Ramón Acín Fanlo
Soledad Puértolas, claves de lectura.
Un libro de relatos antes que una novela permite, aunque no siempre suceda así, una exploración más certera de los aspectos, situaciones, temas, espacios, atmósferas… que frecuenta o que tiende a repetir un autor en su repertorio creativo. Ayudan en ésta, sin duda, la menor extensión de los relatos, la gama de sus enfoques y, por supuesto, la mayor independencia y presencia de historias narradas. Tal visibilidad es lo que pretende esta breve incursión a partir del libro de relatos Gente que vino a mi boda (1998) de Soledad Puértolas, contando, para ello, con el apoyo del folleto “Soledad Puértolas. Premio de la Letras aragonesas 2003” (Gobierno de Aragón, 2003), porque los textos que aparecen en éste, expurgados de sus obras, de sus ensayos y de sus artículos literarios fueron escogidos por la propia autora. Y porque son textos que, en gran medida, demuestran que, en el grueso de las historias que conforman su trayectoria literaria, queda manifiesta la importancia de algunos elementos como la recurrente presencia de la autobiografía, como la reiteración de temas (el sentido de la vida y la fugacidad del tiempo) o como el abundante concurso de los personajes femeninos.
-El autobiografismo.
Cuando Soledad Puértolas, en el folleto mencionado, busca centrar la esencia de su narrativa advierte de la importancia que la biografía tiene en sus escritos, afirmando tajante que “detrás de estos datos, está la vida oculta desde la que se escribe”. Advertencia que, en Gente que vino a mi boda, incluso aparece en el pórtico del libro, casi como algo ajeno o fuera de éste, gracias a la dedicatoria a sus hijos (“A Diego y Gustavo, que están en estos relatos”). Son advertencias con tono de confidencia que el lector puede ver repetidas en la mayoría de sus obras (ensayos y libros de artículos, principalmente) y que certifican con claridad el alcance y el uso (sin duda, tamizado) de lo autobiográfico: “Haciendo un recorrido por estos cuentos hago un recorrido por mi vida” (La corriente del golfo, 1993), “…no se puede hablar de literatura sin hablar de la vida. Al menos, yo debo confesar que padezco cierta confusión entre una y otra” (La vida oculta, 1993)…
Este aprovechamiento de la autobiografía, tan característico de Soledad Puértolas, es fácilmente rastreable en la copiosa presencia de personajes femeninos quienes, a vueltas con un amplio haz de estados de ánimo y de obsesiones (cansancio, desgana, malestar o similares) provenientes, por lo general, de la inseguridad, de la depresión o, entre otros varios aspectos, de la insatisfacción vital, se desenvuelven dentro de unas atmósferas y ámbitos familiares despreocupados, superficiales y cotidianos: “Mi casa estaba llena de mujeres. Entraban en casa haciendo mucho ruido. Iban muy pintadas y extravagantemente vestidas, olían a intenso perfume barato y hablaban muy alto y en tono superficial sobre las cosas importantes en la vida”. (Todos mienten, 1992). Atmósferas y ámbitos que, por extensión, también, abrazan el entorno vecinal con rasgo muy semejantes: “A mi madre le gustaba hablar de sus vecinos. Cuando ya casada y con hijas, volvía a Pamplona y nos instalábamos en casa de la abuela, muerto ya el abuelo, para pasar el verano, esos vecinos fueron también los míos… se sabía en toda la casa que sus vidas eran irregulares”. (Con mi madre, 2001).
Es en estos personajes femeninos donde, a la hora de narrar, se manifiesta una mayor carga de subjetividad que siempre es de mayor envergadura si se compara con el aspecto casi superficial de cuanto cuentan los escasos personajes masculinos. En el variopinto y profuso elenco de los personajes femeninos destaca la figura de la madre (también, evocación de personajes que ejercen tal rol), cuya significación y vitalidad presenta tal magnitud que incluso llega a conformar títulos (Con mi madre, por ejemplo). El recuerdo de la madre y la dependencia ante ésta (a veces, también el papel antagonista, caso de la relación con la madre moribunda en “La hija predilecta”) constituyen el desarrollo de los conflictos más frecuentes en la obra de Soledad Puértolas, sin olvidar tampoco alguna que otra variante como la derivada de la presencia de la madrastra (el relato “Gente que vino a mi boda” y que da título al libro).
