VIAJAR CON PALABRAS AJENAS CUANDO EN ELLAS SE ALMACENA VIDA.
(Barbastro y literatura. Un homenaje debido)

Ramón Acín

©Pilar Aguarón Ezpeleta

 

BARBASTRO, desde que fuera asentada como bastión clave por el caudillo árabe Jalaf Ibn Rasid, siempre ha sido una encrucijada de caminos, principalmente, entre el llano y la montaña (tal vez menos de lo esperado al estar un poco alejada, apenas 15 km., de los ejes o antiguas calzadas romanas que siempre fijaron las rutas a seguir) y, por supuesto, un enclave comercial.  Encrucijada y enclave transitados por viajeros (Cock, Labaña, Quadrado, Tissander, Madoz…), por políticos y militares (Felipe IV, Costa, Lichnowski, Durruti…) o, entre otros, por escritores que o bien han usado Barbastro como escenario de sus creaciones (Ramón J. Sender, José Vicente Torrente…) o bien han dejado constancia de su vista y estancia en la ciudad (George Orwell, Gabriel Ferrater, José María de Segarra, Fernando Marías, Luis Alberto de Cuenca…) como también  lo han hecho los nacidos o avecindados en la ciudad  (López Novoa, Vilas, Coll, Gistaín…)

 

 

 

Para comenzar, viajar con la leyenda.

     EL sitio de Barbastro, Cantar de Gesta  francés (siglo XIII), basado en hechos históricos, expuestos con escasa verosimilitud al situar a Barbastro junto al mar, importante ciudad musulmana que, en 1064 (tras cuarenta días de asedio por la falta de agua), se rinde ante un ejército cristiano, conformado por italianos, franceses (tropas del Conde de Poitiers y del Duque de Auqitania), normandos (Roberto de Creasin,  Barón de Normandía) y catalanes (del Conde de Urgell y del obispo de Vic) que acudió a la llamada del Papa Alejandro II, bajo la dirección de su gonfalonero Guillermo de Montreuil (1064). Un ejército internacional que, nada menos, asentará la idea base para las futuras Cruzadas.

  En las capitulaciones figuraba el respeto a la vida que los cristianos no cumplieron. Fue una conquista efímera al ser recuperada por Moctadir, rey de Zaragoza, con la ayuda de Al-Motádid, rey de Sevilla (1065), hasta que en 1101 acabó definitivamente en manos cristianas tras ser tomada por Pedro I.

“… Si regarda Barbatre qui estoit grand et lee,

Le pomel flanboiant desor  la tor carree,

Qui autresin reluit con fust glace gelee.

La forets regarda qui fu espés ramee,

Ou avoit venoison qui estoit aprestee;

Par devant lor cort Sore, qui est et grand et lle,

Qui les nes lor amoine d´outre la mer salee,

Voit la gaen gnerie , la vignoble, lapree.

Girart son fil a pris par la resne doree:

“Biau fiz, ce dit li dus, oiez  reson menbree.

FRankMolt est ceste cité menant et asazee,

Et quoi or si l´avroit loiaument aquitee,

Par luis seroit Espengne encore delivree…”.

Traducción

(“… Miró a Barbastro que era grande y amplia,

Brillaba el remate de la torre cuadrada,

Que además relucía como si fuera agua helada.

Miró al bosque cuyo arbolado era espeso,

Y donde había venado que estaba al acecho,

Delante corría el Sore, que era grande y ancho,

Conduce las naves al otro lado de la mar salada.

Veía la tierra de labor, la viña, el pasto.

A su hijo Girart le ha cogido por la rienda dorada

“Buen hijo, dice el duque, oíd estas palabras sensatas:

Quien ahora la hubiera adquirido lealmente,

Por aquel también sería liberada España….”

Después dos fotografías literarias.
Primera: época musulmana.

   Frank Baer, en El puente de Alcántara hace coincidir en 1064 a tres de sus personajes durante el “sitio de Barbastro”. Un encuentro a tres bandas (poeta musulmán, escudero cristiano y médico judío) que permite dibujar la convivencia de tres culturas y religiones de la España del medievo desde el Somontano de Barbastro como reflejo de toda la Península Ibérica.

