María José GuallartEL INTÉRPRETE

Un sábado de mediados de enero, me desperté a las cuatro de la tarde. La cabeza me dolía y sentía el estómago vacío. La noche anterior salí de copas con los amigos y bebí más de la cuenta. Soy arqueólogo de formación; de profesión solo a temporadas. En aquellos días, esperaba la llamada de la empresa que me entrevistó poco antes de Navidad. Dijeron que me contestarían, fuera cual fuera el resultado.
Continuaba en la cama, cuando sonó, debajo de la almohada, la señal de entrada de un correo en el móvil.Cuál fue mi sorpresa al ver que se había abierto solo, mostrando un extraño mensaje de origen desconocido: «’código “7””=”=4”.5=408p5#==+w#’».No estaba yo para galimatías mentales, así que dejé el aparato sobre la mesilla y me fui a la ducha.
De vuelta a mi habitación, el móvil, todavía, mostrabaaquel mensaje en la pantalla. Lo único claro era la palabra “código”. Estaba intrigado, la verdad. Tras un café cargado, una tostada y un analgésico,me dispuse a descifrarlo.
Despejé algunas operaciones que estaban incluidas en la secuencia. Apliqué los valores numéricosdel abecedario del teclado. El resultado fue 56 y la síntesis: “Código 7=20=56”.Apliqué la reducción teosófica: “Código 7—2—11”. Interpreté que el código era 7 que se revelaba a partir 2 y 11; dos y once son iguales porque uno más uno es dos; el número once tiene valor por sí mismo en la numerología y en el Tarot. No comprendía a dónde me llevaba todo aquello ni para qué. Pero estaba seguro deque, como siempre que tenía una duda o un problema, me llevaría a Susana.
Susana era Ingeniera Informática.De todas mis novias y amigas de la universidad, erala única con la que mantenía una relación de amistad. Sabía llevar su vida; no se entrometía en la de los demás y se podía contar con ella para lo que fuera. Su único defecto erasu excesiva solemnidad, como si la vida estuviera hecha para no reírse.
Por correo electrónico, le envié una copia del desarrollo de mi interpretación. Veintitrés minutos más tarde, ella me telefoneó.
— Parece un mensaje encriptado.
—Lo extraño es que no se pueden enviar llamadas ni mensajes de origen oculto ―añadí—. Recuerda que prohibieron esa opción hace tiempo.
— ¡Escucha! —me ordenó—, las “comillas” marcan valores o acciones, el signo “más” es una operación; el signo “igual”, un resultado. El mensaje no parece que sea para jaquear el móvil, más bien parece un intérprete.
— ¿Intérprete? —pregunté extrañado
— Sí, un intermediario entre el lenguaje de la máquina y el lenguaje de programación. Existen programas muy pequeños con las mínimas líneas de código. Podría ser la línea de un código fuente de programación.
—Y, el signo “almohadilla”, ¿qué pinta aquí? No entiendo nada.
—Suele ser un signo que utilizan las compañías telefónicas para …
—Sí, hace añoscuando existían las cabinas telefónicas,si marcabas una secuencia utilizando la almohadilla, la llamada era gratis.
La interrumpí porque me estaba poniendo nervioso. Aquello, aunque obsoleto, eraverdad y me vino al pelo para romper la profesionalidad con la hablaba conmigo. No pude contener la risa, lo que a ella no le hizo gracia.
—Las cabinas telefónicas desaparecieron ―fue lacónica en su afirmación.
—Ha sido para ver si estabas atenta, —le respondí reprimiendo una carcajada— eres, siempre, tan profesional―. Ella se puso aún más seria y elevó su voz.
—Puede ser un juego, una lista de pistas: unas llevan a otras y cuando se resuelve la última prueba, una organización de super listos contacta contigo para que te unas a ellos. Puesto que has superado todas las pruebas, consideran que eres la persona idónea para ser reclutado.
—O puede que sea una abuela novata jugando con el WhatsApp de su nieto por primera vez—. Me arrepentí nada más responderle. Me exasperaba su seguridad, su racionalidad, su dos más dos son cuatro.
—De acuerdo, como quieras —puntualizó— yo te he dado mi opinión, loque tú has pedido. Espero que te sirva. Besos.
Colgó sin darme tiempo para disculparme, ni a darle las gracias.
Los días siguientes, los pasé dando vueltas a lo que me ella me había dicho. Lo único concreto de aquel rompecabezas, pues en eso se había convertido para mí, eran los números 7, 2 y 11.
