1.      Noticia de Badr Shakr as-Sayyab

En 1947 se daba a conocer como poeta un jovencísimo Badr Shakr as-Sayyab (Yikor, Basora, 1926-Kuwait, 1964) con la publicación de un libro, Azhar dabila (Flores marchitas), que, junto a ‘Asiqat al-layl (Enamorada de la noche) de Nazik al-Mala’ika, habría de inaugurar, al decir de muchos, una nueva sensibilidad en la poesía árabe contemporánea.  Comenzaba así una brillante carrera literaria que lo ha hecho acreedor a una fortuna en la historia de las letras árabes solo equiparable a la adversidad que persiguió su existencia, prematuramente truncada tras una larga y penosa enfermedad cuando apenas contaba treinta y ocho años de edad.  Breve fue, en efecto, su paso por la vida pero de una intensidad apenas soportable a juzgar por los acontecimientos, de muy diverso signo, que jalonan su biografía. 

Hombre de su siglo, en su juventud formó parte de una generación que, congregada en torno a la Escuela Superior de Magisterio de Bagdad, pronto tomó conciencia de su  papel histórico.  Haciendo suyas las reinvindicaciones de quienes clamaban por un mundo más justo y solidario, esta generación escogida, ávida de superar la miseria física y moral en que se había mantenido el país durante siglos, se consagró a la tarea de modernizarlo desde el ámbito que les era propio, el de la poesía.  Así surgió el  “movimiento del verso libre” o la “generación de los cincuenta” y, en efecto, al-Mala’îka, as-Sayyâb, ‘Abd al-Wahhab al-Bayati, Bland al-Haydari, Sa’di Yusuf, etc., como sus figuras más representativas, encarnan la efervescencia intelectual de un grupo que, no obstante la sartreana prevención sobre las “manos sucias”, en ningún momento dejó de vincular cultura e ideología, conjugando reflexión y acción desde posiciones abiertamente izquierdistas e interviniendo decisivamente en la vida política del país. Desde la manifestación del descontento general ante el sistema de protectorados y mandatos bendecido por la monarquía iraquí en virtud de los tratados firmados en 1922 y 1930 con Gran Bretaña (que, además del control sobre el petróleo, se reservaba el derecho a supervisar asuntos de política interior) hasta la denuncia de las lacras y los abusos cometidos sobre una masa de población que vivía en la incuria más absoluta en las barriadas de la capital, blanco de sus ataques fue el primer ministro Nuri Sa’id, títere en manos del Gobierno británico, y su órgano de expresión, la revista at-Thaqafat al-yadida (La Cultura Nueva), en la que colaboraban significados miembros del Partido Comunista Iraquí –como lo era, por aquel entonces, as-Sayyab- al tiempo que se hacía eco, al estilo de la URSS anterior a la era de Stalin, de movimientos vanguardistas rápidamente importados desde Europa.

       A partir de entonces, la vida del grupo estuvo indisolublemente ligada a los importantes acontecimientos políticos que se sucedieron en la zona. La interesada irrupción en ella de los EE UU con el Pacto de Bagdad (1955) motivó una fuerte represión que aparejó persecución y exilio para esta cuerda de intelectuales comprometidos, que, solo con el triunfo de la revolución, después de la caída de la monarquía el 14 de julio de 1958 y consiguiente instauración del régimen de Qasim y los generales, con el apoyo del Partido Comunista y del Partido Socialdemócrata, pudieron regresar al país.

       En modo alguno ajeno a la suerte del grupo, Badr Shakr as-Sayyab conoció en primera persona tales vicisitudes pues, tras pasar una temporada en prisión, pronto hubo de tomar la decisión de emigrar, primero, hacia Siria y, luego, hacia Egipto, para instalarse finalmente “extraño entre ojos extranjeros, / entre rechazo, desprecio, aversión o ese eterno: ¡Qué lástima”,  en el destierro en Kuwait.  Pero su esperanzado retorno a Irak como maestro rural, desvinculado ya del Partido Comunista y habiendo abrazado la causa del nacionalismo panárabe desde el Partido Socialista Sirio, no le anunciaría ciertamente tiempos de bonanza, ya que la llegada al poder del Partido Baaz en 1962 lo forzaría a emprender nuevamente el camino del exilio, al tiempo que, siempre a vueltas con el hambre y la pobreza y los primeros síntomas de una enfermedad degenerativa con creciente parálisis corporal, lo obligaban a visitar sin ningún éxito clínica tras clínica en Roma, Londres, Beirut, Kuwait, en penosa peregrinación que se prolongó hasta el momento de su muerte. 

