LA CASA ENCIMA
Tantos siglos removiendo esta tierra
que atravesó el ganado
y alimentó al ganado y a los hombres
que regaron esta tierra
con el curso negro de su sangre
-la sangre cambia de color
cuando sale del cuerpo-.
Tantos siglos alineando ladrillos,
aquí hubo un establo
sobre el que se construyó una iglesia
sobre el que se construyó una fábrica
sobre el que se construyó un cementerio
sobre el que se construyó un edificio
de protección oficial.
Tantas mujeres fregando sus baldosas,
pariendo en sus baldosas,
escondiendo la mierda debajo de las baldosas
que pisaron sus hijos ebrios
y sus sobrios maridos
que trabajaron y fornicaron
por el bien de un país en el que no creían.
Tantos siglos para que yo,
miembro de una generación prescindible,
pierda la fe en la emancipación,
mire el techo de mi dormitorio
y se me venga la casa
encima.
El falso techo (Pre-Textos, 2013)
MUJER MIRANDO A HOMBRE QUE LIMPIA COCHE
Mujer en restaurante que no puede permitirse mira a hombre que limpia coche. Mujer con ojo derecho más grande, ojo que divaga y espía a través del cristal con cuello alto. Tres colegas en la mesa y uno de ellos la manda a comprobar el punto de la carne. Vagina es túnel que comunica cocina y hombre. Anda, ve tú que sabes.
Hombre que limpia coche limpia coche. Es tan caro que no le pertenece. Y se agacha junto al guardabarros con su trapo, y se estira de puntillas sobre el capó, y desaparece hasta la cintura mientras sacude los asientos. Muestra posturas sucesivas y también superpuestas, como una de esas placas fotográficas de Muybridge con atletas primitivos y caballos.
Mi abuelo fue cochero y después dueño de restaurante, ¿yo qué soy? Hombre que limpia coche mira a mujer en restaurante que no puede permitirse y le devuelve el escaparate. Una energía insolente resucita crustáceos y moluscos sobre el plato.
No se rompe un cristal poco a poco. En su afuera no hay hueco, ranura, agujerito donde hincar herramienta última. Hay que romper cristal de pronto. O romperlo de la nada, como ese vaso que alguien golpeó pensando-pensando contra el fregadero y, minutos más tarde, pedacea sobre la mesa.
(Inédito)
LA BARRIADA
Padre, hoy duermo en casa de la abuela, que vive en una barriada miserable donde cada crimen es archivado como caso paranormal. La abuela sabe que tiene tres hijos pero no los recuerda. Por la tarde se ensimisma y borda gritos de vencejo.
Tu hermano el loco se partió el cuello contra el fondo del pasillo, después de una carrera aplaudida desde la puerta por los críos del vecindario. Los miembros se le enredan improbables alrededor del cuerpo, como ramas de bonsái, y nadie quiere sacudirle el polvo del abrigo.
A la mesa está sentado tu hermano el ciego, que tiene un agujero en la barriga. Cuando come, los garbanzos se le cuelan, caen rodando y escriben en braille sobre el suelo: Yo nunca he hecho daño. La abuela suspira.
Tú estás muerto, padre, pero también estás vivo porque te puedo llamar para contarte que los tres cadáveres de los que hablo no aparecen solo en este poema.
La barriada donde vive la abuela, ahora que todo lo pierdo, se llama miedo de clase.
(Inédito)
CHOQUE DE VISERAS
Hacía mucho sol esa mañana.
El sol te desconoce la piel.
Lo aseguró una vez el médico
acercándote su lupa como un espeleólogo:
tienes la espalda virgen, cualquiera pensaría
que cazas castores en Alaska
o custodias bosques siberianos.
La espalda intacta, eres así.
Hacía mucho sol esa mañana
y parecíamos alegres.
Empezaba otro nosotros.
Antes de bajar del autobús,
nos echamos crema mutua, definitivamente,
y llevábamos unas risibles gorras americanas
donde se leía: desierto.
Las viseras chocaban cada vez
que intentábamos besarnos,
pero aprendimos
como dos rinocerontes,
y eran nuestros besos imposibles,
y muy viejos, y afilados.
(Inédito)
CASCO, CRÁNEO, BALA
Estalactita y estalagmita
se buscan, quisieran abolir
el arriba y el abajo.
Una vieja trinchera se hizo gruta
tras un derrumbamiento,
sellando el casco del hombre que murió
y su cráneo y también la bala.
Los sedimentos trabarán
gota a gota la escena,
la geología violentando la historia,
casco, cráneo, bala calcificados
como los engranajes de un motor húmedo
o los huesecillos
del oído de mi madre,
ya sin movimiento.
El dolor hace surcos
sobre la piedra, ¿no lo oyes?
Igual que en las pinturas rupestres,
el rinoceronte superpuesto al cazador,
macho y hembra indistinguibles,
nada detrás, nada antes, y en la superposición
su galope y también su multitud,
la humanidad hablando consigo misma
varios siglos hacia adelante:
una flauta pentatónica, una mujer toro,
las palabras sin prisa de todos los que fueron.
Desde lo alto, caen cortinas minerales
que cubren casco y cráneo y también bala.
Estridente, matinal sobre los sedimentos,
el tiempo ondea como la cresta de un gallo.
(Inédito)