Suelen ser conflictos ofrecidos en el espacio y la en atmósfera de la casa (familiar, sobre todo) mediante el trenzado de lazos entre la parentela o mediante los problemas de convivencia hogareña, donde, por añadidura, transcurre un vivir cotidiano tendente a la falta de problemas. En resumen, la casa y la familia como espacio y como elemento celular o de aprendizaje, y, también, como esencia para conformar la personalidad y como el ámbito en el que se inicia o se pone en marcha la relación del individuo con los demás. Y, lógicamente, asimismo como el espacio preciso y adecuado para observar esa evolución.
Son espacios vividos y, en concreto, espacios con sus pertinentes atmósferas que se desarrollan en ciudades claves para la trayectoria vital de la autora: la Pamplona de su infancia (guía sentimental Imagen de Navarra,1991), la Zaragoza de su adolescencia (en Gente que vino a mi boda, hay un relato titulado, nada menos, “De Zaragoza a Madrid”) o el Madrid de su madurez; ésta última, presente puntualmente a partir de Todos mienten, 1992, y La corriente del golfo, 1993, hasta llegar a ser elemento central en Días del arenal, 2000, y, posteriormente, en muchos relatos y novelas de la autora. Junto a estos espacios vividos a fondo, gracias a viajes efímeros o de placer, también hay cabida en la obra de Soledad Puértolas para otras ciudades en su vida, ciudades esporádicas que, sin embargo, se insertan en su biografía y acaban usadas en la ficción narrativa. Sirven de modelo los casos de ciudades como Burdeos en Francia (Burdeos, 1986), producto, así lo cuenta la autora, de “uno de nuestro viajes veraniegos de infancia, cuando desde Pamplona nos adentrábamos en la seductora Francia… y en una ocasión hicimos noche en Burdeos…Aquella ciudad de edificios solemnes y grises …se quedaron en mi memoria” (La vida oculta). Como Nueva Delhi, resultado de un viaje familiar realizado en 1995: “La carretera del Tal Mahal estaba tan llena de obstáculos, como las calles de Delhi… A mí me consoló no sé qué, seguramente estar entre personas que apenas conocía y que no me podían interesar en aquella mañana de resaca y dolor de cabeza” (Queda la noche, 1999). O ciudades noruegas, que delinean escenarios nacidos “de los fríos meses pasados en Noruega, nada más casarme, en 1968…” (La sombra de una noche, 1986).
Estos espacios, tanto internos como externos, con sus pertinentes atmósferas son siempre significativos en las historias narrativas tendiendo a remarcar con claridad determinados conceptos abordados por la autora, en especial, los referidos al rango o estamento social. Porque en los relatos y novelas de Soledad Puértolas no es lo mismo la presencia de un bar que el de una cafetería, un hotel que una pensión, una casa con jardín que un piso, un piso grande y céntrico que uno pequeño y en el suburbio, una oficina de empresa que un bloque entero de oficinas de una empresa… Es decir, los espacios en sí mismos junto a los objetos y comodidades que contienen, sirven para marcar diferencias sociales entre los personajes y, además, también, con el paso del tiempo, para dar fe de la evolución y ascenso social de estos.
