Me registro los bolsillos desiertos

hasta el final, porque hemos de llegar

siempre hasta el final.

En los límites de los espacios muertos,

por los senderos de la paradoja máxima,

entre diversiones y comercios horizontales,

para saber dónde fueron aquellos sueños,

con terciopelo en los hombros y guantes de crin

en los ojos. Todo esto y más, será mi desafío.

Por eso enfundé abrigo y sombrero

y me busqué por todas las salas de fiestas,

establecimientos hostiles y vulgares locales de copas.

 

Me busqué entre las páginas de Quevedo,

también de Baudelaire y cómo no de Bukowski.

Me busqué en las sangrientas partituras de Coltrane,

las ilusiones de Dinah Washington y las flores

artificiales de Charlie Parker.

Me busqué entre las piernas de eslovacas

de linaje, también entre los pechos de nigerianas

iracundas.

Invado las estancias vacías

para recoger mis palabras tan lejanamente idas.

Me busqué entre las disposiciones de Eduardo Arroyo,

las audacias de Basquiat y el persistente martilleo

de Braque.

Me busqué en los rascacielos perdidos,

en las plazas de toro sin público,

en las glorietas y pórticos de Irlanda e Italia.

 

Me busqué en las aulas tejidas

de pobreza y en trozos de historia tan lujosos

como vespertinos que las tizas arrimaban.

         Saqueo aparadores antiguos,

viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,

estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato.

 

Hasta tomé buen color de piel

porque regularmente descomponía

versos en una terraza de turistas.

 

Me busqué en los despachos de apuestas,

en piscinas de hoteles, rememorando quizás, películas

de la infancia. Mas en cada brazada

grité libertad, tierra y bronce para el honor.

Me busqué en los zapatos de aguja fina,

mortíferamente atractivos, los que pertenecieron

a Sofía Loren y a Marlene Dietrich

y sobre todo los de color magenta de Jaana Judith.

Me busqué en instituciones oficiales

desprovistas de sentido común

y también en aquellas otras privadas,

tan comunes y sin sentido.

Me busqué en fármacos, afrodisíacos

e inútiles esfuerzos, en los velódromos franceses,

las lunas de abril y los cañones españoles todavía dispersos

por el mundo.

Me busqué en la fatiga, en las locuras del pasado,

o mejor, del condicional,

por los escaparates y las tiendas de colchones me busqué.

Me busqué por las autopistas de Munich y en Berlín

y por las rutas en zigzag del Tourmalet

sacando pecho en la mítica carretera del 66,

pero nadie me dice quién fui yo.

 

Me busqué en vértices lejanos, precipicios galeses,

pergaminos teñidos de sangre, carbón y regaliz,

en los innumerables manuscritos de románticos ingleses.

Me busqué en selvas enfrascadas de Balzac, Camus y Saramago,

a dos pasos de la tormenta más perfecta jamás contada.

Me busqué en lo inédito, lo efímero,

la bandera multicolor del ensueño

y las narices insolentes de camareras alemanas.

Me busqué detrás de las cortinas donde suelo

cristalizar el tiempo con ojo de diamante. En el espejo,

quedó atrapada mi alma de poeta. Por fortuna,

era yo hombre sin patria y me sigo buscando.

Albert Torés

 


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido