Por Fernando Aínsa
Se cumple este año, el quinientos aniversario de la publicación de Utopía (1516) de Tomás Moro. Mientras se preparan las celebraciones previstas —entre otras, un gran Congreso Internacional en Lisboa— vale la pena recordar que desde 1989, con el desmoronamiento del bloque soviético, se ha generalizado la idea que el discurso utópico ha perdido toda vigencia. Desde entonces se habla y se escribe sobre el “fin de la utopía” que algunos han asociado con un prematuro “fin de la historia”. En la acelerada demolición de sueños y esperanzas con que se identificó el post-modernismo, la función utópica que acompañó la historia del imaginario individual y colectivo desde que el hombre es homo sapiens, se canceló de golpe y fue arrojada al baúl donde se ofrecían en saldo ideologías empobrecidas, incapaces de dar respuesta a nuevos desafíos. El «soñar despierto», según la definición de Ernst Bloch en El principio Esperanza, donde reivindica la virtud del «soñar despierto» como el primer indicio del pensamiento utópico estructurado, al que debía seguir una voluntad de acción, aspecto «volitivo» que marca la verdadera intención utópica de buena parte de la historia del pensamiento del siglo XX, ya no era posible. Esta comprobación se ha transformado en décadas recientes en un inventario de decepciones, cuando no de pesadillas y toda intención utópica reenvía a la triste realidad de utopías realizadas o de utopías negativas.
Porque también es cierto que desde 1984 —año en que George Orwell había situado su anti-utopía 1984— el pensamiento ha sido consciente de los riesgos de la utopización excesiva, esa amenaza siempre pendiente de la pesadilla «orwelliana»: el contenido totalitario de la utopía que confunde el «ser ideal del Estado» con «el estado ideal del ser», que prefiere el orden a la libertad y que teme la imaginación y la heterodoxia. Es justamente este carácter el que provocó la inversión del discurso utópico en las llamadas contra utopías, anti utopías o utopías negativas que proliferaron en el siglo XX.
Las llamadas utopías negativas o anti-utopías revierten, a partir de fines del siglo xix, el optimismo positivo de las utopías tradicionales en el temor a la masificación y «robotización» del individuo, resultado de la excesiva reglamentación de la esfera privada que rige la vida contemporánea. En efecto, en el rechazo semántico de lo utópico que caracteriza las obras de autores como E. M. Forster, Aldous Huxley, George Orwell, Jack London, Eugene Zamiatin y Kremnoiv, se percibe claramente ese distingo entre la utopía del orden y la de la libertad.
Con el paso de los siglos, el buen rey Utopos de la obra de Moro, Utopía (1516) se había convertido en su contra-imagen : el Big brother (Orwell) o el “Benefactor” (Zamiatin), desconfianza de la autoridad y negación del providencialismo que se puede rastrear en la tradición satírica que se remonta a las comedias de Aristófanes. En Asamblea de mujeres y en Las aves se anunciaban las que serán características de la anti-utopía satírica de siglos ulteriores.
En la primera, a la pregunta de «¿Quién cultivará la tierra?» en la sociedad igualitaria que se proyecta, Proxágoras contesta en forma ingenua: «Los esclavos». Moraleja: todo régimen utópico tiene, en definitiva, a sus esclavos.
En Las aves se ridiculizan aspectos que la utopía social del siglo xix pondrá de relieve. Dos atenienses sugieren a los pájaros fundar una ciudad sobre las nubes, con la secreta esperanza de instalarse allí una vez construida. Pistetairos dirige a los pinzones, a las golondrinas un discurso incendiario en el cual les explica como en tiempos remotos, antes de los dioses, las aves eran las dueños del universo. Se trata de volver a esa Edad de Oro perdida. El segundo, Evelpides, cree tontamente en la posibilidad de edificar una ciudad en el aire, planeando entre el cielo y la tierra. El estado de los pájaros debe convertirse en el reino de la libertad, donde disciplina y reglamentos han sido abolidos y reina la naturaleza en estado puro. Al dar la preeminencia a la naturaleza sobre la ley y fiel a las luces sofistas, el coro se dirige a los espectadores para anunciar:
Aquel de entre vosotros que quiere pasar sus días alegremente, allá arriba, con nosotros los pájaros, está cordialmente invitado. Todo lo que la ley prohíbe y califica de sacrilegio, entre nosotros es bello y virtuoso. (Aristófanes, «Las aves»; Comedias completas, Barcelona, Iberia, 1957, p. 32).
En Aristófanes el sueño social desmesurado es denunciado con acritud. Los proyectos idealizados se aparecen en «el aire». Esta misma sátira anti-utópica reaparece en otras obras teatrales como L’île des Esclaves (1725) y L’île de la Raison (1729) de Marivaux y en las ficciones alegóricas como L’île des Pingouins (1908) de Anatole France y Animal Farm (1945) de George Orwell, sin olvidar al pionero Johnnatan Swift, cuyos Viajes de Gulliver son el modelo inolvidable del género.