   “…Barbastro se encontraba justo en la frontera, al norte. Debido a esa ubicación, la ciudad y las tierras circundantes estaban expuestas a constantes ataques de las bandas de ladrones de las montañas y, en primavera, también a las correrías de los caballeros del rey de Aragón y sus vasallos. Por ese motivo y como toda ciudad fronteriza, disfrutaba desde hacía mucho tiempo de los privilegios que habrían sido impensables en las ciudades del sur andaluz.

   Barbastro tenía además otra característica, ventajosa para las aspiraciones de autonomía de sus ciudadanos. La ciudad no sólo limitaba con Aragón, sino también con el reino de Lérida. Y gracias a su situación en la salida de un importante paso de los Pirineos que llevaba al territorio franco, la ciudad también debía ser muy codiciable para Lérida…

    Barbastro se hallaba sobre una colina maciza y escarpada, en un recodo del río Vero. En el punto más alto se levantaba al-Qasr, una colosal fortificación que interrumpía el perfil de la colina. En la pendiente que bajada d al-Qasr yacía la ciudad, de edificios muy apretados, rodeados por una muralla circular que parecía de tiempos de los romanos.

   Fuera de la muralla había un gran suburbio, que llegaba hasta el río y estaba rodeado por una empalizada de troncos.

   La ciudad no era demasiado grande, en tiempos de paz debía albergar a unos tres o cuatro mil habitantes. Ahora estaba rodeada de fugitivos que buscaban cobijo taras sus sólidas murallas.

   La carretera de Huesca desembocaba en una plaza alargada paralela a la muralla, que se extendía desde la puerta principal, justo al lado de la mezquita del Viernes, hasta el suburbio.”

Segunda: Barbastro en manos cristianas.

   José Luis Corral, escritor, ensayista, historiador y profesor de la Universidad de Zaragoza, con La reina olvidada, profundiza en la persona de Petronila, reina de Aragón, cuyos esponsales se celebraron en actual barrio del Entremuro de Barbastro. Un matrimonio que supuso la unión del Reino de Aragón y el Condado de Barcelona, importante y vital para España y su influencia en el Mediterráneo.

      “En el verano que cumplí mi primer año de vida se firmaron mis esponsales. Por supuesto que no recuerdo nada de aquello, pero las damas que me cuidaban me lo contaron con todo detalle.

   Se celebraron en la ciudad de Barbastro, a la que mi padre tenía especial afecto, pues dos meses antes de sentarse en el trono de Aragón había sido ungido como obispo de la ciudad.

   Así fue como ocurrió.

   Barbastro se encontraba engalanada para recibir al rey de Aragón, a su hijita y heredera y al conde de Barcelona. Desde tiempos de la conquista de los sarracenos, allá por el año 1100, nunca se había visto en la ciudad na concentración semejante de personajes tan principales. Allí estaban el rey de Aragón y el conde de Barcelona con sus más notables consejeros, y los más destacados nobles aragoneses. Todos ellos iban a ser testigos de un acontecimiento extraordinario que cambiaría para siempre la historia.

    Por primera vez, Aragón y Barcelona, que habían vivido de espaldas hasta entonces, unían sus destinos y lo hacían no solo con una alianza matrimonial, sino también con un gran acuerdo político del cual yo era garantía: Petronila, una niña tan pequeña que apenas podía tenerse en pie.”

                                              

  Y un colofón: la advocación a San Ramón Obispo, patrón de la ciudad.

  Bartolomé Leonardo Argensola, poeta hijo de Barbastro, trazó Rimas una canción poética que recuerda el traslado de las reliquias de San Ramón Obispo, desde la sede de Roda de Isábena a la sede episcopal de Barbastro, describiendo virtudes del eclesiástico y la buena nueva del eterno descanso en la ermita de San Ramón del Monte edificada en un altozano cercano a Barbastro que hoy está totalmente integrado en la ciudad.

