A los catorce años la vida no es tan sencilla como creen los adultos. Y si encima eres diferente, entonces tu vida se transforma en una pesadilla. Vivo en el centro de una pesadilla que se sucede día a día. En casa, mis padres no comprenden la gravedad de mi situación. «No hagas caso», «díselo a los profesores», «ya tienes edad para defenderte sola.» ¿Defenderme yo sola? No tienen ni idea. Los profesores no intervienen, miran para otro lado para evitarse problemas. La directora es una lerda que antepone la reputación del centro a cualquier otro asunto. «Cosas de adolescentes, no hay que darle más importancia.» No son cosas de adolescentes. Son cosas que me pasan a mí en cuanto pongo un pie en el colegio. Son cosas que me persiguen en mi vida privada. Gorda, sucia, apestosa, guarra, tonel de grasa, das asco. Esas palabras me persiguen de la mañana a la noche. No tengo cuentas en las redes sociales, he cambiado el número de mi móvil. No tengo amigos. Pero me siguen acosando, me humillan en los grupos de WhatsApp y en Facebook. Se apartan de mí en el recreo, se burlan de mi almuerzo, nadie me quiere en su grupo cuando hacemos trabajos. «Esa cerda que no se acerque a mí, me da asco.» No soy sucia ni huelo mal. Me doy dos duchas diarias, y cada vez me pongo ropa interior limpia. Jamás se me ha visto desaliñada, siempre llevo el pelo lavado y peinado. Pero me odian porque no soy delgada y esbelta. Todavía no me han pegado, pero no tardarán. Cuando voy por el pasillo noto sus miradas malignas. Cuando entro en clase, siempre está el gracioso de turno que corre a abrir una ventana para ahuyentar mi supuesto mal olor. Han empezado a empujarme en el baño para que no entre antes que ellas. No tardarán en pegarme. Patricia me dijo ayer: «si yo fuera tú, no saldría de casa, me daría vergüenza de que me vieran.» Me miro en el espejo de mi habitación y veo una chica acobardada y gorda que me mira con miedo. Mido escasamente un metro sesenta y peso sesenta kilos. ¿Se puede vivir con sesenta kilos entre chicas que pesan cuarenta? Supongo que no. Pero tengo que vivir entre ellas. A veces creo que sería mejor atiborrarme de pastillas como hizo una tía de otro colegio, o ahorcarme, como el chico que vi en la televisión. Les convencen de que son una mierda, de que no deberían estar en este mundo, de que estorban. A mí quieren convencerme para que también me autolesione o directamente me suicide. Yo antes no odiaba a nadie. Ahora odio a todos esos hijos de puta delgados que se mofan de mí. Ellos deberían morirse, no yo. Ellos deberían mirarse en el espejo y odiar cada fibra de su ser. Ellos deberían desaparecer de este mundo. A veces sueño que ya no están, llego al colegio y es un edificio desierto, en mi clase solo estoy yo. A veces sueño que enveneno la comida del comedor y se mueren todos en el acto. Rectifico mi sueño: en el acto no, lentamente y entre grandes sufrimientos. No les voy a hacer nada, claro. Bastante tengo con defenderme de ellos como puedo. Puesto que ya me odian, sólo puedo vencerlos de una manera: con las notas. Tengo la mejor media de clase con diferencia. Cuando llego a casa rota y asqueada, solo me quedan dos opciones: o encerrarme en mi cuarto y dejarme morir como ellos esperan, o tragarme las lágrimas y estudiar a tope. Ya que no tengo amigos, no salgo, no invierto mi tiempo libre en actividades sociales, estudio. Estudio. Tengo todas las horas para estudiar, hacer los deberes, leer sobre todo lo que me interesa. Le he pedido a mi madre que me matricule de lengua, matemáticas e inglés en una academia; no porque lo necesite, sino para avanzar más. Mi única fuerza es superarlos a todos en los exámenes, llevar los deberes siempre bien hechos, ni una falta de ortografía, una pronunciación más que correcta en clase de inglés. Me gustaría gritarles a la cara: «mirad, cretinos, la gorda, la sucia, os supera a todos. Con esas notas podrá estudiar la carrera que quiera. Seguid frente a vuestros espejos. A cada cerdo le llega su día y el vuestro también llegará.» No digo nada, claro está; pero no lo necesito, mis calificaciones gritan por mí. Patricia pronuncia el inglés como un indio de las películas antiguas del Oeste. Sin mirarla, le di una buena tunda cuando la lección se convirtió en una pequeña conversación entre Miss Campbell y yo. Sentí su odio como un cuchillo en mi espalda. Pronto mandará