Por Francisco Carrasquer

Todo visto, pesado y sopesado hasta la saciedad, no doy con mejor solución… de continuidad para imprimirle un cambio corrector al horrendo presente y más humana perspectiva al espeluznante futuro, que la de abrirle más puertas al campo de las superestructuras y encauzar más y más las infraestructuras para evitar toda coartada contra la libertad. Entendiendo por encauzar aquí: echarle el alto al crecimiento continuo y desandar lo andado con exceso en lo cuantitativo. O sea, reducir magnitudes hasta dar con la medida que nos siente bien y con las proporciones del círculo societario que natural y culturalmente seamos capaces de asumir holgadamente todos y cada uno. O. dicho en otros términos: abandonar la divisa de Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas” (que se ha entendido tan mal hasta ser la culpable de haber propiciado un Poder capaz de acabar con toda la Humanidad) y adoptar la regla contraria: TODAS LAS COSAS (LA NATURALEZA) SON LA MEDIDA DEL HOMBRE”. Pues que por haberse empeñado, el hombre, en violar la Ley Natural, se encuentra en el trance trágico de ser, no ya violado, sino inmolado por los poderosos e incontables agentes que esa Ley tiene a su servicio.

A lo primero que hemos de atender, para curarnos en salud, es a las nociones de abarcabilidad y de territorio. Porque hay que empezar por el espacio siempre. El primer concepto implica tener ciencia y conciencia del entorno subjetivo y colectivo y de la posibilidad de poder intervenir en él, siempre al alcance del conocer y del sentir de cada cual.

Y una vez nuestra comunidad sea abarcable y participativa, debe conocerse a las de al lado, sin tratar de anexionárselas y sin necesidad de integrarse en ninguna; simplemente ofreciéndose Solidariamente y guardando celosamente sus idiosincrasias. Es contraproducente imitar a otras, aunque parezcan mejores, porque nada se mejora desde fuera, como creían los revolucionarios decimonónicos y los estructuralistas del XX. Ya que solo se puede mejorar desde dentro. Esto es muy importante, porque de aquí arranca la nueva visión de la revolución verdadera y la entera cosmovisión del hombre del siglo XXI. Después de tanto dolor y muerte como nos han costado las malas revoluciones cruentas, tendríamos que ser muy zotes para no rectificar. Si vamos a lo fundamental directamente, el error garrafal parte de la consigna comunista de que “al mundo solo se le cambia, se le mejora, si se tiene el Poder”. O sea, imponiendo la fórmula del sistema social forzado por una revolución a sangre y fuego, ¿no? Pero, ¿cuándo vamos a aprender la mejor lección de Unamuno de toda su vida? “Venceréis, pero no convenceréis”.  Y sin convencer no hay mejora posible. Y menos con ayuda del Poder, que es, definición, crimen. Pero ahora el crimen es de lesa humanidad, porque lo hemos dejado crecer tanto que el Poder de un solo jefe de Estado o de Gobierno, que tenga a su alcance el botón de hacer explosionar bombas atómicas, puede cargarse en un tris a toda la Humanidad. Algo que ni ha podido soñar ningún Calígula.

Es inútil cambiar de nombre a una tiranía ni de organigrama institucional; a un régimen solo se le cambia para mejor si se cambia, a su vez, la mentalidad democrática ad hoc de su gente. Porque, en definitiva, Poder no va con Democracia. O, por el momento, nuestra consigna no puede ser otra que: A MAS DEMOCRACIA, MENOS PODER. La Democracia es inversamente proporcional al Poder…