Consulté a una echadora de cartas que me dijo que aquellos números correspondían a Arcanos Mayores del Tarot. Me explicó que El Carro, La Papisa y la Fuerza hablaban del inicio de una nueva etapa llena de pruebas que se superarían con éxito, para abrirse, después, un período estable y lleno de proyectos. Le aboné la consulta con un billete que dejé sobre la mesa, «la voluntad», como ella me susurró.Cuando iba a salir, me pidió que esperara.
—Hay otra alternativa ―añadió―. Los números me sugieren una fecha: 7 de febrero de 2011¿Le dicealgo?
—En absoluto. No tengo nada previsto para ese día ―respondí con ironía.
—En ese caso, esté atento.
Unos días más tarde, me disculpé con Susana y le di las gracias por el interés que se había tomado. También, quería contarle lo de la tarotista. Le dije que, considerando sus explicaciones, las de la echadora de cartas y mi situación personal, no me quedaba otra alternativa que esperar a que alguien me llamara día el 7 de febrero de 2011, para ofrecerme un trabajo. Aunque se mostró aséptica,no le extrañó que hubiera ido a una echadora de cartas. Parecía como si lo aprobaba.
Continué con mis pocos quehaceres, atento a “las señales”. Llegó el lunes 7 de febrero. Nada. No hubo llamada, ni pasó nada de nada.Decepcionado me olvidé de aquel asunto y de nuevo, me dispuse a enviar currículos, buscar ofertas de trabajo y leer, sobre todo leer.
Hacia finales de febrero, recibí la llamada de un número que no tenía registrado. Estuve a punto de no contestar, tenía todo el aspecto de ser alguna compañía telefónica para ofrecer sus productos. Pero contesté.
Mi corazón iba a cien por hora. No podía creerlo y, sin embargo, era verdad ¡La AISIA! Al día siguiente, debía estar a las once veintitrés en la segunda planta del número cuatro de la avenida de América.
Poco antes de la hora convenida,yo esperaba en una sala de reuniones. Ocupaban el espacio, unamesa rectangular consillasa los lados y dos sillones que presidían cada extremo.La inercia me hizo tomar asiento en el centro de la mesa, muy cerca de donde había una carpeta de piel negra.
No pasarían más de diez minutos cuando la puerta se abrió. Me levanté para saludar, pero la sorpresa que recibí me sentó de nuevo. Era la primera vez que la veía reír. ¡Sí, Susana! Todo me llevaba a Susana. Ella se acercó, me dio la mano a la vez que me besóen la mejilla. Nada convencional para la firma de un contrato.
—¿Sorprendido?
—Claro. Pero… ¿por qué? Esto… quiero decir … ¿En La AISIA?
—Las respuestas te irán llegando, no te preocupes. Antes de firmar el contrato, quiero aclararte algunos términos. La AISIA corresponde a las siglas Agencia Internacional de Simbología para la Investigación Antropológica. La palabra clave aquí es investigación y sus objetivos son descubrir contrabando, fraudes, delitos, mafias relacionadas con las obras de arte y piezas arqueológicas tanto en museos, como en yacimientos.
—Yo creía que se trataba de otra cosa. Tal vez no sirva. Soy profesor, lo mío es sacar a la luz obras histórico-artísticas, datarlas, estudiarlas, catalogarlas, esas cosas.
— Vas a salir de dudas, enseguida—desde luego tenía ante mí a una Susana diferente, sonreía, hablaba distendida—. Si tuvieras que investigar la desaparición de algunos de estos sillones, ¿cómo los describirías?
— Como un sillón de madera de caoba, de estilo combinado de rococó francés, arte chino y gótico. Conocido como Chippendale. Se desarrolló en el Siglo XVIII y su creador …
—Está bien, está bien —me interrumpió— ¿Lo ves?
— En concreto, ¿qué?
—Tu capacidad de observación, tus conocimientos, tu formación, tu tesón para encontrar soluciones.
— Vale, de acuerdo―. Me ruboricé.
— ¿Seguro? ―insistió ella.
—Sí, seguro.
Susana abrió la carpeta negra, cogió los documentos que contenía y me los puso delante.
—Bienvenido a la plataforma. Aquí tienes el contrato. Firmatodas las páginas, bajo de la fecha. Comienzas mañana a las ocho, en la planta quinta de este edificio, dondete recibirá tu personal. Cuarenta y cinco minutos más tarde, nos veremos en la sala de reuniones. Nos asignarán tareas y hablaremos de las que están en marcha.
La voz de Susana se diluyó entre el mobiliario de aquella sala cuando estampé mi primera rúbrica. El documento estaba fechado el 7 de febrero de 2011.

Maria José Guallart
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