Especialmente interesantes son los espacios relativos a la vida diaria y al esparcimiento. La misma autora en sus narraciones suele apostillar el valor de tales espacios al otorgarles un nombre y decir, por ejemplo, que “son nombres certeros” o que es la “traducción de algo” (véase, como ejemplo, los relatos “Billetes” y “Citas” en Gente que vino a mi boda). Y, por supuesto, también advierte del valor que poseen los sucesos reales que acaecen en ellos. Sucesos que, por la edad de Soledad Puértolas, corresponden al ambiente de su vida personal y al ambiente colectivo-social en el que vivió y convivió. Todos ellos, además de acomodar atmósferas y espacios existentes (bares, cafeterías…), sirven para relatar el desarrollo de anécdotas propias de su tiempo o para agavillar vivencias personales fáciles de rastrear en Gente que vino a mi boda. Es el caso, entre otros, del relato “Nosotros los viajeros” y, en especial, del titulado “De Zaragoza a Madrid”, que da asilo a sensaciones y experiencias de la autora tras abandonar Zaragoza y trasladarse a Madrid con su pertinente desarraigo adolescente.
-Fugacidad o paso del tiempo y el sentido de la vida, asuntos claves.
“…trataba de convencerme de que todo lo que me rodeaba era verdad y sentía ya que las horas se me escapaban, que pasaban demasiado fugaces sin que pudiera retenerlas” (La vida oculta, 1993).
“Nada de lo que conocíamos nos pertenece, me dije, y me sentí invadida por un fuerte sentimiento de pérdida” (Recuerdos de otra persona, 1996).
“Posiblemente, esos primeros días de verano en Zaragoza se hayan ido convirtiendo en símbolo de lo que se desvanece, de todo lo que iba a llegar y no llegó” (Recuerdos de otra persona, 1996).
“Olga, me dije, toda tu vida ha desaparecido, se ha esfumado, todos sus significados, sus emociones, sus logros, sus fracasos. Es asombroso que yo siga viva y que persista…” (Una vida inesperada, 1997)
La obra de Soledad Puértolas (relatos, novelas, artículos y ensayos) está atravesada de lleno por la sensación del paso del tiempo. Una sensación que impide a los personajes vivir la vida con intensidad. Sensación que, además, conlleva a estos a la pretensión de retener ese tiempo que pasa, siempre tan fugaz, echando mano al amarre de de una evocación constante. De ahí que muchos de los personajes que transitan y pueblan la obra de Soledad manifiesten una tendencia a la evocación permanente aunque con ello amarguen su presente. Son siempre personajes que se sienten ahogados en la rutina y que, al mismo tiempo, persiguen un anhelo de futuro sin llegar jamás a conseguirlo. Por eso casi no hay personaje femenino de Soledad Puértolas en el que la evocación deje de promover el rastreo de impulsos hacia un futuro que jamás llegará. La evocación, por tanto, se cierne como un deseo obsesivo que pretende retener el tiempo y en el que habita el placer doloroso de intento frustrado, tan visible en casi todos los relatos de Gente que vino a mi boda.
Resumiendo: La fugacidad de la vida y lo poco que se aprovecha, se suma al concepto del tiempo perdido y a la necesidad de detenerlo y, como consecuencia, a la imposibilidad de ser feliz en el presente (tópico del carpe diem), conllevando adjuntas la angustia (fugacidad) y la dolorosa e imposible necesidad de cambiar el presente. En definitiva: fotogramas de vida o fogonazos del paso del tiempo pegados a la fragilidad de unos seres que se debaten en dolorosa incertidumbre. A ello responde Gente que vino a mi boda, donde todos o casi todos sus relatos presentan variantes de una misma temática: el lamento ante el paso del tiempo y su consiguiente carencia, junto a la angustia al no haberlo aprovechado y disfrutado.
Hay, pues, una corriente subterránea de intertextualidad temática entre las historias que conforman Gente que vino a mi boda. Intertextualidad que puede verse en “Citas” (lamento y falta de aprovechamiento en las causas que enlazan o desunen a la personas), en “Nosotros los viajeros” (fugacidad del tiempo), en “La necesidad de marcharse de todos los sitios” (deseo de aprovechar el tiempo y evitar su paso sin conseguirlo, lleva al insomnio y a la insatisfacción), en “Zapatos” (obsesión por retener el tiempo antes de iniciar la relación amatoria)… De ahí que la afirmación “el tiempo es lo más poderoso de todo” (relato “De Zaragoza a Madrid”) llegué a resumir con claridad el valor y el alcance de tales temas. Una Intertextualidad visible, por reiterada, en la mayor parte de la producción de la autora.
–La mujer, su importancia como protagonista.
La figura y el papel de la mujer en las obras de Soledad Puértolas siempre posee relevancia. Su protagonismo no sólo se desparrama por todos los espacios que le dan cobijo (familia, casa, mundo del trabajo…), sino que, además, manifiesta y revela una certera visión acerca del rango social de cada personaje y del entorno familiar o vecinal en el que habita y convive. Lo habitual es que la mujer protagonista pertenezca a la clase acomodada y sea una mujer que observa y narra su propio caminar vital en contraste con la búsqueda de algo que la estimule para salir de la rutina o de la vida aburrida y monótona que no sólo lleva a cabo, sino que soporta. La consecuencia de esa vida rutinaria es la insatisfacción vital contada (o en el intento de contar) a otros personajes mediante la enumeración, según ella, de los problemas padecidos. Problemas que necesita contar porque en el espacio en el que ella habita (casa, etc.) nadie le hace caso o, cuando menos, no obtienen respuesta de su relato. Junto a los problemas que estos personajes femeninos enumeran, en la obra de Soledad Puértolas caminan la necesidad de evocar el pasado y la necesidad de retener los momentos felices, si es que existieron. Es, en definitiva, la suma de insatisfacción, junto a necesidad de recuperación, además del intento de cambio lo que, en definitiva, define a las mujeres dibujadas por Soledad Puértolas. Mujeres sonámbulas e incapaces de “resolver cuestiones fundamentales” (Compañeras de viaje, 2010) mientras transitan casi inconscientemente por la vida.
En este dibujo, poseen gran valor los objetos acompañantes (bolsos, zapatos, vestidos, objetos decorativos, herramientas, sofás, fotos…), porque no sólo son una muestra que delimita, apoya y define la condición acomodada que poseen tales personajes femeninos, sino que también flanquean y delinean los insulsos problemas que acechan las vidas superficiales y monótonas que viven y que, por supuesto, son además objetos paralelos a su cotidianidad vacía de contenidos y a sus espacios de rutina diaria (casas, bares, oficinas, tiendas…).
Por otra parte, estos personajes femeninos siempre emergen potentes desde la borrosidad que define a su vida. Emergen de esa borrosidad con una contundencia inesperada permitiendo tomas de conciencia acerca de la tela de araña que atrapa y envuelve su existencia. Casi todas las mujeres trazadas por Soledad (Compañeras de viaje, 2010, por ejemplo) se ven a sí mismas y se observan como personas condenadas a saborear la ramplona normalidad, siendo incapaces de salir de ella. Precisamente, esta conciencia en torno a su actuación en la vida, tocada por abismos de angustia y de suaves picos de euforia, es lo que aporta densidad a las historias creadas por la autora.
¿Dónde acaecen estas problemáticas? Acaecen en las relaciones entre los personajes que pueblan las historias narradas por Soledad Puértolas. Aunque de manera muy especial abundan las relaciones concernientes a la pareja o matrimonio y en las propias al noviazgo (“A la salida del cine”) gracias a las variadas formas de manifestarse el amor, elemento que actúa como fondo y pegamento. Por supuesto, también, en posturas contrarias al amor, caso de adulterios, machismo, infidelidades, oscura existencia de amantes… (“Zapatos”, “Una casa con jardín”). Junto a estas, también están presentes en las relaciones paterno/filiales (relatos “Billetes” o “Nosotros los viajeros”), en las fraternas (los hermanos en “La vida que al fin llevo”) o en las derivadas de la esfera familia (tío y sobrina en “El andén vacío”) e, incluso, en la relativas a lo económico.
