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Rafael Fombellida 

Biobliografía

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DISPAROS EN LA NIEVE

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Blanco del cazador es el caído

en la celada inmóvil de la nieve.

Una quietud profunda desampara

su indefensa pisada ante el abismo.

Con torpeza se orienta hacia nosotros,

busca la protección de su asesino.

Fijamos ese rostro unos instantes

y lanzamos al aire una moneda

cuyos siniestros giros,

bajo el denso ramaje,

son criterio de indulto o extinción.

Es fácil abrir fuego ante quien calla

o se sabe acabado de antemano,

dar en el corazón de quien arrastra

su inocente verdad a la intemperie.

No tiene buen invierno el que se expone

temblando sobre el llano entumecido.

El desalmado, el desertor, lo husmean

y aguardan, apostados, esos ojos

que ignoran lo que pronto han de perder.

Sin pesar ni vergüenza respiramos

el poderoso aliento del instinto.

Mas apagado el resplandor, dispersa

la cruenta tufarada de la pólvora,

se escucha el merodeo febril y rencoroso

del hombre solitario, del que escapa

de la pálida luna y va exhalando

su infamante secreto y su maldad.

 

Por la ladera espesa, entre la nieve,

caminamos sin fin. Rumiando el ansia

de matar o matarnos. De volver

el arma hacia el horror de nuestras vidas.

 

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De Deudas de juego ( 2001) 

 

 

 

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VENCEJOS

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Observas cada tarde a los vencejos,

su fulminante acopio del espacio.

Tatúan la espontánea llamarada

de una velocidad irresponsable.

Armonía no hay, tan sólo vértigo

rebotando en un aire que refleja

los mordiscos certeros del instinto.

Vencejos sobre la ciudad antigua.

Aves que viajan contra ti y el tiempo,

que te ligan al gran ayer del mundo.

¿Qué dispersa nación los ha mirado

batir la fortaleza a contraluz

atravesando siglos, irrumpiendo

en el pulso sagrado de las décadas

con negligente y álgido dominio?

Vencejos contra el tiempo, contra ti.

Su fulgor reverbera en tus pupilas,

testigo inmemorial de esa constancia.

Los ojos que, imantados, persiguieron

su circularidad incorregible,

los rostros o sus lágrimas, qué importan:

todos los hombres son un hombre solo.

Mudo, solemne, en pie, vas aprendiendo

la turbación de tus antepasados;

arrastrado hacia un vértigo, como ellos,

cautivo, como ellos, de lo eterno.

De Norte Magnético (2003)

 

 

 

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PESCANDO EN LA NOCHE

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Pasas la noche entera removiendo,

desde un pequeño bote, en el remanso

más lento del estuario, la marea

y sus tónicos flujos con la piel

avivada en extremo, sin un solo

parpadeo. Quietud y tenues luces;

envolviéndote,

el apagado rostro de las constelaciones

y el espesor de una frialdad llovida.

¿Para qué esa constancia? Tus capturas

no merecen siquiera el disimulo

de un recuento benévolo.

En el fondo

del cestillo de mimbre, contraídos,

ves ligeros corpúsculos, cabellos

de savia filiforme, tan escasos

que nunca aliviarán tu paladar.

Una vez más, y cuántas noches tanta

concentración se embosca en bruto y rueda

aguas adentro la preciada larva,

el tesoro llegado de fosas submarinas.

Las noches de la angula traman su propia malla;

silencioso te enredas en su araña de fibras.

Pero poco te importa. Tu sangre se reflota

con cada puja igual de la crecida

obedeciendo a una atracción más alta,

y el pez, mínimo imán,

pensamiento intocable de las fases lunarias,

lleva a la madrugada el fulgor inasible

de un vibrátil venero, una cuenca de plata

derramada en estambres que te rozan la mano

antes de disolverse con la aurora.

 

De Canción Oscura (Visor, 2007)

 

 

 

 

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DE PURA SOMBRA LLENO

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Gáname por el gusto, dama de lejanía.

Úngeme con tu óleo, lávame con tu soplo.

Hazte toda de barro para unirte a mi escápula.

Baña en bálsamo el pliegue donde nadie me toca

y baja a devorarlo con tu hedionda fisura.

La carne no se basta, quiere luz, la más tinta,

el más enamorado de los encubrimientos.

Deja tu aplomo en mí, tu material abrazo

para que yo, en mi anillo, me ahogue sin protesta.

Es mi cuerpo planicie, contorno que desea

esa facilidad con que desciende tu hora

cuando es madura y alta y está a punto de ser;

es mi cuerpo lugar, por ello no me envisca

tu eclipse mejorado en negrura y quietud.

¿Hasta dónde, en qué plazo arribarías

franca y ardiente a mí, y me darías paso?

¿Cuánto estremecimiento, cuánto pánico

habría de preceder a tu opaco claror,

a tu mudo avenirte con mi conformidad?

Mientras me quede pulso no seré más que ascenso

a ti, sufrida aspiración sin eco.

No seré más que escombro, pormenor,

ascua, medida, brega, trazo en bruto, escasez.

Gáname por el gusto, tráeme tu victoria.

Dime Nadie, y alberga mi cabeza en tu seno.

Mis ojos están vueltos a lo que se separa.

Ocúpame la sombra, pues ya te di mi luz.

 

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De Violeta profundo (Visor, 2012)

 

 

 

 

 

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ODISEO EN EL BÁLTICO

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No sé si he regresado o me he perdido.

¿Es este mi trabajo, arribar en baldío a donde sino alguno

habría de esperarme? Al descender del vuelo, aún con desconcierto,

advertí nieve en torno, insólitos tejados verticales,

nebulosas siluetas transfiriéndose

saludos y consignas, apócopes y gestos. No sentía emoción

ni incertidumbre. Hay un modo de estar en este mundo

que de lo imperturbable hace dominio

y no consiente hielo ni escaldadura. Un vaso de agua fría

es el ser sin pasión y en equilibrio.

Mostré mi pasaporte

a algún desconocido que examinó confuso el documento

atisbándome con perplejidad. Quizá le asombraría

el semblante de Nadie frente al suyo, la cabeza de quien

se otorgaría Nadie como nombre

y sin nombre llegaba, su barba cana, seca, vacilando

en la incolora terminal. «Witam serdecznie…», dijo

indiferente a aquel que lo escuchaba,

aquel que no era nadie, y lo sabía.

Witam serdecznie. Solo,

guarecido de mí había atravesado el tumulto de nubes

en un avión astroso, desaseado, envuelto

por completo en hedor espeso a alcohol

y sexo erecto. No hay un destino amargo, meditaba,

amargo es el exilio, esta traslación nómada, la alarma de saberse

suspendido en el aire sin custodia ni abrigo, y para qué.

Al trasponer la aduana busqué con la mirada a las muchachas

de la sala de espera. Maquilladas y lábiles, se fijaban en mí sin disimulo

y mi inocencia ardía. ¿Qué podría encontrar hurgando en la aspereza

del cuero artificial, quebrando el entramado de minúsculos rombos

que enmallaba sus piernas? ¿qué debería descubrir

que no fuera ruin, indigno o negligente? Su sonrisa vendible

suplicó un pacto último entre dos, «chodź tu kotku…».

No respondí

a su requerimiento.

Bajo la neutra luz del aeropuerto

era yo quien rogaba una salida a la amplitud vacía

que se abría delante. Era quien imploraba la huida a un infinito

cruzado por coágulos sigilosos de nieve,

indefinido y blanco

en el cual nunca habría más allá,

nada para los pasos, nadie para un regreso.

 

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Inédito

 

 

 

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