Carmen Santaliestra

Busco mi árbol

El caso es que me he enamorado de un árbol. Un pinsapo robusto y fuerte, frondoso, donde se refugian y anidan gorriones con palomas torcaces.

Pero creo que aún es pronto, mejor voy a seguir cribando. Y es que estoy buscando el árbol de mis sueños… ¡mi árbol ideal! ¿Para qué pensáis que lo quiero?

Tiene que ser un árbol amable, un árbol especial; un árbol generoso, pleno de vida, que invite a anidar, que llame a ser poblado. Un árbol no tan inabarcable como las secuoyas. Un árbol bendecido como las hayas por tantas y tantas ninfas amigas. Un árbol dispuesto a sacar a la luz sus raíces ávidas de experiencias etéreas. Un árbol dispuesto a mudar cada otoño sus resquemores. Un árbol con ilusión por alcanzar y cruzar el invierno, si hace falta hasta desnudo, por conseguir defensas renovadas. Un árbol preparado para su renuevo, aunque haya tenido que renunciar a todas su hojas para alfombrar mi sendero, desprendiéndose incluso de sus ramas para dar calor en la lumbre de hogares abrigados, renunciando también a todos sus frutos para alimentar bocas que resisten 3 meses en sus grutas adormiladas.

Busco un árbol que olvide su solitario letargo. Un árbol expectante, en su objetivo enfocado, nutrido de micelios que irradian vida hasta sus compañeros más cercanos y lejanos. Un árbol con revitalizada frondosidad, desmedida y colorida, con la única y sana intención de procurar buena sombra y frescura para cuando la canícula estrangule.

Busco mi árbol sincero, fiel, amigo… cercano. Seguro que no se encuentra muy lejos.

Creo que ya lo he encontrado… ¡me acaba de venir al pensamiento! Es el platanero que paseando ayer por la ribera del Canal Imperial me sorprendió con su majestuosa copa verde, con esos trinos cantarinos de agapornis danzando a su alrededor.

Carmen Santaliestra


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido