Biobliografía
DISPAROS EN LA NIEVE
Blanco del cazador es el caído
en la celada inmóvil de la nieve.
Una quietud profunda desampara
su indefensa pisada ante el abismo.
Con torpeza se orienta hacia nosotros,
busca la protección de su asesino.
Fijamos ese rostro unos instantes
y lanzamos al aire una moneda
cuyos siniestros giros,
bajo el denso ramaje,
son criterio de indulto o extinción.
Es fácil abrir fuego ante quien calla
o se sabe acabado de antemano,
dar en el corazón de quien arrastra
su inocente verdad a la intemperie.
No tiene buen invierno el que se expone
temblando sobre el llano entumecido.
El desalmado, el desertor, lo husmean
y aguardan, apostados, esos ojos
que ignoran lo que pronto han de perder.
Sin pesar ni vergüenza respiramos
el poderoso aliento del instinto.
Mas apagado el resplandor, dispersa
la cruenta tufarada de la pólvora,
se escucha el merodeo febril y rencoroso
del hombre solitario, del que escapa
de la pálida luna y va exhalando
su infamante secreto y su maldad.
Por la ladera espesa, entre la nieve,
caminamos sin fin. Rumiando el ansia
de matar o matarnos. De volver
el arma hacia el horror de nuestras vidas.
De Deudas de juego ( 2001)
VENCEJOS
Observas cada tarde a los vencejos,
su fulminante acopio del espacio.
Tatúan la espontánea llamarada
de una velocidad irresponsable.
Armonía no hay, tan sólo vértigo
rebotando en un aire que refleja
los mordiscos certeros del instinto.
Vencejos sobre la ciudad antigua.
Aves que viajan contra ti y el tiempo,
que te ligan al gran ayer del mundo.
¿Qué dispersa nación los ha mirado
batir la fortaleza a contraluz
atravesando siglos, irrumpiendo
en el pulso sagrado de las décadas
con negligente y álgido dominio?
Vencejos contra el tiempo, contra ti.
Su fulgor reverbera en tus pupilas,
testigo inmemorial de esa constancia.
Los ojos que, imantados, persiguieron
su circularidad incorregible,
los rostros o sus lágrimas, qué importan:
todos los hombres son un hombre solo.
Mudo, solemne, en pie, vas aprendiendo
la turbación de tus antepasados;
arrastrado hacia un vértigo, como ellos,
cautivo, como ellos, de lo eterno.
De Norte Magnético (2003)
PESCANDO EN LA NOCHE
Pasas la noche entera removiendo,
desde un pequeño bote, en el remanso
más lento del estuario, la marea
y sus tónicos flujos con la piel
avivada en extremo, sin un solo
parpadeo. Quietud y tenues luces;
envolviéndote,
el apagado rostro de las constelaciones
y el espesor de una frialdad llovida.
¿Para qué esa constancia? Tus capturas
no merecen siquiera el disimulo
de un recuento benévolo.
En el fondo
del cestillo de mimbre, contraídos,
ves ligeros corpúsculos, cabellos
de savia filiforme, tan escasos
que nunca aliviarán tu paladar.
Una vez más, y cuántas noches tanta
concentración se embosca en bruto y rueda
aguas adentro la preciada larva,
el tesoro llegado de fosas submarinas.
Las noches de la angula traman su propia malla;
silencioso te enredas en su araña de fibras.
Pero poco te importa. Tu sangre se reflota
con cada puja igual de la crecida
obedeciendo a una atracción más alta,
y el pez, mínimo imán,
pensamiento intocable de las fases lunarias,
lleva a la madrugada el fulgor inasible
de un vibrátil venero, una cuenca de plata
derramada en estambres que te rozan la mano
antes de disolverse con la aurora.
De Canción Oscura (Visor, 2007)
DE PURA SOMBRA LLENO
Gáname por el gusto, dama de lejanía.
Úngeme con tu óleo, lávame con tu soplo.
Hazte toda de barro para unirte a mi escápula.
Baña en bálsamo el pliegue donde nadie me toca
y baja a devorarlo con tu hedionda fisura.
La carne no se basta, quiere luz, la más tinta,
el más enamorado de los encubrimientos.
Deja tu aplomo en mí, tu material abrazo
para que yo, en mi anillo, me ahogue sin protesta.
Es mi cuerpo planicie, contorno que desea
esa facilidad con que desciende tu hora
cuando es madura y alta y está a punto de ser;
es mi cuerpo lugar, por ello no me envisca
tu eclipse mejorado en negrura y quietud.
¿Hasta dónde, en qué plazo arribarías
franca y ardiente a mí, y me darías paso?
¿Cuánto estremecimiento, cuánto pánico
habría de preceder a tu opaco claror,
a tu mudo avenirte con mi conformidad?
Mientras me quede pulso no seré más que ascenso
a ti, sufrida aspiración sin eco.
No seré más que escombro, pormenor,
ascua, medida, brega, trazo en bruto, escasez.
Gáname por el gusto, tráeme tu victoria.
Dime Nadie, y alberga mi cabeza en tu seno.
Mis ojos están vueltos a lo que se separa.
Ocúpame la sombra, pues ya te di mi luz.
De Violeta profundo (Visor, 2012)
ODISEO EN EL BÁLTICO
No sé si he regresado o me he perdido.
¿Es este mi trabajo, arribar en baldío a donde sino alguno
habría de esperarme? Al descender del vuelo, aún con desconcierto,
advertí nieve en torno, insólitos tejados verticales,
nebulosas siluetas transfiriéndose
saludos y consignas, apócopes y gestos. No sentía emoción
ni incertidumbre. Hay un modo de estar en este mundo
que de lo imperturbable hace dominio
y no consiente hielo ni escaldadura. Un vaso de agua fría
es el ser sin pasión y en equilibrio.
Mostré mi pasaporte
a algún desconocido que examinó confuso el documento
atisbándome con perplejidad. Quizá le asombraría
el semblante de Nadie frente al suyo, la cabeza de quien
se otorgaría Nadie como nombre
y sin nombre llegaba, su barba cana, seca, vacilando
en la incolora terminal. «Witam serdecznie…», dijo
indiferente a aquel que lo escuchaba,
aquel que no era nadie, y lo sabía.
Witam serdecznie. Solo,
guarecido de mí había atravesado el tumulto de nubes
en un avión astroso, desaseado, envuelto
por completo en hedor espeso a alcohol
y sexo erecto. No hay un destino amargo, meditaba,
amargo es el exilio, esta traslación nómada, la alarma de saberse
suspendido en el aire sin custodia ni abrigo, y para qué.
Al trasponer la aduana busqué con la mirada a las muchachas
de la sala de espera. Maquilladas y lábiles, se fijaban en mí sin disimulo
y mi inocencia ardía. ¿Qué podría encontrar hurgando en la aspereza
del cuero artificial, quebrando el entramado de minúsculos rombos
que enmallaba sus piernas? ¿qué debería descubrir
que no fuera ruin, indigno o negligente? Su sonrisa vendible
suplicó un pacto último entre dos, «chodź tu kotku…».
No respondí
a su requerimiento.
Bajo la neutra luz del aeropuerto
era yo quien rogaba una salida a la amplitud vacía
que se abría delante. Era quien imploraba la huida a un infinito
cruzado por coágulos sigilosos de nieve,
indefinido y blanco
en el cual nunca habría más allá,
nada para los pasos, nadie para un regreso.
Inédito