1984: Una novela profética
Desde el momento en que Orwell eligió en 1949 el título de 1984 para su obra de anticipación, en lugar del que había proyectado originalmente, The last man, se convirtió en profeta sin quererlo. Esa fecha futura, lo suficientemente próxima para no ser totalmente irreal, marcaba su texto con un inesperado carácter de vaticinio. De la mera ficción, aún admitiendo su carácter alegórico, se pasaba al augurio, al presagio, a una suerte de prefiguración en la que Orwell oficiaba como un futurólogo con secretas virtudes para escribir el oráculo de la humanidad. A causa de su título, la novela había dejado de ser una mera ficción, para transformarse en una inquietante profecía.
No faltaba, pues, más que esperar que el calendario coincidiera con el fatídico año de l984, para abocarse a la minuciosa operación de verificar la profecía. Sin embargo, este afán de reconocer la ficción en la realidad, que caracterizó buena parte de los artículos, homenajes, congresos y mesas redondas consagradas a l984, en el curso del año real de l984, no pudo ser una operación inocente, aunque haya pretendido serlo.
En el inventario de coincidencias al que todos se libraron, cada uno creyó haber reconocido el temido Big Brother y al sistema opresivo que representaba en los rasgos de la sociedad de su enemigo ideológico. Una lista de países que viviría realmente en l984 fue elaborada en consecuencia, siguiendo una clara demarcación ideológica. Así, para unos, eran los países con regímenes fascistas y dictaduras militares de derecha los que mejor reflejaban el universo orwelliano. Eran regímenes que habían llevado a sus consecuencias pesadillesca, lo que ya estaba en germen en el capitalismo. Para otros eran el estalinismo y las expresiones patológicas de revoluciones como la de Pol-Pot en Cambodia, las que mejor se habían profetizado en las páginas del escritor inglés. No faltaron los paralelos entre el mundo imaginario de Oceania, tal como era proyectado por Orwell y el integrismo islámico chiita del Irán contemporáneo.
De Stalin a Hitler, de Pinochet al Ayatollah Khomeini, la imagen del Big Brother se creyó identificar con el dictador de turno. Al mismo tiempo, los preocupados observadores de los adelantos de la moderna tecnología, reconocieron los rasgos del Big Brother is watching you en los satélites que sobrevuelan ciudades, siendo capaces de identificar las matrículas de los automóviles que circulan por las calles, las cámaras de vigilancia multiplicadas en todas las esquinas y edificios o en las agencias centrales de inteligencia, donde la vida privada de los ciudadanos está registrada en grandes ordenadores.
Del mismo modo, el texto que resultaba simplemente anticipatorio para unos, estaría exageradamente dramatizado para otros. La sociedad liberal que reflejan las llamadas democracias occidentales, aún tecnificadas a un punto no imaginado por Orwell, serían el mejor mentis a su visión negativa del futuro. La profecía no se había cumplido. “Basta mirar a nuestro alrededor” —se dijeron los habitantes de Europa y Estados Unidos.
“Estamos viviendo en 1984, pero no estamos viviendo realmente 1984”, concluyeron estudiosos y comparatistas europeos. El comparatismo permitió incluso el tono disculpatorio y una cierta auto-satisfacción benévola: “Finalmente no estamos tan mal con nuestro sistema. Podría haber sido mucho peor. Basta ver lo que sucedió en el 1984 real para convencerse”.
Si cada uno lee 1984 como quiere leerlo, es decir, precondicionado por los a prioris de su propia ideología y, por lo tanto, excluyendo todo lo que no conviene a su interpretación, resulta interesante descubrir como, a través del análisis de las obras que influyeron directamente en Orwell para la concepción de su anti-utopía, todas las lecturas de 1984 no sólo son posibles, sino que resultan imprescindibles para entender el verdadero sentido de su advertencia alegórica.
El universo cerrado de las utopías negativas
Estas obras son fundamentalmente dos: El talón de hierro (The iron heel) del norteamericano Jack London, publicada en 1907 y Nosotros, del soviético Eugene Zamíatin, publicada en 1920 (con prólogo de Jorge Semprún en su edición francesa). Ambas, incursionaron en el llamado género de las utopías negativas, antiutopías o contra-utopías.
Así como el siglo XIX se caracterizó por ser un siglo de utopías optimistas (especialmente en las expresiones del socialismo utópico), el XX anuncia las llamadas utopías negativas o anti utopías en que la pérdida de la esperanza en el futuro y en el progreso positivista se revierten. El temor a la mecanización del individuo, cuyas aristas propias se van borrando en beneficio de la masa anónima que integra, el crecimiento de la función del Estado en la vida privada y las angustias propias de la pérdida de la fe, tanto religiosa como política, llevan a la aparición de obras que, a diferencia de las utopías clásicas, miran el futuro con pesimismo y profunda desconfianza.