Por otra parte, la lección nos la dan las células con su privativo fenómeno de la ósmosis. Ni abiertas ni cerradas del todo, las células, comunicándose en un intercambio de sustancias vitales, sin dejarse ganar por eso y diferenciándose desde su principio de formación –destino biológico- para asumir sus funciones fisiológicas específicas, adoptando estructuras de combinación química exclusiva, no sin por eso deja de hacerse eco de la llamada de alerta que puede hacerles mudar de función o de patrón funcional, ni de obedecer a ese decreto que parece regirlo todo en fisiología y que Cannon llama homeóstasis. Nuestra deseada comunidad ha de conjurar el peligro de anexión, puesto que no la enriquece sino que la empobrece la expansión, ya que su “ciencia y conciencia” propias habrán dejado de dominar su propio territorio vital, en fin: habrá dejado de ser abarcado. Sin contar con los daños y perjuicios causados a las comunidades anexionadas, ya que todo mal repercute en el causante además de dañar al causado.

Pero prosigamos nuestra argumentación sobre este primer peligro: si el progreso no se da jamás por aumento cuantitativo, sino cualitativo, resulta que la calidad mejora, fomentando y quintaesenciando lo genuino. Y solo cuando las cosas están dentro del área de abarcabilidad del hombre y del grupo pueden ser bienes propiamente dichos; recuérdese: que en cuanto rebasan el horizonte de abarcabilidad en ciencia y conciencia se convierten en estorbos o cuerpos extraños que se imponen como males al hombre y al grupo por interponerse entre ambos.

¿Podemos anticipar o prefijar la magnitud, el “aforo”, la superficie en metros cuadrados de una comunidad abarcable? . ¿O de la abarcabilidad de una comunidad? Por supuesto que no. ¿Acaso hay en el mundo dos cosas iguales?  Ni tiene por qué haberlas. Lo que puede ayudarnos a delimitar las comunidades abarcables entre si podría ser lo privativo/distintivo (o lo que es lo mismo: mirar desde fuera lo uno y desde dentro lo otro).

Y aun mas prácticamente, como señal o diagnóstico, adelantaría esta definición, que puede parecer sacada con pinzas, pero que en la práctica nos sirve para circunscribir aleatoriamente las dimensiones óptimas de una comunidad abarcable y abarcada con esta fórmula y regla de oro: QUE LA COMUNIDAD SEA TAN PEQUEÑA QUE NO TENGA CABIDA EL PODER.  O sea, que el Poder no tenga ocasión – ”la ocasión hace al ladrón”- de hacer presa.  Se me dirá que hasta en la mínima sociedad de dos, puede y suele haber uno que mande y otro que obedezca. Pero no entremos en bizantinismos, por favor. Hablamos aquí de una comunidad en el sentido clásico que le da el gran sociólogo ruso-francés Georges Gurvitch de sociedad humana de tensiones y presiones en equilibrio. Entre comunión y masa, pues, o entre predominio de la presión sobre la tensión- y al revés.

Ahora bien, para crear y mantener el equilibrio propio de la comunidad, creemos que hay que dejar a un lado a los clásicos de la sociología, porque, como ya nos lo previene el arquetipo histórico de comunidad, la religiosa, no se concibe ese estado de Sociedad –la comunidad- sin una autoridad: prior, abad, abadesa, superiora, prefecto, rector, general de la Orden …

 Bastante mas triste es, sin embargo, que los mismos hombres de ciencia tampoco conciban la comunidad sin autoridad y dediquen siempre un capítulo al “rol de líder”. . . Los experimentos de un Kurt Lewin, entre otros, con tres tipos de estudiantes: un grupo de jóvenes caracterizados por su comportamiento laxo y “pasota” -diríamos hoy y aquí-, siguiendo el lema “laissez faire/laissez passer”; otro grupo “autoritario”, y el tercero calificado de “demócrata”. Pues bien, hasta en este grupo parece imprescindible que actúen en conformidad con dictados de alguna autoridad, en vez de obrar por común acuerdo tomado en el grupo mismo.

