Los países del Río de la Plata —Argentina y Uruguay— comparten en sus propias diferencias, una misma curiosidad y apertura al mundo y sus influencias. Países que se precian de “estar al día” en modas y escuelas artísticas, filosóficas y literarias, tienen una poesía creativa en permanente renovación. En sus capitales “puerto” —Buenos Aires y Montevideo— desembarcaron desde fines del siglo XIX el modernismo y las vanguardias, aunque lo hicieran en forma diacrónica y por lo tanto propiciando expresiones tan originales como diversificadas. Si ello fue evidente en el provocador 900 uruguayo de Julio Herrera y Reissig, María Eugenia Vaz Ferreira y Delmira Agustini, lo fue también en la Argentina, donde —más allá de rechazos y adhesiones— solo pueden explicarse figuras tan universales como Jorge Luís Borges e influencias rastreables en muchas poesías europeas como la de Roberto Juarroz.
Hoy los tiempos han cambiado y las fronteras nacionales, especialmente en las artes, han caído. La poesía circula al instante por el mundo, traspasa barreras y censuras y su único límite es la lengua en la que está escrita. Sin embargo, aunque internacionalizada, nace siempre en contextos de espacio y tiempo, tiene obligados referentes que le permiten reconocerla, comodines nacionales donde enmarcarla. No pueden obviarse, aunque se lo pretenda.
La breve muestra de poesía rioplatense que ofrece hoy IMÁN a sus lectores se entronca en esa tradición de cosmopolitismo enraizado y bien entendido. No es representativa de una generación y menos de una escuela literaria: corta en forma transversal edades y tendencias, pero sí intenta reflejar esa inquietud y ductilidad que, felizmente, sigue caracterizándola.