Aunque El talón de hierro y Nosotros pertenecen al género de las anti-utopías, las direcciones que marcan son opuestas. London critica el sistema capitalista pre-fascista y Zamiatin el estalinismo policíaco. Ambas anuncian, desde la perspectiva del sistema en que están escritas, capitalismo y comunismo, dos fenómenos extremos y patológicos, desconocidos en ese momento : el fascismo y el estalinismo.
Esta doble línea divergente en la historia del género utópico contemporáneo confluye en 1984. Ignorar este paralelo o pretender ignorarlo es una forma de apropiarse de la obra de Orwell para ponerla únicamente al servicio de un esquema que no era el suyo. Porque si bien Orwell pudo sostener que “no se puede ser antifascista sin ser anti-totalitario”, su rechazo del universo represivo y concentracionario no puede ser recuperado por el conformismo liberal que se ha limitado a practicar un simple anticomunismo primario.
El profundo reformismo radical de larga tradición británica que orientaba el modo de pensar de Orwell, no le podía permitir pasarse simplemente con armas y bagajes al campo de los decepcionados del comunismo, alimentando las consignas de los enemigos del socialismo, sino que lo llevó a luchar por un ”socialismo democrático”, donde decir la verdad debía ser siempre posible y el deber de la crítica y la oposición un derecho inalienable. Su rechazo de todo “ismo” totalizador y totalizante, su insatisfacción metodológica, que le impedía sentirse conforme con toda presunta verdad adquirida, lo llevaron a proyectar su l984, recogiendo ese doble legado: el de Jack London, socialista radical como él y acerbo crítico de la plutocracia capitalista, y el de Eugene Zamiatín, tratando de salvar la dialéctica del socialismo del dogmatismo comunista.
Es interesante anotar que otras contra-utopías contemporáneas incursionan también en una u otra de estas líneas, algunas de las cuales deben haber sido tenidas en cuenta por Orwell. Así, por un lado, puede mencionarse Back to Methuselah. A metamiological Pentateuch (l92l) de George Bernard Shaw, el Brave new world (1946) de Aldous Huxley y, posteriormente, el Faranheit 451 ( 1954) de Ray Bradbury y el A Canticle for Leibowitz de Walter M.Miller, publicada originalmente en l959, y reeditada con éxito en 1984 en los Estados Unidos.
Esta misma visión crítica y pesimista del futuro, cuyos “mañana ya no cantan” (“Des landemains quie chantent”, expresión francesa sobre el futuro radiante que nos espera), se mantiene en una línea paralela de contra-utopías soviéticas cuyas sombrías características coinciden con las visiones negativas occidentales, tales como el Viaje de mi hermano Alexeieff al país de la utopía campesina de A.W.Alexander Tschajanow, publicada a principios de los años 30, violenta diatriba contra la colectivización cuya acción en Moscú se proyecta en un futuro imaginario, alrededor también de 1984. Por otra parte, con un sentido del humor y del grotesco con profundas raíces populares, Abraham Tertz en su relato “La audiencia está abierta” y en su novela Lioubimov (1962) llega a imaginar un “ideoscopio”, especie de tamiz mecánico merced al cual se pueden seleccionar los escritos peligrosos.
Sin embargo, aunque se presentan como críticas de sistemas opuestos, cuyas notas exasperadas se han agudizado en el futuro imaginado, todas estas anti-utopías tienen caracteres comunes que coinciden en una obra como l984. Se trata, por lo pronto, de una cierta visión del poder y de la autoridad en relación a un individuo aplastado por los efectos de la revolución industrial tayloriana, al mismo tiempo que por las funciones acumulativas e intervencionistas del Estado en el mundo moderno.
El gran monarca que vela por todos
Las utopías clásicas tienen siempre el gran monarca que vela por el bien de todos : el patriarcal rey Utopos en la obra de Tomas Moro, Utopía, el metafísico Hoh de La ciudad del sol de Tommaso Campanella, el Gran Salomón de La nueva Atlantida de Francis Bacon, el Icar de la obra de Cabet. Sin embargo, a partir del Leviathan de Hobbes y del Estado hegeliano, la previsión regulada de la utopía del pasado se va transformando para muchos utopistas en un instrumento de dominación.
Del sabio Monarca platónico al Rey Ubú hay un solo paso que se franqueó en los albores del siglo XX, muchos dictadores latinoamericanos resultando su patético ejemplo, imagen grotesca y desmesurada que reflejan novelas como El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez. Así el Bienhechor de la obra de Zamiatín, del mismo modo que los represivos capitalistas de El talón de hierro de London, anuncian al Big Brother de Orwell. Un tirano de conciencias que puede ser también un explotador de trabajadores, como el dueño de Metrópolis en el film de Fritz Lang o el parodiado patrón que controla los movimientos de sus obreros a través de pantallas de televisión en los Tiempos modernos de Charles Chaplin.