a su cohorte a que me dé una lección. Tengo miedo de los golpes, de que me dejen lisiada, en coma. Si se lanzan contra mí podrán hacerme lo que quieran. Nado muy bien, aunque ellos no lo saben, pero la natación no me ayudará. Le he pedido a papá que me lleve con él los sábados al gimnasio. Quiero aprender defensa personal para mujeres; si vienen a por mí prefiero morir defendiéndome, no como un cordero acorralado. El odio de las chicas, esas anoréxicas acomplejadas de cuarenta kilos, puedo entenderlo. El que no comprendo es el de los chicos. ¿Qué tengo que ver con ellos? Pero supongo que si se unen a la tropa comandada por Patricia, alguno hallará valor a sus ojos azules de muñeca Barbie. ¿Acomplejadas ellas? ¡Pues claro! Por eso no comen, para no pasar de ser unas muñecas huesudas y vacías de contenido. Por eso quieren acomplejarme y hundirme a mí. De mí depende que lo consigan o no, de mí depende vivir como una víctima o como una chica libre. Y al final vinieron, como esperaba que harían. Ellas y ellos, muy valientes, móvil en mano para grabarlo todo y subirlo a YouTube. Me erguí ante mis verdugos y lancé un alarido que agrietó las paredes. Como sólo hablo en clase cuando me preguntan, no sabían que tengo una voz potente y aguda que se deja oír a distancia. Se quedaron un momento indecisos, lo justo para que el tutor apareciera corriendo y viera aquella horda de zombis amenazándome. Les requisó los móviles y le comunicó el incidente a la directora. La lerda de la directora les echó un sermón en plan «eso no se hace, que es muy feo», y ahí quedó la cosa. Desde entonces Miss Campbell me acompaña al baño, me hace esperar en su despacho, y sale conmigo cada día. Es la única que me comprende. Estoy harta. Han conseguido que me llene de un odio tan grande como el de ellos. Patricia ha sufrido un accidente, se ha caído por el hueco de la escalera que da a la sala de calderas. Nadie se explica qué fue a hacer allí durante el recreo, a menos que quisiera encontrarse con uno de sus admiradores en secreto. Está en coma, puede que despierte o puede que no. En todo caso, si recobra la conciencia los médicos no aseguran en qué condiciones quedará, tal vez amnésica, o medio vegetal. A cada cerdo le llega su día.
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A ver, yo no soy mala tía; no seré tan mala cuando tengo tantos amigos y mis amigas especiales me imitan. Reconozco que soy una líder, y que mis amigas especiales son capaces de todo para que no las eche de mi grupo. Los chicos me admiran y se matan por una sonrisa mía. Soy guapa, ¿eso es malo? Soy guapa y me gustan las cosas bonitas, me gusta rodearme de gente guapa pero no tanto que sobresalgan. Yo soy la líder, la jefa. Miss Campbell me llama abeja reina. Vale, lo soy. Soy una reina rodeada de súbditos sumisos que me obedecen. Me gusta esa sensación. Pero si se dejan dominar por mí será porque les conviene, yo no llevo a nadie a la rastra. Cuando una tía me cansa, la echo de mi grupo y otra corre a ocupar su lugar. Cuando un chico me aburre, se lo cedo a alguna de mis amigas o le ignoro y dejo que los demás se burlen de él. Mi agenda está llena de invitaciones, mi móvil no para de sonar. Todos me quieren. Lo de estudiar ya es secundario. Tengo que terminar la enseñanza obligatoria porque es obligatoria, pero yo no he nacido para dejarme los ojos leyendo, como esa gilipollas de Diana. En cuanto salga del colegio me voy a dedicar a la moda y al mundo de la televisión. Veo todos los programas en los que salen tías más feas que yo presumiendo en esos concursos para guapas. Yo lo haré mejor. La gilipollas de Diana es mi reverso, justamente lo que jamás debería ser una chica. No se maquilla y viste como una ñoña. Claro, con ese cuerpo tampoco es para que se ponga tops ni falditas cortas. Es asquerosamente gorda, debe pesar como cien kilos. Se sienta un pupitre por delante de mí pero en la fila de al lado, de manera que la veo constantemente en clase y se me revuelve el estómago. En serio, si yo fuera tan fea y tan gorda, me suicidaría. Lo peor que pudo hacer fue acercarse a mí y saludarme el primer día de clase. No di crédito a mis ojos. ¿Cómo esa gorda se atrevía a echarme encima su aliento? Con toda esa grasa moviéndose a su paso, su vestidito como un saco y aquellos zapatos planos horribles. Me dieron ganas de vomitar. La gente tan gorda tiene