En todas éstas, el tratamiento de las variantes del amor es lo más jugosa por ser un sentimiento vital que puede dar sentido a la vida. Un sentido de vida que los personajes de Soledad no logran casi nunca, principalmente por la angustia ante el futuro que, como compensación, buscan (infidelidad, amantes…) con ahínco debido al sentimiento de no coincidencia de la vida que llevan en el presente en el que viven con el sentimiento de lo que continuamente anhelan, circunstancia que siempre desemboca en insatisfacción y que, por si fuera poco, se une a la del pasado ido, conformando así en una creciente carga de angustia que deriva todavía en una mayor insatisfacción. Un círculo vicioso.
En los personajes femeninos creados por Soledad Puértolas, por lo general siempre la angustia ante el futuro, la necesidad de amar y el deseo de cambio, producen una insatisfacción en continua progresión que lleva al ahondamiento en el irreparable sentimiento de la fugacidad de la vida y del transcurrir del tiempo. Las relaciones interpersonales de pareja, de familia y de entorno se configuran por ello como el eje central y como la ligazón de Gente que vino a mi boda. Y de ahí la intertextualidad temática que destilan.
Son siempre personajes femeninos que encarnan vidas rutinarias, monótonas y aburridas que ni siquiera logran salvar con el desempeño de oficios cuya aparición en la trama no es en absoluto vacua, porque en ellos espejea aún más la veracidad de esa vida tan falta de sustancia. Los oficios, cuando existen, rezuman apatía y rutina (oficinistas…) suponiendo otra vuelta de tuerca a unas existencias superficiales que ni siquiera logran quebrar los momentos del tiempo libre (desocupación aburrida). Al fondo siempre la falta de un sentido en la vida, trasmitido en la lectura mediante el abundante recurso narrativo de la introspección, capaz de apremiar al lector a participar en la histoira mediante las continuas alusiones que pueblan los textos (uso del “ustedes” o del “nosotros”). Y también mediante el abundante uso de la primera persona que inyecta verosimilitud y proximidad a lo narrado, reforzando así la mencionada invitación a participar. Junto a ello, es asimismo interesante la forma de observar o la perspectiva utilizada por Soledad Puértolas, dependiente casi siempre de la postura del narrador. Una observación clave que suele ir del plano general a los detalles, para con la suma de todos ellos dar entera noticia de lo contado. Es habitual en la obra de nuestra autora la presencia de un juego de planos que buscan complementarse plasmando un el dibujo que desde la máxima abertura panorámica desemboca en el mínimo detalle donde, por lo general, se concentra el elemento esencial que da sentido a la historia y a la trama en la que se asienta. Es una acertada manera de observar, capaz de ubicar espacio y tema de forma progresiva, detalle tras detalle, para llegar a la esencia. Y es una forma de observar que la autora anuncia muchas veces (“la escena se desarrolla antes nuestros ojos” en “Zapatos de Gente que vino a mi casa,por ejemplo) y en la que, además, de los espectadores de la escena narrada y protagonistas de la misma, cabe también el lector (y la autora).
Gracias al interés de Soledad Puértolas por lo “mínimo” en la lectura de sus obras, el lector alcanza, explora y entiende lo “máximo”. Desde sus inicios literarios, la autora ha mostrado un enorme interés narrativo por indagar en lo “mínimo” hasta convertirlo en pilar básico de su creatividad. De hecho, la gran mayoría de personajes (véase,Compañeras de viaje, entre otras obras de igual factura) siempre aparecen en los relatos como si fueran secundarios, aparentemente sin importancia. El peculiar aprecio por lo insignificante, mínimo o secundario, se manifiesta en la indagación de situaciones cotidianas que, con sorprendente normalidad, edifican universos capaces de trascender más allá de su aparente simpleza. De ahí que las historias de Soledad tiendan a hablar y a navegar por la lógica de la vida y sus inesperados quiebros a partir de situaciones intrascendentes y puntuales que, sin embargo, escarban a fondo en el hastío de la existencia. Sobre tal apariencia de simpleza, asentada en lo cotidiano y la normalidad, la lectura va caminando, de forma suave y con paso seguro, hasta desembocar en el trasfondo de esa apariencia. Y, con ello, lo esencial, ya sea individual o colectivo, se tiñe de fuerza narrativa.