 “(…) A su santo, ó cancion, con el ejemplo

De Jacob, que notó con piedra ungida

El lugar donde al ángel lo bendijo.

Su ciudad, en memoria y regocijo

De aquella bendición y despedida.

Sobre el monte, en el que fue, le funda un templo:

Subamos por su senda

Á sus nuevas paredes,

Para que en ellas de mi mano quedes

De afecto inmenso desigual ofrenda...”

 

Más viajes: Barbastro, con ojos ajenos
(visiones viajeras y literarias: la ciudad y sus personajes)

   Juan Bautista Labaña, cartógrafo y matemático portugués al servicio de los reyes españoles Felipe II y Felipe III, en su viaje de 1610 redactó  su Descripción del Reino de Aragón (1620) y afirma que “Barbastro es ciudad, una de las infanzonas del reino, asentada casi en llano y a lo largo del río Vero, sobre el cual tiene cuatro puentes. El término es grande y muy fructífero, porque se coge en él trigo, vino, aceite en abundancia y frutas”

   Abundancia de productos y valor estratégico del que un siglo más tarde  (1786) habla también Bernardo Espinalt y García en el celebérrimo Atlante español ó Descripción general Geográfica, Cronológica, é Histórica de España, por Reynos, y Provincias: De sus ciudades, Villas, y Lugares más famosos: de su Población, Ríos, Montes, &c. Adornado de estampas finas, que demuestran las Vistas perspectivas de todas las Ciudades: Trages propios de que usa cada Reyno, y Blasones que les son peculiares,  que dejó anotaciones sobre la ciudad del Vero como “Esta ciudad y su distrito abunda en excelente vino y aceite, produce algo de trigo y mucha hortaliza; tiene dos fábricas de aguardiente; y es singular la de curtidos y cordobanes que hay en ella. Y finalmente es una ciudad de mucho comercio, tanto por la inmediación a Cataluña como por el despacho a las montañas…”

 

    Entrado el siglo XIX (1836), en el Bosquejillo de la vida y escritos, el montisonense José Mor de Fuentes, marino militar, periodista, dramaturgo, poeta y novelista, narra, en los inicios de su viaje a París de 1833, su paso por Barbastro y el Somontano: “Llegó por fin el punto de emprender mi anhelado y no sé si diga memorable viaje a París, que es forzoso referir con alguna extensión. Salí de casa en el día 6 de agosto de 1833, pasando la barca incomodísima de mi pueblo, pues en el distrito de pocas leguas donde había seis o siete puentes en lo antiguo hay ahora que atravesar el Cinca en alguna barquilla infernal como la del arrugado Caronte. Se sigue por un alto que domina la hermosísima huerta de mi pueblo, y se llega a la traficante cabeza de partido, Barbastro. 

    Salí de allí al día siguiente, pertrechado de mi costoso pasaporte (…) Al dejar Barbastro, se atraviesa y se otea desde los altos el precioso viñedo del pobladísimo y fértil territorio del Somontano. Se pasa la sierra de Naval por despeñaderos no menos horrorosos que los del Pirineo y, después de andar largo trecho por vegas vistosas a la margen del Cinca, se llega al famoso Aínsa…              

 

   También José María Quadrado, periodista y escritor lo hará en Recuerdos y bellezas de España (1886), obra de corte romántico que, iniciada en 1839, y tras doce volúmenes con ilustraciones de Francisco Javier Parcerisa, permite recorrer la España del siglo XIX. En ella anota sus recuerdos de Barbastro que, primero, son parcos y poco halagadores, para después, entre apuntes históricas y descripción, caen en cierta alabanza: Barbastro no tiene más que un edificio notable, la Catedral, del mismo modo que no tiene más que una historia, la eclesiástica, todos sus edificios se agrupan en derredor de aquel. Como hechos todos alrededor de su silla episcopal… Saliendo por (calle) de San Francisco, y dejando atrás la antigua puerta que conserva aún sus bélicas ladroneras, asoma por encima del arrabal la pintoresca alameda, y se levanta atrevido el campanario piramidal de S. Francisco que, aunque de ladrillo produce buen efecto y cuya iglesia fundada al últimos del siglo XIII nada ofrece de notable. Los recodos y sinuosidades de la calle, los tres puentes de variada forma uno en pos de otro, las casas de la izquierda reflejándose en el río y hundiendo su pié en la corriente, y a lo lejos el campanario sexágeno de la Catedral con su aguda pirámide, las casas municipales con su cuadrada torre, y en último término por encima del caserío las informes ruinas de la peña del Sepulcro, punto culminante de la ciudad donde existió un fuerte y una capilla de los caballeros del Santo Sepulcro, ofrecen un animado y pintoresco cuadro imposible de abarcar con la mirada”.