Pero además de esta transformación patológica de la función del legislador que de buen gobernante ha pasado a ser interventor de conciencias o explotador capitalista, se comprueba también en los albores del siglo XX, cuando la felicidad ya no puede ser individual, sino que tiene que ser colectiva y uniformizadora. “La rebelión de las masas” (José Ortega y Gasset) es percibida negativamente y los gritos de alarma individualistas se suceden entre los autores de una y otra corriente antiutópica.
“Nosotros viene de Dios, Yo del diablo”, se dice en Nosotros de Zamiatin, donde la conciencia personal llega a ser percibida como una enfermedad que hay que extirpar. El individuo (yo) disuelto en una masa uniforme (nosotros), no es sólo el mal resultado de las colectivistas, sino que también se diagnostica en el hombre estandarizado de la sociedad de consumo capitalista. La crisis de una forma tradicional del individualismo y de los derechos humanos, tal como se habían proyectado en el Siglo de las Luces, son objeto de manipulaciones a las que el orden y la seguridad, presuntamente reclamados por la mayoría, van dando argumentos justificativos. Las discusiones teóricas que jalonan las páginas El talón de hierro de London son un buen ejemplo.
Ambas líneas anti-utópicas se caracterizan también por haber desterrado la naturaleza, irregular y caótica pese a las leyes que la rigen. En las contra-utopías prima un universo urbano, mineral y geométrico en cuyas esferas (tal como se escenifica en el recordado film Metrópolis (1929), pueden existir varios niveles perfectamente separados de vida : el superior destinado a las elites dirigentes y el inferior donde viven hacinados los obreros, mundos contrastados, aunque igualitarios en el interior de cada estamento.
La naturaleza es, asimismo, erradicada en las visiones futuristas de H.G.Wells (When the sleeper, l899; A Modern Utopia, l905; Men like Gods, l923), en las visiones teológicas de Franz Werfel (especialmente en Stern der Ungeborenen, l942) y en la sustitución de la vida natural por criaturas mecánicas novelada por Ernst Jünger en Die gläserne Bienen (l957).
Por su parte, en el Estado Único que reina en el mundo en el siglo XXVI descrito por Zamiatín en Nosotros se afirma que el hombre ha dejado de ser un animal el día en que se construyó el primer muro. “Cuán grande es la sabiduría divina de los muros y los obstáculos” — dicen sus admirados habitantes, los mismos que creen haber dejado de ser salvajes el día en que se edificó el muro que aisló las máquinas y el mundo del exterior “alocado e informe de los pájaros, los árboles y los animales”. A esa misma naturaleza calificada de caótica se escapan Winston y Julia, los protagonistas de l984, en cuyos bosques hacen el amor para afirmar su propia existencia individual y la dimensión de su rebelión.
Orwell reivindica el amor libre, opuesto al sistema regulado, refiriéndose al ejemplo de la propia naturaleza. Sapos y conejos acoplándose con naturalidad constituían un espectáculo de sus paseos campestres. El placer de su contemplación era un privilegio que no podría arrancarle “ningún burócrata”, según había confesado alguna vez burlonamente.
La naturaleza es también primordial en la obra de Jack London. Refugiado en una cabaña campestre, el bungalow Wake Robin Lodge, en los Sonoma Hills de California, Avis Everhard, el protagonista narratario escribe la crónica de la revolución obrera norteamericana narrada en El talón de hierro.
La importancia de la naturaleza se hace evidente en las utopías contemporáneas de tema ecológico, donde la recuperación de una vida sencilla y arcádica es esencial. La Ecotopia de Ernest Callenbach es un excelente ejemplo.
La deuda de Orwell con las primeras utopías negativas de principios de siglo fue reconocida abiertamente en diferentes ocasiones. En particular, al comentar en 1946 El mundo feliz de Aldous Huxley, Orwell señaló la influencia de Eugene Zamiatín sobre su generación y en el elogio que hizo de Nosotros, predijo su propia obra 1984 que publicaría tres años después, en l949.
Sin embargo, no por menos recordado, el antecedente de The iron heel resulta menos importante en la perspectiva socialista de Orwell. Vale la pena detenerse en los caracteres del mundo orwelliano ya presentes en la obra de London.
Revolución proletaria y presentimiento del fascismo
Duramente impresionado por el fracaso de la revolución rusa de 1905, el activo militante socialista que era en ese momento el popular escritor americano Jack London, escribió de un tirón y a lo largo del verano de 1906 la novela The iron heel. Su propósito era bien claro : trazar un fresco trágico y una suerte de epopeya utópica de una ejemplar revolución proletaria aplastada por una plutocracia reaccionaria en el poder, la clase del Talón de Hierro, sombrío vaticinio del fascismo.