       Badr Shakr as-Sayyab dejaba tras de sí una vida dura y difícil, que lo llevaría a escribir apenas un año antes de morir: “Con muletas ando cuando ando, / del tropiezo al temblor van mis pasos, / extraño a quien nadie, salvo el fuego de la noche, consuela, / sin bienes ni esperanza, desgarrado de tristeza el corazón”.  Pero, también,  una breve pero importantísima obra poética que siempre tomó partido por la realidad y que nunca traicionó el sentido de su existencia, correspondiendo a los imperativos de su tiempo con apenas ciento cincuenta poemas (algunos, eso sí, de una extensión considerable) que dan fe de su contradictoria personalidad, sobremanera atormentada por los asechanzas del infortunio, por el hambre y la pobreza, por el destierro y la enfermedad, pero, al tiempo, portadora de una fuerza interior inasequible a las formas más atroces del desaliento.

 

2.        El poeta y sus modelos

      En revolución parangonable a la producida en Europa con la aparición  del simbolismo francés o del modernismo angloamericano, vino a irrumpir el “movimiento del verso libre” en un panorama dominado por el clasicismo formal y por una sensibilidad posromántica y dividido en antiguos y modernos, en esa situación de doble dependencia, con respecto al pasado y con respecto a Occidente, que, desde la época de la Nahda, caracteriza a la literatura árabe contemporánea.

       Desde un perfecto conocimiento de la tradición clásica, que procederá a revisar desde presupuestos no siempre rupturistas, y de la producción literaria y filosófica europea del momento, el movimiento se distingue precisamente por la conjunción de ambos factores. Y el prodigioso esfuerzo de síntesis que constituye uno de sus mejores logros, antes que rechazar de modo taxativo los modelos de la poesía clásica, aboga por reformarlos privilegiando el ritmo del poema, medio de expresión personal que, lejos de falsear la realidad mediante hermosas idealizaciones o de evadirse de ella en el ejercicio de un exacerbado subjetivismo, se adecua a los apremiantes imperativos de una época pródiga en inquietudes sociales y existenciales de muy diverso signo. Por otra parte, volcados hacia la reflexión teórica, hacia el compromiso social y político y  hacia la construcción de un mundo mítico signado por el tema del sacrificio, al-Mala’ika, al-Bayati y as-Sayyab, antes que adaptar o tomar en préstamo innovaciones extranjeras por el mero hecho de serlo, supieron apropiarse de modelos que, aunque importados de Occidente, demostraban tener validez universal en tanto que proponían respuestas a la problemática del ser humano en el mundo contemporáneo en una dimensión existencial.

       Así las cosas, cundió entre ellos el magisterio espiritual de Muhammad Mahdi al-Jawahiri (1899-1997), luchador infatigable toda su vida que, en composiciones de impecable factura clásica, abordó una temática de gran sensibilidad social, próxima a planteamientos políticos progresistas, al tiempo que, gracias a la espléndida formación lingüística y literaria recibida en la Escuela Superior de Magisterio de Bagdad, entraban en contacto con la figura y la obra de poetas, novelistas y pensadores que, desde una aguda conciencia de la crisis de valores que comenzaron a manifestarse en Europa a principios del siglo XX, planteaban una visión crítica de la civilización moderna, que, como vendrían a demostrar las dos grandes guerras mundiales, amenazaba con aniquilar cualquier vestigio de humanidad. 

       Entre estos modelos, especialísima incidencia tendrán en la producción poética de as-Sayyab aquellos que, en la búsqueda de un distanciamiento irónico, a través de un sentido profundamente religioso o por medio del compromiso social y del activismo político, abanderaron la reacción poética frente al clasicismo trasnochado y al romanticismo epigonal que se había adueñado de la Inglaterra georgiana, a saber: T.S. Eliot (1888-1965), E. Sitwell (1887-1964) y W.H. Auden (1907-1973). 