Reiteramos la comunidad ha de ser tan pequeña que haga imposible que quepa o se críe el Poder en su seno, en cuanto el Poder es violencia a distancia.  Y siendo a distancia, suele ser una violencia anónima, remota, indirecta, de ejecución delegada por responsable invisible o ausente, más o menos sacralizada y que puede haberse originado a falta de un medio con el que evitar el derramamiento de sangre, como se evita con “la muerte simbólica expiatoria (Cf René Girard, La violence et le sacré”. Paris , 1972).

Insistimos una vez más en esto que es, más que fundamental, fundacional: no hay Estado de derecho sin Estado de deber.

Pero al mismo tiempo, tenemos clara conciencia de que lo político es una realidad ineclipsable que se filtra por toda la vida social y se sustancia en todo fundamento de convivencia. A partir de esta puesta a cero absoluto, nos interesa hacer notar la diferencia de lo político, tal como queda apuntado, y la política tal y como en nuestro mundo suele entenderse. Politica y Civilitas se definen como “arte y actividad de gobernar”. Pues bien, lo que nos parece importantísimo es modificar ese acento semántico que se carga en gobernar, cuando el énfasis debería estar en la forma reflexiva: GOBERNARSE. Puesto que de eso se trata, no de mandar y obedecer.

 En el diccionario de Maria Moliner se dice: Política: arte y actividad de gobernar un país, así como: CONJUNTO DE ACTIVIDADES RELACIONADAS CON LA LUCHA POR EL ACCESO AL GOBIERNO. La cosa esta clara: no luchan los políticos por mejorar la convivencia, (que es lo suyo), sino por conquistar el Poder. Y en esto último consumen lo más claro de su tiempo, de sus energías y de su talento, nuestros políticos.

El arte de convivir requiere una firme base de sustentación hecha de economía racional y de justicia distributiva que se dan un destino común. Y si es comúm no puede ser negocio de unos cuantos, ni siquiera llamándose “clase” -política- , sino asunto de todos: res publica.

A pesar de lo dicho, lo más seguro es que sigamos usando la palabra política, pero lo decisivo  que no entrase ya aquello de “conjunto de actividades relacionadas con la lucha por el acceso al gobierno”.  Y he de arremeter, una vez más, en esta coyuntura, contra ese falso principio formulado en tono tan apodíctico y tan socorrido por fascistas y comunistas: Para cambiar el mundo, hay que tener el Poder. ¡Pues no, y mil veces no!

Con ese principio estratégico no se cambia el mundo, solo se cambian las manos que empuñan las riendas del Poder. El Poder es un mal, por naturaleza, y de él no se puede esperar nada bueno. Todo bien en sociedad se logra a pesar de y contra el Poder. A ver cuándo nos entra en la mollera que el enemigo 1 de la convivencia es el Poder, porque lo es de la libertad y del amor; por consiguiente, de la felicidad personal y de la paz general. No hay, no puede haber verdad en aquello de “La imaginación al poder ” de las asonadas estudiantiles de 1968. Falaz sucedáneo.  Imaginación y Poder se dan de patadas. Si, según las máximas autoridades de la frenología actual, lo más interesante, humanamente hablando, del cerebro, es la imaginación (lo más humano, puesto que en memoria e inteligencia ya nos estén alcanzando las maquinas), j lo más bajo del hombre, lo que más le acerca a la bestia (y aun por debajo) es el Poder o la Fuerza: ya en forma de camisa, de, de militar o de verdugo. Porque si la imaginación es creatividad, el Poder es solo cerrazón, tormento y muerte del cuerpo y del espíritu, asesinato siempre de lo imaginativo, precisamente.

De no haber plataformas de Poder, no puede haber ya más política que la democracia escalonada desde el municipio a la federación (o confederación).