que ser muy sucia y oler mal, seguro que no se lava las manos después de ir al baño. Les dije a mis amigos que hicieran lo que quisieran, pero como se relacionaran con ese monstruo de gordura habrían terminado conmigo. Me obedecieron en todo, y comenzó la caza de la gorda. Cuando ya parecía que la teníamos arrinconada, la asquerosa pareció revivir. Entonces comenzó su seguimiento en Facebook y por todas partes en Internet, pero no dimos con ella ni con su número de teléfono para darle nuestros recuerdos fuera de clase. Lo que más me hace odiarla, aparte de su aspecto viscoso, es que la cerda es muy inteligente. ¿No se supone que la grasa en el cerebro vuelve idiota? Pues ella no. Tiene una memoria de elefante y saca notazas en todas las asignaturas. La oyes hablar inglés y parece el Shakespeare ese del que nos habla Miss Campbell. Si no fuera gorda, la odiaría por ser mejor estudiante que yo; porque aunque a mí no me hace falta estudiar porque saldré en televisión, y para eso me basta con tener la cara y el cuerpo que tengo, no puedo perdonarla que me deje en la sombra con los profesores. Prefieren a la gilipollas apestosa antes que a mí. Cuanto peor la trato, más parece crecerse. He logrado que la marginen y nadie le hable en clase. Es chistoso cuando Josan abre la ventana al entrar ella, el primer día que lo hizo me partí de risa y le dediqué mi mejor sonrisa. Pero ya no la aguanto más. A veces veo que me mira de reojo, nos mira en el pasillo y en el recreo. Les he dicho a las chicas que controlen el baño, no quiero hacer pis después de ella y sin saber dónde ha entrado. Que se espere a que terminemos todas o que se mee encima. Mira, esa sería buena, grabarla mientras el pipí se le escapa piernas abajo. Han tenido que empujarla para que se entere de una vez de que no la queremos en nuestro baño. Y ella calladita, toda dócil, no suelta una palabra. Quería hacerle algo sonado en natación, pero no practica extraescolares; se limita a la Educación Física porque no le queda otra, pero la hemos vetado en los ejercicios por equipos. En chándal ya da asco, pero con el pantalón corto y la camiseta no quiero ni mirarla, es un monstruo obeso y repugnante. El profesor de Educación Física es muy comprensivo con ella y le propone los ejercicios que es capaz de hacer. Nos reímos en voz baja para que el profesor no nos riña, pero es que es un caso. La imbécil de la inglesa la adora; debe ser porque chapurrea con ella sin que los demás entendamos nada. Para colmo, la psicóloga del colegio ha querido hablar conmigo sobre Diana. Va y me dice que como yo tengo tanta influencia sobre la clase, si fuera un poco más amable con ella los demás la aceptarían y no estaría tan sola. ¡Lo que me faltaba!, ser su hada madrina cuando no hay quien la deteste más que yo. Le he dicho a la psicóloga que nadie la aparta, que se aparta ella sola porque debe tener problemas. Los demás no tenemos la culpa de que en su vida algo no funcione, ¿verdad? Parece que ha hablado con la cerda aunque no ha dicho nada de interés ni me ha mencionado. Pero me he enterado de que estuvieron hablando sobre el trabajo de un tal Jung, me pregunto quién será ese tipo. Ya no la soporto más, es ella o yo; y solo puedo ser yo, por supuesto. ¿Cómo puede comerse un bocadillo tan grande a la hora del recreo? ¡Qué asco! Qué tía más dejada. Si tuviera dignidad iría al gimnasio y se quitaría de encima toda esa grasa. Las personas tan abandonadas son una ofensa para la gente normal. Yo al principio creí que iría sin depilar como un yeti; pero resulta que no, que va súper depilada. ¡uf!, al menos me ahorra el espectáculo de ver sus pelos en clase de Educación Física. He decidido que hay que darle un escarmiento, o se vuelve normal o que se muera. La acorralamos para darle lo suyo. Josan y otros con el móvil dispuesto para subirlo todo a Internet. Y va la asquerosa y da un grito que casi nos revienta los tímpanos. Se jodió todo. Apareció el tutor y encima nos quitó los móviles hasta que acabaron las clases. Esa Diana me lo va a pagar personalmente. Y la directora en plan pacificador, echándonos un sermón de la hostia que no escuchó nadie. Esta vez voy en serio. La he citado en el sótano con la excusa de hablar con ella en privado. Si cree que voy a darle una oportunidad y que la dejaré en paz podré cogerla desprevenida. Me las vas a pagar, gorda asquerosa.