       Será el T.S. Eliot de The waste land el que, en efecto, ejercerá una mayor influencia sobre el poeta iraquí, que hubo de quedar subyugado por la admirable concepción de un libro que se resuelve en la yuxtaposición de una serie de poderosas imágenes, aparentemente inconexas, que trasladan de modo sugerente la visión de un mundo en trance de descomposición. Como es bien sabido, para lograrlo, Eliot se sirvió de una simbología extraordinariamente variada –tomada de muy distintos imaginarios míticos: desde la Grecia clásica hasta la Edad Media europea- que trascendía lo meramente personal (aunque sin excluirlo de ningún modo) para comunicar la sensación de esterilidad y de desarraigo que se había instalado en Occidente después de la Primera Guerra Mundial.  Sobre este modelo as-Sayyab construirá un mundo mítico que gira en torno al tema de la muerte y de la resurrección, entrelazando imágenes y símbolos de honda raíz telúrica y cultural relacionados con el Creciente Fértil en su vertiente mediterránea (así, el mito de Orfeo) y en su vertiente mesopotámica (así, Gilgamesh y el imaginario bíblico). Y ello sobre el cañamazo de la figura de Cristo, héroe que representa el sacrificio de la humanidad que, para llegar a serlo, ha de experimentar el poder regenerador del sufrimiento, simbolizado en cruz que, también en el poeta iraquí, representa su actuación en el mundo, su incardinación en el eje del tiempo.  

       Remedando la brillantez externa y audacia métrica de E. Sitwell, que gustaba de revestir sus poemas de profusas concatenaciones imaginativas, literarias, musicales y pictóricas, o desde el radical compromiso ideológico de W.H. Auden, que habría de evolucionar hacia posiciones metafísicas o directamente religiosas, en la poesía de as-Sayyab concurren además influencias tan diversas como la del poeta ruso V. Maiakovski (1883-1930), con su acusadísima exaltación de la necesidad de subvertir la lógica de un mundo cada vez más deshumanizado, y, en no pequeña medida, la del existencialismo francés, muy en concreto, la de A. Camus (1913-1960) y su ejemplar actitud intelectual, reclamando lucidez y responsabilidad para rebelarse contra la tiranía del poder y de la costumbre y vislumbrando en la esperanza y en la solidaridad  posibles soluciones al drama del absurdo vivido por el hombre contemporáneo.  Influencias que han de superponerse, naturalmente,  a los modelos proporcionados por  algunos de los más grandes poetas de la poesía árabe clásica –así, los modernistas Abu Tammam o al-Buhturi, dos de los más grandes poetas del siglo IX-,  acrisolados también en la obra poética de as-Sayyab, deudora de su propia tradición y siempre orientada hacia la realidad más próxima, pero dotada de un cálido simbolismo que, sobrepasándolas, acierta a aquilatar las experiencias más diversas, intelectuales y prácticas, cotidianas o metafísicas en poemas de largo aliento con ritmo conceptual fundado en el balanceo y contrabalanceo de imágenes transformadas en unidad de sentido que integra, más allá del estrecho límite del verso -como prescribían las normas clásicas-, un sobreabundante universo personal.

 

3.  “Y así nace el poema…”

Poesía de la experiencia de la mejor especie, la de Badr Shakr as-Sayyab se aplica a la mostración de la realidad, en no pocas ocasiones de un modo indirecto, en otras, de forma dialógica, en polifonía que engarza la voz del poeta, el ser del poema y su destinatario ideal, multiplicando su profundidad e instaurando la perspectiva desde la que debe ser leída: la concepción de la escritura como un puente tendido hacia la vida (hacia una vida que tal vez nunca alcance).  Siempre entre la muerte y la resurrección, en el abigarradísimo universo poético de as-Sayyâb se mezclan y confunden sin solución de continuidad toda suerte de sentimientos y emociones,  desde la amargura y la desesperación más absolutas hasta la completa y radical esperanza depositada en el futuro del ser humano, expresadas a través de un lenguaje poético abiertamente confesional en ocasiones y otras, por medio de recursos –uso de correlatos objetivos, monólogos dramáticos, enumeraciones caóticas, etc.- de una modernidad sorprendente.