Lo bonito sería que el mundo habitado se convirtiese en un mosaico de ‘polis’ como envueltas en membranas protéicas y rezumantes de humor vital con brillos de fiesta, por las que circulase el caudal de las relaciones económicas, comerciales y culturales lubricadas  al día, pero jamás poniendo en circulación los cuerpos extraños o antigenos del Poder, que es, en definitiva, a lo que se reducen ahora las relaciones llamadas políticas entre las naciones,  -y, más recientemente, entre las autonomias y los Estados-. Y si no, acopiémonos de anticuerpos para reducir a esos insidiosos antígenos. ¿Cómo? ¡Ahí te quiero ver, imaginaciónl

La nuestra prefigura el siguiente cuadro como solución en potencia, en forma de propuestas para encarrilar a nuestro mundo a fin de zanjar la problemática individual y social, regional y nacional e internacional o mundial:

 – Partir del principio de que el individuo ha de respetar a su sociedad, tanto como la sociedad ha de respetar a sus individuos.

Este primer principio tiene por corolario la ley de oro de que: A CADA DERECHO LE CORRESPONDE UN DEBER_ Y VICEVERSA. Lo cual, llevado-a la práctica, convierte a los hoy llamados Estados de Derecho, en Estados de Derecho y de Deber, sin que, en cuanto tales, pueda tolerarse ya más abusos del privilegio ni el victimismo. Por  consiguiente, todo tendrá que resolverse en la praxis -social de este sistema constitucional, basado en dos Leyes Fundamentales:

Una CONSTITUCIÓN, cuya primera Ley Fundamental prohíba terminante y automáticamente toda explotación del hombre por el hombre y toda usurpación en provecho de uno y en perjuicio de otro.  Y cuya segunda Ley Fundamental sancione, no menos terminante y automáticamente,  toda violación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y toda falta de reconocimiento de los deberes del individuo corno ser moral en sociedad.

Con estas dos leyes fundamentales se persigue frontalmente evitar las injusticias propias del sistema capitalista y las político-jurídicas del Estado y de su aparato represor.

 Se impone, en consecuencia, establecer por referéndum, plebiscito, sufragio universal, o voto electrónico, la tasa de ganancias para todas los ciudadanos y ciudadanas, con un máximo que no llegue nunca a ser privilegio, y con un máximo que no implique discriminación, es decir, que no haya por arriba favor ni plusvalía que signifique usurpación, ni por abajo merma indebida o rebaja del derecho posesión de bienes y disfrute de ingresos a que, por su labor, tienen todos derecho, puesto  que aportan todos al acervo común su contribución obligatoria. Solo a título de algún plus, extra o premio merecido por servicios o prestaciones que la Sociedad quiera galardonar en la medida en que se beneficie por tales aportaciones extraordinarias, podrían aumentarse los ingresos. Por ejemplo, premios a artistas y estudiosos de todas clases que hayan destacado por sus monumentos públicos u objetos artísticos, por sus invenciones o por los valiosos resultados de sus investigaciones en la ciencia, en las artes y oficios, etc. Mas estas concesiones deberán estar previamente sometidas a la consideración de la comunidad,  por si ésta se aviene en alguna medida a atender y satisfacer la ambición de todo individuo por sobresalir del montón, así como también porque crea conveniente incentivar ciertas actividades en crisis o necesidades anómalamente urgidas por algún fenómeno tan imprevisible como capaz de poner en apuros a una organización dada de la sociedad. Pero en ningún caso deberán constituir  esos galardones fuentes de ingresos susceptibles de hacer ricos a sus beneficiarios,  porque la filosofía de esta Constitución postula que todo rico genera pobreza y, al hacerlo, usurpa, roba, se apropia indebidamente del bien común y, a fin de cuentas, delinque.