 

    Al igual que Pascual Madoz lo hará en Diccionario geográfico-estadístico de España y sus posesiones de Ultramar. 1845-1850, una magna obra (dieciséis tomos) sobre las todas poblaciones España, entre las que aparece la agrícola y comercial Barbastro un tanto pormenorizada: “Toda clase de comercio es conocida en esta c. (Barbastro) que diariamente aumenta el que hace con las prov. inmediatas y con el con el estrangero (…); celebra mercados todos los lunes y viernes, y además dos ferias al año, una el dos de febrero de Ntra. Sra. de la Candelaria, que dura tres días (…), la otra principia el primero de setiembre y concluye el 8 del mismo, apenas es conocida en sus 4 primeros días, pero en los restantes atrae a la c. una inmensa concurrencia…”

    Entre otras visiones del Barbastro decimonónico cabe destacar la proporcionada por el profesor, decano de Filosofía y Letras de Zaragoza (1861-63) y escritor Braulio Foz, quien en Vida de Pedro Saputo (1844) hace regresar al protagonista a la ciudad, años después de su primer viaje a Barbastro. La capilla del monasterio del Pueyo debe aderezarse con pinturas y Saputo, pintor (amén de otros diversos oficios) ofrece sus servicios que serán denegados con ciertas burlas. No obstante, el regreso sirve para recordar sus antiguas aventuras en la ciudad del Somontano y, por supuesto, para acumular otra más en su viajera y azarosa vida: “Había oído que los de Barbastro reedificaban o amplificaban la capilla del Pueyo y fue allá a ofrecer su pincel si tratasen de pintarla. Y apenas llegó tuvo curiosidad de ver la fuente de marras y salió al río. Bien estuvo en aquella ciudad con los estudiantes, pero, no separándose nunca ninguno para ir a solas, no pudo andar por sus antiguos pasos.

       ¡Cuánto se alegró de ver aquella fuente y aquellas gradas donde pasó la noche, y se comió la torta y la longaniza de la engañada moza de la rondalla! Y se acordó también de la muchacha que le despertó y llevó a su casa de oficial de sastre, y dijo `Pues voy a vella´. No le fue difícil encontrar la casa, porque, como aventura tan singular, se imprimió todo muy bien en su memoria, y supo seguir la calle y conocer la puerta. Llamó y se subió la escalera arriba. La muchacha. ya se ve, era la misma: hallola sola y peinándose (…)

   Luego, después de comer, fue al santuario, y se acordó en el camino del penitente reconociendo el sitio del encuentro.  Llegó al Pueyo y encontró un regidor que cuidaba la obra. Después vinieron otro regidor, un canónigo y un caballero, componentes de la junta o comisión de la obra, y les preguntó que si a su tiempo entendían pintar la capilla. Tomó la palabra el canónigo y dijo que pensaban pintalla, y que querían buscar un pintor de nota.

   -De nota, si señor –dijo el regidor chato, cejudo, bajo y rechoncho-, un pintor famoso, un pintor que no lo haya en el mundo; extranjero, por supuesto, porque en España no hay más que cascabrochas; o andaluz más que extranjero.