Poeta de la arabidad, del exilio y de la resistencia, precursor en cierta forma de Adonis y de Mahmud Darwish (1948-2001), acaso los poetas árabes más reconocidos en la hora presente, Badr Shakr as-Sayyab (1930) parece situarse a medio camino entre ellos: al preciosismo del sirolibanés aduna la honda emoción humana que caracterizan al palestino, conformando, en cualquier caso, un modelo extraordinariamente abarcador, capaz de efusión sentimental y, al propio tiempo, proclive a atenuarla mediante referencias culturales de toda laya (“Como Galilea, a Jesús espera/ para echar a andar (…) –Ícaro seca al sol sus plumas / de águila y alza el vuelo (…) (Por las olas viaja Ulises/ y en islas olvidadas le recuerda el viento: Hemos envejecido, viento, déjanos”), que, más que enmascarar el yo poético, interponen una distancia que permite rememorar con tranquilidad, al modo de la poesía romántica inglesa, paisajes y vivencias inextricablemente ligados a la intrahistoria personal de as-Sayyab.  

Entre las composiciones más emblemáticas de as-Sayyab citaremos a modo de introducción a su poesía dos textos: “El poema y el ave fénix” y “El canto de la lluvia”.  En cuanto al primer poema, se trata de una preciosa declaración metapoética que permite hacerse idea del ambiciosísimo proyecto poético de as-Sayyab: “Así, cuando el poeta escribe un poema / y no ve latir en él lo inmortal, / destruirá lo construido, demolerá sus piedras y, más tarde, / la calma y el silencio lo hastiarán / (…) Si quiere llegar a ser, / ha de arrasar el pasado, pues las cosas no renacen / sino de sus cenizas ardientes / esparcidas por el horizonte… / Y así nace el poema”[1].  En esta declaración se perfila con claridad uno de los temas centrales en la poesía de as-Sayyab: el canto a la vida como ciclo perpetuamente renovado de muerte y resurrección,  idea en la que subyace toda una tradición cultural-mitológica-religiosa, explotada aquí con el mito del Ave Fénix y en la figura de Cristo. 

En “El canto de la lluvia”[2], considerado por muchos el texto clave de la poesía árabe contemporánea, el poeta desarrolla esta idea revistiéndola de un simbolismo telúrico y con un irrefragable sesgo social.  Así las cosas, el poema, en una letanía coral, remite al mito fundacional del diluvio, patrimonio del Creciente Fértil, con ese sentido regenerador en el que a pesar de los pesares alienta una última esperanza para el futuro del ser humano: “… Cada gota de lluvia / es rojo o marillo en el botón de una flor.  / Cada lágrima de los hambrientos y desnudos, / cada gota caída de sangre del esclavo, / es como una sonrisa que espera otros labios, / o un pezón sonrosado en boca del nacido en un joven mañana donador de la vida. / Lluvia… / Lluvia…/ Lluvia…  Con la lluvia el Irak se cubrirá de hierba…”. Y ello haciendo gala del estilo que singulariza a as-Sayyab dentro de la larga y fecunda tradición poética en lengua árabe: un poema de largo aliento que traza espirales de sentido por medio de una rica imaginería verbal y donde la melancolía y la resignación parecen luchar a brazo partido contra el ser que se rebela ante un mundo injusto, frente a un destino terrible, hasta hacer emerger del compromiso con sus semejantes y del fondo de su alma algo así como un optimismo de la fuerza fieramente humano.

 

Bibliografía

 

as-Sayyab, B. S., El canto de la lluvia (introducción y traducción de Carolina Fraile Conde).  Madrid, Huerga y Fierro, 1996.

 

______________, “El río y la muerte (antología poética traducida por Federico Arbós con ilustraciones de Ana Eckell)”, en Periolibros (59).  México, OEM, 1997.

 

_____________, El templo sumergido (Antología poética, 1948-1964) (introducción y traducción de Luis Miguel Cañada).  Málaga, Maremoto, 2001.

                      

Adonis, Poesía y poética árabes.  Madrid, ediciones del oriente y del mediterráneo, 1997.