Como novedad que proponemos aquí sobre la representatividad del pueblo en el gobierno de la cosa pública, los tres poderes clásicos estarán representados por grupos de presión, o “lobbies”:  en el parlamento (unicameral), en los ministerios o secretariados, en los negociados, tribunales o jurados y en todo organismo encargado de cumplir y hacer cumplir la ley. Lo importante es que sean representantes directos y directamente comprometidos con las tareas para las que han sido mandatados, sin antecedentes ideológicos ni apriorismos idealistas de partido.  Grupos de presión podrían ser: los sindicales, las organizaciones de producción y de consumo (¿cooperativas, colectividades?), los movimientos ecologistas, feministas, pro-infancia, de protección de la tercera edad y portavoces de organizaciones internacionales tan útiles como la Cruz Roja, Greenpeace, Amnisty International y demás, llamadas hoy ONG’s, que tan buenos y grandes servicios prestan de asistencia y promoción cultural.

Hemos adelantado que el sistema político más adecuado para el buen funcionamiento de las sociedades humanas, nos parece que es el federalismo; pero un federalismo sin esquemas trazados de antemano, sin programas idealistas como los que defendían los partidos federales de antes de la guerra, y menos aún que se funden en el acatamiento a un poder central en todo lo que se refiere a seguridad y defensa, y en una soberanía inapelable en lo que a administración de justicia y distribución de riquezas se refiere.  Un federalismo que no se llame así, simplemente, por darle otra fórmula a la política de conciliación interregional primero e internacional seguidamente, sino para poner en contacto el más estrecho a las democracias entre si a fin  de interayudarse todas juntas y ayudar así a la humanidad en peso a ser más feliz; un federalismo que evite en lo posible la proliferación y encabalgamiento de gobiernos y la consolidación de oligarquías, partidismos y cualquier “-ismo” imaginable; un federalismo que permita a cada cual ser dueño en su casa, pero no Dios -el Estado- en la de todos. Un federalismo, en fin, compuesto de pequeñas unidades para formar un todo que no sea su suma, sino su potencial aunado (ni siquiera unido), por soberana diversidad de cada uno y de cada una en el concierto universal. Y un concierto de música de cámara -si se me quiere entender- en el que no se necesite batuta. El federalismo tiene por regla de oro la solidaridad activa, en tanto no se consiga el equilibrio de calidad de vida entre los países y regiones, como un  ecosistema ecuménico bien natural y homólogamente abastecido. Ya que, de la misma manera que hay que acabar con toda preterición, maltrato o desfavor sufrido por el individuo a cargo de la sociedad, del mismo modo es intolerable e inhumano que subsista el actual desnivel entre países superdesarrollados con una renta per cápita varias veces superior a la de los países subdesarrollados.

Y ahora, actualizando un concepto de moda, hay que advertir que no por abogar por las unidades más pequeñas como base (de partículas, moléculas o átomos) de toda macroeconomía y macropolítica, no por eso -digo- estamos en contra de la “globalización”, hoy tan en boga. Al contrario, solo formando un conjunto globalizador de “pequeñas fuerzas suaves” podemos optar a la conquista de la felicidad para cada día más gente, como el cerebro con sus millones de neuronas, todas, empero, especializadas , conducidas y reconducidas a un mismo fin: la salud del organismo y su equilibrio homeostático. En cambio, si que estamos en contra (¡y cómo!) de esa globalización que algunos `propugnan y otros manejan sobreentendiéndola como un núcleo de fusiones encaminadas a un imperio oligárquico financiero, so pretexto de una más rápida información y administración económica.  Financiero o económico, acelerado o super-distributivo, pero imperio al fin. iUn poco de imaginación, señores, que la gente no es tonta!