Sin embargo, para narrar esa derrota obrera, London lo hizo desde la perspectiva imaginaria de una revolución socialista que había finalmente triunfado en los Estados Unidos. En efecto, si bien la novela figura en el futuro inmediato de 1913 (se publica en 1906) se presenta en realidad como la crónica editada, comentada y anotada en forma erudita seiscientos años después, en el año 2700.
El manuscrito original ha sido escrito por Avis Everhard, esposa de un revolucionario del siglo XX, Ernest Everhard, uno de los líderes de la frustrada revolución socialista norteamericana de 2913, que ha terminado sangrientamente en Chicago con la masacre de cuarenta mil obreros arrojados a las aguas del lago Michigan. Seiscientos años después —en un feliz Estados Unidos donde reina el socialismo— el manuscrito es encontrado en el escondrijo donde lo ocultara Avis, después de la ejecución de su esposo Ernest en 1932.
Presentado como un texto testimonial visionario y esperanzado, trágico y salvaje, el carácter casi auto-biográfico adquiere, sin embargo, la distancia histórica que le dan las numerosas notas de pie de página escritas desde la perspectiva de una sociedad donde ha triunfado finalmente el socialismo. El género utópico se combina hábilmente con el de la crónica histórica imaginaria. La utopía negativa del siglo XX se integra con la esperanza y el optimismo de la utopía clásica.
Aunque Ernest Everhard es el héroe de El talón de hierro, como Winston Smith lo sería después de l984, en realidad son los obreros —los “prolos”— los únicos depositarios de la verdadera historia protagónica. “Si hay esperanza —escribe Winston en l984— esta radica en los prolos”, mientras Everhard consagra parte de su vida a elaborar una ciencia proletaria y una filosofía proletaria. En ambas novelas, la esperanza revolucionaria se cifra en la capacidad de movilización de la clase obrera.
La rebelión proletaria —en el caso de la obra de London— anticipó literariamente la épica real de “los diez días que conmovieron al mundo” de la revolución socialista de Octubre. Los movimientos de masas descritos por London, presagian también los grandes enfrentamientos europeos de los años treinta contra el fascismo. Las huelgas generales y los frentes populares, llevados incluso a una dimensión internacional, preceden en las páginas del autor de Colmillo blanco a una historia que se encargaría de darle razón.
En el terreno de la simple confirmación de las profecías de la obra de London en el tiempo, la lista se enriquece con otras asombrosas coincidencias. La crisis económica de l929 aparece anunciada no sólo en sus detalles concretos —derrumbe de precios y de valores en la bolsa, fábricas y fuentes de trabajo cerradas, aparición de sindicatos amarillos y de obreros quiebra-huelgas, largas colas de cesantes y multiplicación de focos de pobreza— cuando no de hambre sino también en el diagnóstico de las causas de la crisis : la concentración de una plus-valía económica en pocas manos y la ausencia de un reparto justo de la riqueza generada por el trabajo.
No es menos visionaria la función que London hace cumplir a la guerra en la lógica de la casta plutócrata del Talón de Hierro. “La Oligarquía quería la guerra con Alemania”, se anuncia premonitoriamente, “porque en la redistribución de cartas internacionales y en los nuevos tratados y alianzas generados, tenía mucho que ganar. La guerra además consumiría buena parte de la plus valía nacional, reduciría las masas de cesantes que amenazaban a todos los países” y, sobre todo, la guerra permitiría mantener unas Fuerzas Armadas con equipos renovados periódicamente. La Gran Guerra 1914-1918 aparece profetizada en sus causas más sombrías, tal como se comprobaría pocos años después de publicada la obra de London.
La guerra permanente como mecanismo de la clase dominante para mantenerse en el poder, será retomada por Orwell como idea central. En 1984 también se vive en guerra para justificar una tiranía en los hechos. Los partes y la propaganda bélica sirven para mantener unida a la población y para justificar un severo aparato represivo. Todo individuo a eliminar puede ser simplemente acusado de ser un espía del enemigo o de complotar contra la seguridad del estado.
Pero además, London adelanta el componente ideológico del esquema diversificador de la guerra. En la mente del pueblo se habría sustituido la alternativa real del Socialismo contra Oligarquía por la de America versus Alemania, un ejemplo que se ha repetido y repite en la historia contemporánea, incluso a nivel de los diferendos fronterizos que enfrentan a muchos países en guerras estériles. Nada mejor que excitar el nacionalismo para eludir hacer frente de las verdaderas causas del subdesarrollo interno.
En las fuerzas emergentes de la guerra de El talón de hierro, un nuevo país capitalista llega a disputar el escenario internacional a los Estados Unidos en el vasto mercado asiático. Se trata del Japón, una realidad que también se cumpliría históricamente entre las dos guerras mundiales y que London presagia en forma asombrosa.
