su mirada es lo que obtengo como única respuesta. Me dice que estoy loca, que desvarío porque nunca me he casado ni me casaré, que he invitado a la soledad a que se instale en mi casa y que la prefiero a ella antes que a cualquier aldeano que podría calentar mi cama vacía. Recuerdo sus palabras la última vez que estuve en su casa, traté de que aceptara mi invitación a que pasara todo el día en mi casa y contemplara con sus propios ojos el fenómeno maravilloso de tejer sobre el mar. Su voz estaba helada como las aguas profundas que se alimentan con el alma de los atrapados por ellas:
-¡Tú, siendo tan desdichada vienes a mi casa a darme consejo! ¿Cómo te atreves? ¿Puedes traerme a mi marido? ¿No dices que el mar entra en tu casa y deja que escribas sobre él con una aguja que él mismo te trae? Entonces ¿Por qué no le dices que te devuelva a tu cuñado? O ¿acaso ya no te acuerdas de él? Ahora que lo pienso jamás he visto que derramaras una lágrima por él.
-¡No seas tan dura hermana! Yo también me recrimino la ausencia de sentimientos en mi corazón pero te aseguro que no es por maldad! ¡no te quito la razón cuando dices que soy desdichada pero yo al menos lucho por salir y creo que el mar está a mi lado!
-¡No me hables del mar! ¡Ese asesino que según tú dejas entrar en tu casa! Eres diabólica y traicionera como él, te voy a denunciar a la autoridad para que investiguen tu casa y tu cerebro, invita al alguacil a tu casa cuando entre el mar a ver qué te dice.
Recuerdo que tras la conversación mantenida con mi hermana regresé a mi casa. Era cierto todo lo que me había dicho, la soledad era la única amiga en la aldea y no sentía el menor interés por casarme con ningún marinero y los había bien apuestos pero sabía que yo no era carne de esposa sumisa y entregada al sufrimiento de verlo marchar sin saber si alguna vez lo volvería a ver. Era cierto que yo debía odiar al mar como lo odiaba mi hermana y tantas mujeres de la aldea pero también era nuestra fuente de vida, de él comía la aldea entera, de las fauces marinas y si alguna vez se llevaba a alguno de los nuestros había que aceptarlo pues formaba parte de la vida, así era nuestra vida y quien no lo aceptara se volvería loco o como mi hermana que estaba llena de amargura de por vida. En la aldea empezó a correr el rumor de que yo estaba loca y que practicaba brujería con el mar, pusieron mi retrato en los troncos de los árboles en actitud de estar cosiendo sobre las aguas del mar, era como si me hubieran tomado una fotografía desde fuera de mi ventana, se me veía absorta cosiendo sobre las aguas que caían sobre mi mesa de labor como una sábana de raso, se podía ver también la cortina rosa que flotaba ondulando hacia mi rostro tratando de acariciar las gotas de sudor que perlaban mi frente por la emoción de todo lo que tenía que contarle al mar. Y ya, supe que sólo era cuestión de tiempo. Estaba condenada y no había escapatoria pues no tenía adonde ir.
Una mañana soleada abrí mi ventana, esperé a que entrara como siempre lento y seguro, me senté, las primeras en llegar fueron ellas, las gaviotas, se pusieron a revolotear como siempre lo hacían frente al espejo orgullosas de su naturaleza, de sus alas, de su color blanco y me llenaron de esperanza y confianza en la vida y de valentía frente al rostro de la muerte, luego vino él y me puse a la labor de tejer el mar con mis inquietudes y mis deseos y así tejí sobre él, el deseo que de devolviera a la aldea el marinero que se llevó, el marido de mi hermana y así devolverle a ella la felicidad perdida para siempre. ¿Quién sabe? Si era una bruja como afirmaban por la aldea igual era capaz de conseguir que el mar atendiera mi deseo. Una vez tejido lo colgué con una pinza y allí quedó ondulando al viento, secándose al sol hasta que la lluvia apareciera de nuevo y se lo llevara con sus gotas hasta el fondo del mar.
Y el suceso fantástico sucedió…
Toda la aldea andaba alborozada, el marinero había vuelto a casa después de más de un año desaparecido, él mismo decía que las aguas del mar habían decidido devolverlo a su hogar pues alguien lo había pedido directamente sin pensar si era posible o no, sin pensar si estaba cometiendo acto de herejía o acto lleno de bondad, simplemente lo había pedido porque ese era el deseo que le asaltó aquella mañana soleada de finales del mes de abril.