Hay que decidirse. Por sentido común. Por instinto de conservación. Hay que decir las cosas claras de una vez. Todo el mundo sabe y entiende cuando se explota y esquilma; todo el mundo siente en su propia carne cuando abusa el Poder, y abusar es, precisamente, lo propio del Poder. Y si queremos vivir con algún sentido común hemos de acabar con los excesos de riqueza y poderío y con los defectos del hambre y de la incultura, de la delincuencia y de la frustración cívica de los ciudadanos y ciudadanas de tercera o cuarta clase. Es un oprobio monstruoso constatar que con lo que vale uno de esos aviones secretos o invisibles de una gran potencia, se habría podido poner remedio al hambre de miles de niños en África y, por consiguiente, evitar que muriesen por inanición. Y ya no hablemos de los billonarios presupuestos de guerra de las grandes potencias. Pero, ¿a dónde vamos? ¿Para qué han servido dos milenios de cristianismo (“de amor al prójimo como a ti mismo”) y casi uno y medio de islamismo, encareciendo toda práctica hospitalaria y predicando que todos somos iguales por ser hijos de Dios igualmente queridos?  Y ¿ de qué han servido las grandes revoluciones (la de Inglaterra, la de Estados Unidos, la de Francia y la de Rusia)?; ¿para qué el sacrificio de millones y millones de hombres y mujeres que han dado su vida por la justicia y la libertad? Por eso habríamos de recomenzar nuestra marcha hacia adelante, a partir de ahora, a pasos bien contados y más que sabidos: consabidos, a pasos lo más firmes posible, que no admitan la más mínima duda.  Así, por ejemplo, los mandamientos quinto y octavo del Decálogo, ¿no los aprueba todo el mundo? Pues ya tenemos  una base que nadie será capaz de obviar si se tiene uso de razón. Y una base colosal, una base que, de asentarla bien, nos ahorraría pérdidas incalculables, astronómicas, e irrecuperables; todas las que nos extorsionan: la delincuencia, el terrorismo, las actividades de las fuerzas del orden mandadas para lavar la cara o las manos de los tiranos (¡que algunos se autoproclaman demócratas, para más inri!), y las tantas torturas y morales vesanias que se perpetran en los calabozos de comisarías, cárceles y reformatorios.

Lo malo -¡y lo bueno!- es que toda nuestra activa esperanza en la realización de nuestros proyectos, hay que confiarla única y exclusivamente a la presión de la opinión pública, porque ya nadie cree en los efectos de auténtica mejora de las revoluciones violentas. Sabemos que ni los capitalistas ni los capitostes de la política, ni las “nomenklaturas” se dejarán desposeer de sus riquezas, los unos, ni de su poder los otros, pero la opinión pública puede ejercer tal presión que, en un momento dado, cree un vacío de Poder, o que haga que quede el Poder sin legitimación social, lo que puede bastar para derrocarlo sin ponerle un dedo encima, para que se caiga solo. Todo el mundo espera que las armas nucleares acaben siendo erradicadas definitivamente por efectos de esa misma presión de la opinión publica. Y no hay otra esperanza, si no queremos caer en la Escila de la propaganda para evitar la Caribdis de la revolución cruenta. Es mucha, demasiada tal vez, la tarea ímproba, variadísima y ardua que se espera de la opinión pública, pero no tenernos otra Salida al gran ‘impasse’.

No obstante, en los últimos años hemos visto como, por fortuna grande, la opinión pública,  manifestándose más y más en la calle, ha podido con varias dictaduras que se creían inexpugnables. ¡Esperemos, pues! Sin impaciencia, que eso es lo peor. De la lectura de “El Nombre de la Rosa ” de Umberto Eco, por demás divertida e ingeniosa novela, solo he transcrito un breve párrafo, el ultimo, para mi usufructo:

”Temblaba de pies a cabeza y se pasaba las manos por el hábito como si quisiese limpiárselas de la sangre que estaba evocando.

— El glotón ha recuperado su pureza – me dijo Guillermo-.

— Pero, ¿es ésta su pureza? -pregunté horrorizado

— Sin duda, no es el único tipo que existe -dijo Guillermo-, pero en cualquiera de sus formas, siempre me da miedo.

— ¿Qué es lo que más os aterra de Ia pureza?

— La prisa- respondió Guillermo-. (Y subrayo yo: M.E) *

Firma manuscrita de Francisco Carrasquer a pie de artículo

* Las iniciales M.E. aparecen añadidas a mano.


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