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Alfredo Fressia

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POETA EN EL EDÉN

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No, Señor,

nunca huiré del Paraíso, tengo en mí

la leche eterna de los padres y los hijos,

y escribo poemas para la nostalgia.

No, Señor,

nunca seguiré el rumbo imprudente

de los cuatro ríos, el que impele a los nautas

hacia el mar de monstruosas criaturas.

Habían podado las ramas de oro

que brillaban en el árbol de la vida.

Y ahora me llaman como almas.

No, Señor,

nunca comeré del árbol prohibido.

Apreté tantas veces en mi mano

las frutas suculentas. Aspiro

los perfumes seductores,

—Et d´autres, corrompus, riches et triomphants—

Nada sabes de mis íntimos

paraísos artificiales, y te ofrezco las costillas

húmedas y turgentes

para que sigas modelando al mundo

mientras duermo.

Soy un niño inmenso

escribiendo dócilmente en el barro del Edén.

Tengo un muñeco de porcelana blanca.

Balbucea.

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NO

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(…)

Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m’est une province, et beaucoup davantage?

             Joachim du Bellay

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Ni cuando se olviden todos mis poemas

esqueletos del alzheimer,

secos como los tamarindos de la playa, el año

que los encontramos hechos pasto de termitas,

y porque el tiempo hace girar lenta la cuchara

en el plato de sopa de los viejos,

y son 26 letras impasibles de alfabeto.

Y cuando acabe de morir el mártir que me habita

atravesado por el venablo cierto

del que cambió los años por monedas

y registra los segundos que me restan

y aunque el ángel pertinaz de mi pobreza

vuelva otra vez como los mitos

o el perdón y la sangre

por la mano extendida con que espero.

Ni aun así.

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ALFREDO Y YO

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Duerme bajo el firmamento

la paciente flora del invierno.

Yo también duermo en mi cuarto de pobre.

Del lado ciego de la almohada

otro Alfredo tirita, es un ala

o una sombra que prendí al alfiler

entre las hojas de herbario, un insomne

aprisionado en las nervaduras,

mi fantasma transparente.

¿Qué haré contigo, Alfredo?

Afuera pasará un dromedario

por el ojo de la aguja, un milagro,

la larga letanía de tus santos

para escapar del laberinto,

tocar el infinito herido por la flecha

en la constelación de Sagitario

y siempre la tortuga en tu poema

ganaba la carrera.

Sobrevivo a cada noche

como un potro celeste

nutrido con alfalfa y con estrellas

mientras tú, Alfredo, hueles a hierbas viejas

en el cajón atiborrado de secretos.

Yo te olvido al despertar, sigo mi busca

obstinada en el pajar del mundo

y te reencuentro en la almohada

pinchado al otro lado de mi sueño

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