Los mecanismos de censura y de deformación de la verdad que funcionan en el universo orwelliano de 1984, ya existen en el imperio del Talón de Hierro de l9l3. Ante la crisis, la plutocracia norteamericana no tiene reparos en cerrar los circuitos de distribución de la prensa socialista con regulaciones rebuscadas. Los editores, por su parte, niegan publicaciones con argumentos falaciosos y el silencio de la prensa se convierte en arma complementaria para aplastar los movimientos revolucionarios.
El doble lenguaje, el Newspeak que se utiliza en la Oceania de 1984, es hábilmente manejado por la clase del Talón de Hierro. John Cunningham, padre de Avis, se ve enfrentado a una campaña de prensa en la que por la vía de la manipulación del lenguaje aparece como confesando ser nihilista, anarquista y revolucionario, cuando en realidad había usado las palabras social-revolucionario. Se trata de asustar con palabras a la tímida clase media, cuyos temores alimenta la maquinaria del poder, como el mundo tendría oportunidad de vivir con el nazi-fascismo, los Estados Unidos en el período “macartista” de los años 50 y la Unión Soviética con el estalinismo.
Los extremos de esa lógica permiten expropiar casas de propiedad de los socialistas en nombre de hipotecas y certificados cuya existencia les era desconocida y que proliferan con visos de autenticidad. Del mismo modo, la justicia llega a manejar las variantes del doble lenguaje según quién es el acusado.
El Newspeak no es un lenguaje de ficción o con el cual fácilmente se etiquetan sistemas totalitarios. Como ha recordado Erich Fromm a propósito de 1984, el Newspeak existe incluso en el lenguaje cotidiano de los países occidentales. Basta pensar en el ejemplo de la expresión mundo libre con la cual se pretendió enfrentar al mundo socialista. En ese mundo al que se llama libre se incluyeron a las dictaduras militares latinoamericanas, a regímenes como el de África del Sur, muchas dictaduras del medio oriente toleradas en forma complaciente por ser aliadas de las potencias occidentales y todos los países que tengan regímenes anticomunistas. En ningún momento se habla de naciones que tengan realmente libertad política. El doble lenguaje reapareció para Fromm en muchas de las discusiones sobre desarme y desnuclearización del mundo contemporáneo, donde no se estuvo finalmente muy lejos de la aparente contradicción del principio partidario de l984 : War is peace.
Lo mismo sucede con la ambigua noción de la verdad, cuya relatividad constituye el eje de la obra de Orwell, pero cuya manipulación permite las masacres de la novela de London. Una verdad que en la utopía negativa Life in the Crystal Palace del norteamericano Alan Harrington, publicada en l959, es propiedad de corporaciones multinacionales y, por lo tanto, se convierte en una verdad móvil según la empresa que la manipula, como un verdadero producto publicitario.
El producto resultante es siempre el mejor, el de la competencia siempre el peor, una ley que aceptan quienes trabajan a su servicio y que están dispuestos a sustituir pragmáticamente si cambian de empresa. La relatividad y la instrumentalización de la verdad en el mundo contemporáneo no es, pues, únicamente el privilegio de los sistemas de propaganda de sociedades totalitarias y verticalizadas, sino que puede darse incluso en la competencia de las llamadas sociedades libres. Una lectura profunda de la obra de Orwell no puede ignorar estas variantes que el mismo tuvo en cuenta. Porque es evidente que antes del 1984 imaginado en 1949, existió el 1913 concebido en l906.
Las herejías como motor de la historia
Pero si antes de 1984 está la revolución frustrada de1913 que London anticipa en 1906, también lo está 1920, año en que Zamiatín publica Nosotros, anticipando lo que sucederá años después en la Unión Soviética.
Creemos que Nosotros es una obra que, más allá de sus valores literarios (su prosa poética) y su hábil estructura, plantea una verdadera filosofía de la historia muy próxima del principio esencialmente libertario de Orwell. Porque Zamiatín, integrante de la activa generación de escritores rusos de los años 20, no aceptó tampoco que la creación fuera un instrumento en beneficio del poder y valorada únicamente en función de su adecuación o inadecuación a una línea política dominante.
Nacido en l884, Zamiatín fue desde su primera juventud un militante bolchevique. Participó en la frustrada revolución de 1905, por lo cual pasó varios meses en prisión. De profesión ingeniero naval desarrolló paralelamente una intensa actividad intelectual y, a partir de 1917, intervino en los debates teóricos sobre la función del arte en la política que siguieron al triunfo de la revolución de Octubre. Su concepción estética abierta y dinámica y, por lo tanto, dialécticamente crítica, no le permitió aceptar dogmas ni escuelas cerradas, por lo que tuvo rápidamente problemas con las organizaciones de escritores que proclamaban los principios del realismo socialista. Gracias a la influencia de su amigo Máximo Gorki pudo exiliarse en Francia en noviembre de l93l. Seis años después, el l0 de marzo de l937, murió solitariamente en una pequeña habitación parisina. Pocos meses antes había terminado con el realizador cinematográfico Jean Renoir la adaptación cinematográfica de Los bajos fondos de Gorki.