Cuando fui conocedora del fantástico deseo me presenté en casa de mi hermana. Me la imaginé con los brazos abiertos recibiéndome como si fuera una hada de las aguas que le había devuelto a su marido pues así lo tejí sobre las aguas pero no fue eso lo que ocurrió. Abrió la puerta y cuando me vio no mostró ninguna alegría, tan solo una oscura desconfianza hacia mi persona, yo era para ella una extraña que venía a enturbiar la alegría de su casa, en cambio no tuve esa impresión con mi cuñado, el sí me recibió con alegría, quizás en su fuero interno conocía que yo era la que estaba detrás de su regreso a casa. Me abrazó como quien abraza a una hermana y eso fue la gota que colmó el vaso a rebosar de furia de mi querida hermana. Me echó de su casa como si fuera un ser despreciable. No sentí nada, mi corazón estaba lleno de alegría pues el mar me había escuchado y estaba segura de que lo volvería a hacer, mi hermana ya no formaba ni formaría parte de mi vida. Había hecho todo lo que se podía hacer por ella y estaba en paz conmigo misma. Los sentimientos de repulsión de mi hermana hacia mí no me afectaban lo más mínimo, yo sólo deseaba que una nueva mañana luminosa entrara en mi casa de nuevo para hacer feliz a otra aldeana que así lo deseara. Una tarde llamaron a mi puerta, abrí pensando que quizá fuera mi hermana pero nada más lejos de la realidad, era Julius, un viejo aldeano víctima también del océano bravo y de temporales arrasadores de ilusiones y esperanzas.
-¡Perdone que me haya presentado en su casa a esta hora tan temprana pero no quiero que nadie vea que vengo a su casa¡ imagino que estará al corriente de que en la aldea nadie la quiere, la tienen por una mujer extraña y algo demoníaca que anda con tratos maléficos con el mar pero yo no me creo nada, ya sabe que los vecinos de esta aldea siempre han sido brutos, toscos, no son capaces de ver algo bueno en algo que no comprenden!
-¿A qué ha venido a mi casa señor Julius?-estaba agotada y me temía lo que me iba a pedir, que tejiera en el mar una petición de devolución de otro desgraciado tragado por las aguas. Sabía que se trataba de su nieto que salió a la mar con su padre y no regresó. El mar decidió quedarse con el alma del joven, le resultó más interesante que la del padre-.
-¡Ya lo sabes, Cristi, pídele al mar que me devuelva a mi nieto!-.
Yo cerré los ojos y visualicé el rostro del joven. No parecía tener ganas de regresar a este mundo y así se lo hice saber a su abuelo.
-¡Lo intentaré pero no le prometo nada señor Julius, el muchacho parece no querer volver!-.
-Pero ¿Qué me dice? ¡Eso es imposible! ¿Es que no se acuerda de su familia?-de pronto la expresión del viejo cambió hacia una agresividad sin límite-¿O es que no quieres tú pedir por él? ¿Tienes algo en contra de nuestra familia?-.
Sabía que su familia como tantas otras de la aldea habían propiciado a que se extendiera el rumor de que practicaba brujería con el mar. Yo tejí un deseo hacia mi hermana pero no había contemplado la posibilidad de tejer deseos para otras personas, sin embargo, quizás ese era mi destino y debería aceptarlo sin mirar quién me lo pedía, mi misión era tejer el mar con deseos ajenos a mí, los míos quedaban en un plano tan débil que carecían de importancia ante el sufrimiento de otras personas. Yo asentí con la cabeza y le dije que haría todo lo que estuviera en mi mano. El viejo aldeano se fue tranquilo pero no lo sé si agradecido.
Y así lo hice, tejí sobre el mar la petición de Julius con las gaviotas a mi alrededor y la cortina rosa acariciando mi rostro concentrado en el deseo del aldeano porque para mí no existía nada más en el mundo. Al cabo de unas semanas el alboroto volvió a visitar la aldea, el joven había vuelto a su casa, nadie vino a agradecerme nada aunque yo lo sabía. Todo el mundo tenía pánico de acercarse a mi casa por ello, si alguien venía a mi casa con la petición de que tejiera un deseo en el mar, siempre lo hacían al abrigo de la media luna y cuando más frío hacía, cuando las calles estaban desiertas y tan sólo se escuchaba la voz de las ánimas que procedían de las profundidades del mar gritando al viento mi nombre.
Yo sentía mi final cerca, mi vista se agotaba y la lámpara que pendía sobre mi cabeza cada vez que tejía el mar me alumbraba menos día a día. Estuve un año tejiendo deseos para los demás hasta quedar casi ciega. Un día no pude continuar y tuve que dejar de tejer el mar, fue cuando toda la aldea se volvió contra mí. Nadie agradeció lo que hice por ellos pues tras el favor que me pedían existía una antipatía y un miedo visceral hacia mí. Una vez que conseguían lo que querían se volvía a imponer el recelo hacia mí, así que cuando no pude tejer más deseos se presentaron en mi casa ya sin ningún pudor y se me llevaron de mi propia casa para someterme a un juicio por la práctica de brujería con el océano.
Cuando entré en la sala allí estaban todos reunidos incluida mi hermana que me observaba con frialdad y su marido que por el contrario mostraba compasión en sus ojos hacia mí. Fue el único ser agradecido que había en la sala, sin embargo, estaba amordazado por el miedo y la presión del ambiente. El juez me miraba con extrañeza y curiosidad, se podía escuchar el silencio de la sala impregnado de odio y admiración, era una mezcla muy peculiar, los aldeanos me admiraban y me odiaban de forma simultánea. Yo sólo deseaba que todo acabara de una vez, sabía el final de mi vida y estaba deseando que llegara.