 

Arbós Ayuso, F., Mito y símbolo en la poesía de ‘Abd al-Wahhâb al-Bayâtî.  Madrid, Endymión, 1996.

 

al-Bayati, A., Mi experiencia poética.  Madrid, CantArabia, 1986.

 

Gabrieli, F., Literatura árabe.  Buenos Aires, Losada, 1971.

 

al-Mala’ika, N., “Las raíces sociales del verso libre”, en VV AA, Literatura iraquí contemporánea.  Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1977 (segunda edición, aumentada).

 

Martínez Montávez, P., Introducción a la literatura árabe contemporánea.  Madrid, Alameda, 1974.

 

VV AA, Literatura iraquí contemporánea.  Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1977 (segunda edición, aumentada).

 

Vernet, J., Literatura árabe.  Barcelona, Labor, 1972 (tercera edición).

 

 

Biobibliografía 

Fernando Andú nació en Zaragoza en 1965. Al lado de Carlos Laita y José Antonio Sáez, fundó y codirigió la colección de plaquettes de poesía Cave Canem (1989-1991).  Durante quince años (1989-2004) ejerció como crítico teatral y literario en el diario Heraldo de Aragón.  Entre 2009 y 2017 impartió clases de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de la Manouba (Túnez) y colaboró como profesor de ELE en el Instituto Cervantes de Túnez.

Como poeta, en solitario ha publicado La sangre y los alerces y otros poemas (Cave Canem, 1989); En otros términos (Lola Editorial, 1992) ); Invenciones de las cárceles (PUZ, 2002); y Diferencias (Eclipsados, 2013. Además, obra suya ha aparecido, entre otras antologías, en Millenium. Ultimísima poesía española (Sial, 2000) y en Antología consultada de la poesía aragonesa (Mira Editores, 1996).

En calidad de arabista ha escrito un ensayo: Esplendor de la poesía en la taifa de Zaragoza (Mira Editores, 2007).

Actualmente, prepara Bled, su primer libro de ficción en prosa, y Noticia de Abu-l-Alá, poemario que aparecerá en 2023, Dios mediante.

 


[1] Citamos por “El río y la muerte”, antología que, con selección de Sawqi ‘Abd al-Amir, traducción de Federico Arbós e ilustraciones de Ana Eckell, editase la Organización Editorial Mexicana en su serie de Periolibros, bajo el patrocinio FCE y la Unesco, a pesar de no ajustarse a un criterio cronológico,  traza un completísimo itinerario por la obra del poeta, pues no en vano recoge composiciones fechadas entre 1944 y 1963, algunas de ellas tan significativas como “La canción de la lluvia” (pp. 12-3), “Las armas y los niños” (pp. 12-5) y “La ramera ciega” (pp. 16-20), pertenecientes a los libros aparecidos en vida de su autor, La canción de la lluvia (1960), El templo hundido (1962) y Las celosías de las hijas del marqués (1964), y a uno publicado a título póstumo, Flores y leyendas (1974).  Además, para una aproximación más completa a la poesía de as-Sayyab, recomendams vivamente la lectura del magnífico volumen traducido e introducido.

[2] En este caso ofrecemos la extraordinaria versión de por Luis Miguel Cañada, El templo sumergido (Antología poética, 1948-1964).  Málaga, Maremoto, 2001.

