Irene Abecilla Revista Imán

UN MAR INFINITO

Al abuelo, sentado a la sombra, en el puerto, mientras reparaba viejas redes con sus nudosas manos, le gustaba contarme las maravillas de su gran compañero de vida. Del sereno y apacible mar algunas veces, agitado y revoltoso, otras, pero siempre una inolvidable visión. Si lo miras fijamente, me decía, te atrapa con su grandeza, te arropa con su rítmico sonido. Hogar de colosos titanes, hermosas ninfas y caprichosos dioses, como Poseidón, señor de los mares y océanos, creador de todas las islas, a quien había que rendir culto para tener una venturosa travesía. A lontananza, navíos y trirremes, dirigidos por centenares de caballitos de mar, sorteando los arrecifes de coral, morada de innumerables peces y moluscos, crustáceos y esponjas. Al amanecer, adornado con brillos dorados del naciente sol, con sus cálidos rayos templando la cíclica marea nocturna, será así, tibio y transparente, deleite de las criaturas que en él habitan. Bellas y peligrosas sirenas, capaces de seducir con su melodiosa voz a los incautos marineros que, en hermosos versos de antiguos poetas, encontraron la muerte. Yo, atenta a todo lo que me contaba, me complacía en escuchar durante sus silencios, el graznido de las gaviotas, que hambrientas sobrevolaban a los barcos arrastreros, donde a diario faenaban los cada vez menos numerosos pescadores. Mirándolas, me enseñaban la dicha de ser libres. Sí, dejarse llevar por el viento, sin importar lo más mínimo, cuán lejos llegar. Verás muchacha, continuaba, en sus playas las antiguas dunas fósiles, creadas hace millones de años, probablemente con arena proveniente del cercano continente africano, depositada a lo largo de la costa. Sobre ellas y en verano, podrás respirar el profundo aroma de unas grandes y llamativas flores, los nardos marinos, envolviéndote como si de un aterciopelado e invisible manto se tratara. Y las ruinas de las antiguas torres vigía, te trasladarán a tiempos de cristianos y musulmanes. Acariciando sus grises piedras inertes, hablarán en silencio, de desembarcos clandestinos, de centinelas siempre alerta, de ataques vikingos y del plateado reflejo en el mar las noches de luna llena. Cuando te enamores, y entonces yo sonreía, sentirás estando cerca de él, el romántico reflejo de tus sueños de amor eterno. Pasarás tranquilas tardes abrazada frente a él, darás entrañables paseos cogida de la mano por su orilla. Notarás el fresco roce de su blanca espuma en tus descalzos pies, cómplice testigo de encendidos y apasionados besos. Hoy, son recuerdos de mi ya lejana niñez. Escenario de inocentes juegos infantiles, cándidas risas salpicadas de saladas gotas de agua, repetidos baños entre sus olas, castillos levantados de mojada arena. Definitivamente, también lo es para mí, al igual que lo fue para mi abuelo, un mar infinito, inseparable compañero de mi vida.

TU AUSENCIA

Hoy hace un mes que te fuiste. Ya no siento en mi frente los tibios rayos de sol, ni el fresco roce del mar en mis descalzos pies paseando contigo. Aquella explosión de gusto que sentía mi boca cuando besaba tu boca. Anhelando estoy de nuevo nutrirme con tus sonrisas, vestirme con tus caricias, danzar al ritmo del silbido del viento a su paso entre las flexibles ramas del sauce. Hoy, quiero que sepas, que pensaré en ti mientras siga caminando. Veré la orilla del mar en la vereda y escucharé tu voz y el romper de las olas, mientras mis pasos avanzan por encima de las cobrizas hojas caídas, en este espeso y oscuro bosque en el que se ha convertido mi vida sin ti. Será como si fuéramos juntos de la mano, salvando esta irremediable distancia que nos separa. Hoy, delante de la fría y oscura piedra que lleva tallado tu nombre en oro, con una insólita calma, sólo deseo volar, como la majestuosa águila hacía su escarpado nido, hasta donde tú estés ahora, amor. Hoy hace un mes que te fuiste, sin molestar, sin hacer ruido


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