   -Pues señores -dijo Pedro Saputo – yo soy pintor, pero no de gran nota, y español por mi desgracia en este caso (…)

   Supo el pueblo después que Pedro Saputo había venido a pintar la capilla del Pueyo y, sintiendo que lo despreciasen, se amotinó y apedreó las casas de los regidores y del canónigo, y al caballero lo ultrajó en la calle, sin que les valiese decir que no le conocían…”

     En 1918, Miguel de Unamuno viaja por el Pirineo oscense y producto de tal viaje será su artículo “Al pie de la Maladeta” aparecido en el periódico argentino La Nación, y que posteriormente recogerá en su libro Viajes y andanzas españolas. Lo curioso de este viaje son las postales que envía a sus familiares donde Barbastro es lugar de referencia y, en concreto, la Fonda de San Ramón, porque ésta hace las veces de estafeta para la correspondencia de Unamuno con familia y amigos. Eso es al menos lo que dice en la primera postal dirigida a su hijo Fernando y que luego rubrica en la séptima, fechada en Castejón (Epistolario inédito): “Llevo unos días un poco molesto con fuerte indisposición de vientre.  Por lo demás, bien. Hace un calor terrible. No sé nada de vosotros. Espero encontrar carta en Barbastro”

                     

     De mayor calado es la noticia que Ramón J. Sender ofrece en Imán (1930) al describir primero a Viance, el protagonista, y la vida de pobreza que rodea a éste en su familia de agricultores en un pueblo próximo a Barbastro. Por eso, apenas alcanzada la adolescencia, Viance busca nuevos aires abandonando su aldea para aprender un oficio en Barbastro y vivir más desahogadamente. La guerra en África, con sus levas correspondientes, acabará llevándole al norte de África y dando al traste con sus sueños: “A los catorce años le dije a mi padre: ` ¿Por qué no nos vamos a Balbastro, que es una población con ferrocarril y con obispo? Allí trabajaría usté menos y estoy seguro de que antes de seis meses se podría comprar un traje nuevo´ (…) Pero él decía siempre lo mismo: `Este año paice que la tierra está harta y el trigo apunta bien´.  Un día me marché yo a Balbastro (…) En Balbastro tuve suerte. Antes de una semana entraba de aprendiz en una fragua, sin sueldo, por la comida. Un año después me daban ya tres duros mensuales, que yo le enviaba a padre. Últimamente ganaba doce, de los cuales enviaba diez. Con dos duros al mes yo no podía ir al café ni tener novia. Como ya era oficial de primera iba vestido conforme a mi categoría, ya comprenderás, y unos pantalones me costaban ocho pesetas, y un par de alpargatas, dos. Vinieron luego dos años. Que no se cogió ni la simiente, y entonces les enviaba los doce duros. Cada día me ponía yo más fuerte. Tiraba el barrón a setenta pasos sin contrapeso. Salú no faltaba…”

 

 

Tres visiones externas: Barbastro durante la guerra civil.

    George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair, nacido en la India (Bengala, Motihari, 1903) escribe sus impresiones sobre la ciudad de Barbastro, sita en la retaguardia republicana durante la Guerra Civil. Lo hace en Homenaje a Cataluña (1938), cuando menos en dos ocasiones. La primera, con rapidez al hilo del paso al frente de guerra, tras su llegada a España por Barcelona y su incorporación al frente aragonés después de su alistamiento en la columna del POUM. La segunda, con calma, tras recibir una bala en el cuello, ser curado y declarado inútil, antes del regreso con su esposa a Inglaterra (sucesos de mayo del 37, en Cataluña). Ambas visiones, contrapuestas, marcan dos formas distintas de ver la ciudad de Barbastro:

“Barbastro, si bien muy alejada de la línea del frente, tenía un aspecto lúgubre y desolado. Grupos de milicianos de uniformes raídos vagaban por las calles de la ciudad tratando de perseverarse del frío. En un muro ruinoso descubrí un cartel del año anterior en el que se anunciaba que`seis extraordinarios toros´ serían matados en la arena tal día. ¡Qué tristes eran sus pálidos colores! ¿Dónde estaban ahora los toros y los toreros? Ya ni en Barcelona había corridas. Por algún extraño motivo, los mejores matadores eran fascistas… “