Y el juicio comenzó:
-¡Y bien! ¿Conoce usted los cargos de los que se le acusa?
-¿Los cargos? Yo creía que sólo había un cargo.
-¡Vaya, parece que usted sabe más que yo! Y según usted ¿Cuál es ese cargo?
-¡Practicar brujería con el mar!- entonces fue cuando miré a todos los reunidos con mirada retadora-¿No decís nada, calláis, por qué no están aquí todos los devueltos por el mar gracias a mis labores tejedoras con él? ¿Qué mejor prueba puede haber contra mí? ¿Por qué no la habéis traído con vosotros, con cada uno de los que vinisteis a mi casa rogando que tejiera con el mar por vuestros muertos?
-¡Cállese! Aparte de bruja está loca, se cree sus propias fantasías.
En ese instante giré mi rostro hacia el señor juez y lo fulminé con la mirada. Cayó desplomado sobre la mesa, fueron solo unos minutos, cuando recuperó el conocimiento firmó una hoja que entregó al alguacil y desapareció de la sala sin volver a dirigirme la palabra y mucho menos su mirada. El alguacil con manos temblorosas leyó la sentencia del juez:
Yo, juez de la aldea del condado de Devon condeno a Cristin Brown a la pena capital por la práctica de hechicería con el asesino océano que se lleva cada año a nuestros aldeanos-y yo interrumpí la lectura gritando-¿Y quién os los ha devuelto? El mismo que os los arrebató gracias a mi intercesión tejedora y ¿Así me lo pagáis, desgraciados? Yo desde el patíbulo de los condenados os maldigo a todos y a ti también, querida hermana- Un revuelo de voces se extendió por la sala y el alguacil cada vez más tembloroso prosiguió con la lectura de la sentencia-en veinticuatro horas la condenada será atada a un palo que se clavará en la arena frente a la orilla del mar, no se le dará alimento ni bebida alguna, dejaremos que las gaviotas la picoteen hasta matarla y luego su cadáver será arrojado al mar desapareciendo para siempre de la memoria de esta bendita aldea.
Yo comencé a reír como una loca, ahora sí que me podían tachar de loca puesto que me encontraba fuera de sí. Así lo hicieron sin compasión ni piedad, en los corazones de esos aldeanos no existía el más mínimo calor hacia el prójimo, era una aldea de malditos y yo me sentí liberada cuando me ataron al palo de madera y todos desaparecieron. Estaba tan segura de que las gaviotas jamás me atacarían. En el fondo me sentía una privilegiada puesto que no me quemaron viva como hicieron en siglos pasados con tantas mujeres inteligentes y de buen corazón acusadas de prácticas herejes. Mi muerte fue como quien entra en un dulce sueño para no despertar jamás. Ninguna gaviota me atacó lo cual produjo una desesperación y locura en la aldea que no comprendían la actitud de esos estúpidos animales. ¿Estarían también hechizados por la tejedora del mar?-.
Cuando comprobaron que ya no había un soplo de vida dentro de mi ser me desataron y arrojaron mi cadáver a las aguas del mar. Sin quererlo me devolvieron a mi hogar y me hicieron la criatura más feliz del universo. Ellos mismos que creyeron que me condenaban en realidad me liberaron de mi propia existencia, me ayudaron a no tener que soportar la ceguera que se estaba apoderando de mí y ahora podía ver con los ojos bien abiertos a todos los seres que yo devolví a la tierra, a sus hogares con mi tarea de tejedora, estaban todos allí para darme las gracias, al final de mi existencia pude sentir lo que jamás sentí en la tierra: el agradecimiento de corazón y no fingido.
Me di por satisfecha.
Mi casa ahora está vacía, sé que mi hermana entra en ella como una furtiva en las mañanas soleadas y abre la ventana, sin embargo el sol se pone de inmediato, en lugar de gaviotas entran cuervos y revolotean sobre su cabeza, el mar entra bravo y enfurecido hasta cubrirla casi hasta el cuello y entonces me llama pero yo no estoy ahí para ayudarla, estoy en el fondo del mar y ya no tengo aguja para poder tejer pidiendo por ella, ahora la lleva ella clavada en el corazón aguijoneándola sin piedad por el peso del remordimiento a su desagradecimiento.
El tiempo pasará y las generaciones venideras sabrán de mí como una bruja tejedora que escribía sobre el agua de los mares buenos deseos y se preguntarán por qué tuve un final tan trágico. La aldea caerá en maldición durante siglos, el mar seguirá llevándose a maridos e hijos y ya no habrá una tejedora que los traiga de vuelta a casa.
Esta es mi historia y en mi caso jamás se volverá a repetir.
Descanso en paz sobre el lecho del mar.
Autora: Sarilis Montoro.