Los principios de la visión dialéctica de Zamiatín que influyen abiertamente sobre Orwell, pueden ser rastreados en algunos de los textos críticos y científicos con que polemizó abiertamente con el creciente dogmatismo de Stalin. Su planteo puede resumirse en el ensayo que escribió en 1922 sobre Julio Robert von Mayer, uno de los fundadores de la termodinámica moderna :
El mundo se desarrolla únicamente en función de las herejías, en función de los que rechazan el presente, aparentemente inconmovible e infalible. Sólo los heréticos descubren horizontes nuevos en la ciencia, en el arte, en la vida social; sólo los heréticos rechazando el presente en nombre del futuro, son el eterno fermento de la vida y aseguran el infinito movimiento hacia adelante.
Esta propuesta de un mundo que nunca puede estar definitivamente terminado, es decir donde la utopía debe tener siempre un lugar, reaparece enunciado en Nosotros. Un simple principio matemático permite al protagonista D-503 adquirir conciencia de la necesidad del infinito movimiento hacia adelante, inherente a toda visión dialéctica de la historia :
—Dime, ¿cuál es la última cifra?.
—¿Qué? No comprendo, ¿cuál última cifra?.
—Pues bien, la de más arriba, la más grande.
—Esta pregunta es absurda. El número de cifras es infinito. No puede haber una última.
—Entonces, ¿por qué hablas de la última revolución? No hay última revolución, el número de revoluciones es infinito. La última es para los niños : el infinito los asusta y es necesario que duerman tranquilamente por las noches.
Son justamente los niños los que siempre preguntan, “¿Y después?”, y los temidos, “¿Por qué?”, interrogantes que los burócratas quieren desterrar de las conciencias, ya que los niños son los únicos filósofos arriesgados y todo filósofo arriesgado es un niño. Moraleja, hay que hacer como los niños y preguntar siempre : “¿y después, qué?” .
El doloroso movimiento continuo de la historia
La meta de los burócratas que dirigen el Estado Único de Nosotros ha sido justamente esa : eliminar el infinito de las revoluciones, congelar la historia en una suerte de paraíso artificial inmovilizado en el tiempo. La aspiración de toda utopía totalitaria es detener el curso de la historia y evitar que la humanidad siga debatiéndose entre las dos fuerzas enunciadas por los personajes de Zamiatín : la entropía y la energía. Una asegura la feliz tranquilidad, el equilibrio, mientras que la otra tiende al doloroso movimiento continuo.
Para asegurarse que la entropía rige todas las conciencias, los gobernantes han tenido que erradicar la imaginación, enfermedad que trae la inquietud a los espíritus. Como advierte el Diario Nacional que publica el régimen totalitario:
La imaginación es un gusano que labra arrugas negras sobre vuestras frentes. Es una fiebre que os obliga a correr más lejos, aunque ese más lejos empieza donde termina la felicidad.
En el mundo de Nosotros se ha convertido en dogma la que fue la primera opción del ser humano de acuerdo al Génesis de la Biblia. Los primeros habitantes del Paraíso terrestre, Adán y Eva, tuvieron que elegir entre la felicidad sin libertad del Jardín del Edén o la libertad sin felicidad del mundo exterior. No había otra solución. En Nosotros se recuerda que :
Esos idiotas eligieron la libertad y, naturalmente, han suspirado por volver a tener cadenas durante siglos. Vea en lo que consiste la miseria humana : aspirar a tener cadenas. Nosotros hemos encontrado la formas de devolver la felicidad al mundo. El viejo Dios y nosotros estamos en la misma mesa, unos junto a los otros. Si, en efecto, hemos ayudado a Dios a vencer definitivamente al Diablo, porque fue el diablo el que empujó a los hombres a violar la protección divina y a gustar de esta maldita libertad; es él, con la forma de la astuta serpiente. Pero nosotros la hemos aplastado de un pequeño golpe de talón : “crac”. Y el Paraíso ha vuelto, nos hemos convertido en simples e inocentes como Adán y Eva. Toda esta complicación alrededor del bien y del mal ha desaparecido; todo es muy simple, paradisíaco, infantil.