   “Mi actitud era diferente, más observadora que en los últimos meses. Había obtenido mi licencia, que ostentaba el sello de la División 29, y el certificado médico que me declaraba `inútil´. Era libre de regresar a Inglaterra y, en consecuencia, me sentía casi por primera vez en condiciones de contemplar España. Debía permanecer un día en Barbastro, pues sólo había un tren diario. Antes había visto Barbastro muy de pasada, y me había parecido simplemente una parte de la guerra: un lugar frío, fangoso y gris, lleno de estruendosos camiones y tropas andrajosas. Ahora me resultaba extrañamente diferente. Caminando sin rumbo fijo, descubrí agradables y tortuosas callejuelas, viejos puentes de piedra, bodegas con grandes toneles goteantes, altos como una persona, e intrigantes talleres semisubterráneos con hombres haciendo ruedas de carros, puñales, cucharas de madera y clásicas botas españolas de piel de cabra. Me puse a observar cómo un hombre hacía estas botas y así me enteré, con gran interés, que el interior de la piel se colocaba hacia adentro, de modo que uno en realidad bebe pelo de cabra destilado. Las había utilizado durante meses sin saberlo. Y detrás de la ciudad había un río verde jade, poco profundo, del cual emergía un risco perpendicular, con casas construidas en la roca, de modo que desde la ventana del dormitorio se podía escupir dentro del agua que corría treinta metros más abajo. Innumerables palomas vivían en los agujeros del acantilado…

  También Agnes Hodgson, una enfermera australiana que vino a España a ofrecer sus servicios en la zona republicana en su   A una milla de Huesca. Diario de una enfermera australiana en la guerra civil española (2005) que resume su estancia y  actividad en el frente de Aragón, hablando de descorazonadoras y tumultuosas intervenciones quirúrgicas en condiciones precarias, de rutina, de esperas interminables o de inusuales guardias hospitalarias junto a momentos de asueto en el paisaje oscense y donde la profesionalidad médica, la implicación ideológica y la intimidad fluyen en sus escritos dejando un recuerdo grato para los barbastrenses: “Al llegar a Barbastro, a las 7 de la tarde, han empezado mis pesquisas. He dejado mi equipaje con el encargado de la guarnición, y un joven se ha ofrecido a acompañarme al hospital de sangre donde yo ya había estado en mi última visita a Barbastro (…) De vuelta en el Estado Mayor, otro muchacho de la oficina, Antonio Chesa, ha dicho que creía que su patrona podría ofrecerme una cama, si me parecía bien, así que hemos ido a su casa. No había electricidad, pero la patrona me ha inspeccionado a la luz de una cerilla y enseguida me ha ofrecido la alcoba matrimonial (…) Con el tema de la cama arreglado hemos salido a cenar (…) Toda esta gente es amable de veras”

Por su parte Mijail Koltosv, periodista soviético, presente en España desde los primeros días de la contienda civil (considerado como el espía de Stalín en España, aunque posteriormente, a principios de los 40, fuera ejecutado por el régimen) visita en agosto el frente de Aragón y durante la visita cruza por Barbastro y se entrevista con el coronel Villalba dejando su Diario de la Guerra de España una parca  nota de la ciudad y otras muy concisas del ambiente que en esta se respira: “Anochecido, llegamos a Barbastro, vieja ciudad de calles estrechas y una plaza pequeña, apretujada. En la casa del obispo se ha instalado el Estado Mayor del coronel Villalba. Bajo los arcos de piedra del portal del siglo XVI, unos soldados con uniforme del viejo ejército regular juegan a las cartas. A través de una galería iluminada por la luna, me he dirigido a la estancia del obispo, ahora cuartel general del frente Zaragoza-Huesca. Sobre una mesa con mapas militares, cuelga un enorme crucifijo de marfil. El coronel se ha levantado y se ha dirigido a mi encuentro. Es un hombre magro, severo, tímido. Él y su ayudante, el capitán Medrano, artillero, forman parte del pequeño número de oficiales que en Aragón y Cataluña han permanecido fieles al gobierno. Villalba ha conservado con él a todo su regimiento (…)


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