“El canto de la lluvia: Tus ojos, dos bosques de palmeras al alba, / o dos solas colinas que la luna abandona.  Tus ojos, si sonríen, vivifican las viñas / ponen luces en danza…  como lunas de un río /que el remo turba suave a la hora del alba, como si palpitaran en sus cuencas estrellas…//  Naufragan en tinieblas de diáfana tristeza, / igual que el mar se ofrece cubierto por la tarde: /  tibieza del invierno, tiritar del otoño, / muerte y nacimiento, tinieblas y luz.  / Se despierta en mi alma la convulsión del llanto / y un éxtasis salvaje oprime el firmamento, / el éxtasis de un niño al que amedrenta la luna.  Como si el arcoíris se bebiese las nubes / y gota a gota se fundiera en la lluvia…/  Los niños retozaban bajo los emparrados y en el silencio de pájaros en las ramas picoteaba / el canto de la lluvia…/ Lluvia… /  Lluvia… /  La tarde bostezaba.  Las nubes sin descanso / vertían y vertían el peso de sus lágrimas, / como un niño que insomne delirara en la noche / en busca de su madre –cada mañana ausente / desde hace ya un año-.  Él pregunta incansable, / mas le dicen: “Mañana, mañana volverá…”. / Ha de volver.  / Aunque los camaradas susurran que está aquí, / que al pie de la colina duerme un sueño de tumbas, / que traga seca la tierra y bebe de la lluvia, / como un gris pescador que recoge sus redes / y maldice las aguas y el destino, extendiendo / su canto a la región donde duerme la luna. / Lluvia… / Lluvia… / ¿Conoces la tristeza que transmite la lluvia, / cómo hasta desplomarse el canalón borbotea, / qué soledad padece por ella el solitario? / Eterna –como el hambre, la sangre derramada, / el amor y los niños, la muerte-, así es la lluvia.  / Tus pupilas me acechan en la noche lluviosa / y por aguas del Golfo enjugan los relámpagos / -con madreperlas y estrellas- las riberas del Irak, / como si preludiasen la salida del sol.  / Sobre ellas, de sangre la noche extiende un manto.  / Y desde el Golfo grito: “Oh, Golfo, / dador de mil corales, de muerte y madreperlas”. / Entonces vuelve el eco, igual que los sollozos: “Oh, Golfo, / de muerte y madreperlas…” // Entreoigo al Irak que se arma de truenos / y atesora relámpagos por mares y montañas, / hasta que al fin el pueblo dilacere su sello.  /  No dejaron los vientos rastro de Zamud / a lo largo del valle.  / Entreoigo palmeras que se beben la lluvia, / gemir a las aldeas, cómo los emigrantes / desafían con velos  y remos las tormentas / que atruenan sobre el Golfo, mientras alzan su canto: / “Lluvia… / Lluvia… /  Lluvia…/ Más hambre en el Irak. / El tiempo de cosecha lo reviste de frutos / para hartazgo tan solo de cuervos y langostas, / para inútil molienda de piedrecilla y grano, / rueda que gira en los campos…  empujada por el hombre.  /  Lluvia… /Lluvia… / Lluvia.. / Qué de lágrimas derramadas la  noche del exilio. /  No excusamos –temiendo las críticas- con la lluvia… / Lluvia…/ Lluvia…/ Y desde nuestra infancia los cielos se oscurecen / al llegar el invierno / y llueve a cántaros.  / Cada año –los campos en flor- pasamos hambre.  / No pasa por Irak un solo año sin hambre.  / Lluvia… / Lluvia… / Lluvia… / Cada gota de lluvia / es rojo o amarillo en el botón de una flor.  / Cada lágrima de los hambrientos y desnudos, / cada gota caída de sangre del esclavo, / es como una sonrisa que espera otros labios, / o un pezón sonrosado en boca del nacido en un joven mañana donador de la vida. / Lluvia… / Lluvia…/ Lluvia…  Con la lluvia el Irak se cubrirá de hierba…”.  //  Y desde el Golfo grito: “Oh, Golfo, / dador de mil corales, de muerte y madreperlas”.  / Entonces vuelve el eco, / igual que los sollozos: / “Oh, Golfo, / de muerte y madreperlas”. // Constante, el Golfo extiende sus abundantes dones / sobre la arena: amargas espumas, madreperlas / y el ajado esqueleto de un triste náufrago / emigrado que aún hoy se bebe la muerte / en las fauces del Golfo y sus profundidades.  / Mientras, en el Irak, mil sierpes se beben el néctar / de la flor que el Éufrates rocía. / Mas oigo el eco, suena en el Golfo: / “Lluvia… / Lluvia… / Lluvia… / Cada gota de lluvia / es rojo o amarillo en el botón de un flor. / / Cada lágrima de los hambrientos y desnudos, / cada gota caída de sangre del esclavo, / es como una sonrisa que espera otros labios, / o un pezón sonrosado en boca del nacido en un joven mañana donador de la vida. / Lluvia… / Lluvia…/ Lluvia…  Con la lluvia el Irak se cubrirá de hierba…” / Y llueve a cántaros…”.


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