En la sociedad del Estado Único la felicidad se garantiza gracias al Bienhechor, la Máquina, la Campana neumática que aísla a sus habitantes del exterior y a los Guardianes que vigilan los muros, lo que en definitiva no es más que una reproducción modernizada del Paraíso terrestre : un Jehová paternalista y totalitario, un Orden natural inmutable, un territorio paradisíaco de fronteras delimitadas y Ángeles guardianes que impiden el acceso, pero también la salida, sin huida posible. El orden paradisíaco niega toda alternativa, porque no puede haber otro mundo diferente. Como reflexionan los anónimos personajes de Nosotros :
He tenido la ocasión de leer y de escuchar muchas historias increíbles sobre los tiempos en que los hombres vivían todavía en libertad, es decir en un estado inorgánico y salvaje. Lo que siempre me ha parecido más inverosímil es cómo los gobiernos de entonces, por muy primitivos que hayan sido, pueden haber permitido a las gentes vivir sin una regla similar a nuestras tablas, sin paseos obligatorios, sin haber fijado las horas exactas para el descanso. Se levantaban y se acostaban cuando tenían ganas y algunos historiadores pretenden incluso que las calles estaban iluminadas toda la noche y que se podía circular a cualquier hora.
La imposibilidad de representarse otro mundo que el existente y de comprender la función que puede tener la libertad creadora y política para la evolución dialéctica de una sociedad, es la esencia del pensamiento dogmático del súbdito de un orden al que no se cuestiona ni debe ser cuestionado. Un mundo donde nada está librado al azar inspira seguridad. Una sociedad de donde ha sido desterrado lo inesperado, se aparece como el ideal al que debe llegar el Estado de Nosotros. “El ideal, está claro, se alcanzará cuando nada suceda nunca más”.
La vigencia aplastante del nosotros
En esa sociedad perfecta del Siglo XXVI, gobernada por el Benefactor, organizada a nivel planetario después de una guerra de doscientos años entre zonas rurales y urbanas que ha reducido la población apenas a un 20%, el individuo no es más que una célula de un organismo colectivo. La disonancia de una voz no puede ser admitida en un cuerpo donde cada célula tiene su función predeterminada. Los hombres identificados con un número no pueden concebir un funcionamiento que no sea unánime. Para hablar la lengua del Evangelio y formar una Iglesia única, esas células han abolido procedimientos tan riesgosos y desordenados como las elecciones políticas del pasado, donde “el resultado era desconocido de antemano”. El voto secreto se les aparece como una aberración :
No tenemos nada que esconder, no tenemos vergüenza de nada. Por eso festejamos lealmente las elecciones en pleno día. Veo a los otros votar por el Benefactor y ellos me ven a mi. ¿Podría ser de otro modo desde el momento en que todos y yo formamos un solo Nosotros?
La vigencia de ese nosotros, que da título a la obra, resulta aplastante y omnipresente hasta en las esferas de la vida sexual. Las casas de vidrio trasparente han desterrado toda privacidad y por eso, cuando en el curso de la novela surgen los primeros gérmenes de rebeldía acompañados de un deseo imaginativo de libertad, en buena parte conjuradas por el amor entre los protagonistas, tal como sucederá en l984, los burócratas se extrañan :
¿Por qué las gentes se preocupan? Hemos realizado el viejo sueño del Paraíso. ¿Se acuerda? : en el paraíso no se conoce ni el deseo, ni la piedad, ni el amor. Los santos han sido operados : se les ha extirpado la imaginación, por esta razón viven en la beatitud. Los ángeles son los esclavos de Dios.
Para llegar a la perfección hay que lograr la solidificación de la vida. El ideal será obtenido el día en que nada suceda nunca más y, por lo tanto, la noción del tiempo desaparezca en su propia inmovilidad. El ingeniero protagonista de Nosotros, D-503, como Winston Smith en 1984, duda sin saber exactamente en que día y en que año vive y se esfuerza, a través de las notas que escribe a modo de diario, en fijar una cronología, un principio de nueva historia.
Por esa razón, cuando se planea la revuelta por la libertad, en la víspera de la revolución frustrada en que culmina Nosotros, reaparece la noción del mañana incierto. Como le dice emocionada la heroína a D-503 :
Mañana. Mañana, no sabemos lo que pasará. Compréndelo, yo no lo se, ni nadie sabe lo que pasará. Esto es lo desconocido! Qué felicidad! Todo lo que era conocido ha terminado! Es un mundo nuevo e increíble que se inicia!
Pero un mundo con derecho a la esperanza del mañana incierto es sólo posible si se mantiene abierta la posibilidad de la herejía permanente que el poder rechazar el presente infalible implica. Zamiatín lo tuvo bien claro en l920, como London lo había tenido en 1906, Orwell lo tuvo en 1949, todos lo tuvimos bien presente en ese l984 que fue y no fue l984.
¿Podemos hoy repetir —cuando más que nunca ignoramos lo que pasará mañana— que allí radica la felicidad? Dejo la interrogante abierta a los lectores que nos han seguido hasta aquí.